Para Juan y Miguel, por el tiempo robado;
Para mis padres, ejemplo de dignidad
CRUZ MORCILLO
A Camino y a nuestras hijas, Ana, Blanca y Camino,
con la esperanza de que tantas ausencias hayan merecido la pena;
A mi padre, que hoy sería feliz;
A mi madre y a Mari Carmen;
A mi familia, en especial a ti, Isabel
PABLO MUÑOZ
Desde finales de los años noventa, diversas líneas de investigación sitúan en España a personajes procedentes de países de la Europa del Este vinculados a la mafia y al crimen organizado. Se trata de antiguos «ladrones en la ley» o «vor zakone» que, tras el descalabro de la Unión Soviética, alcanzaron el poder que les ha permitido tejer estrechas redes de dependencia con ámbitos gubernamentales. Hoy, compran cargos, ponen y quitan gobiernos, controlan empresas y pretenden extender su influencia hacia Occidente. En nuestro país, donde ya intentaron penetrar en el sector energético a través de la petrolera Lukoil, realizan sus negocios y blanquean capitales. España es, sin duda, su objetivo más codiciado.
Cruz Morcillo y Pablo Muñoz
Palabra de Vor
Las mafias rusas en España
ePUB r1.0
ePUByrm21.05.13
Título original: Palabra de Vor
Cruz Morcillo y Pablo Muñoz, 2010
Editor digital: ePUByrm
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P RÓLOGO
«Presidente, cuando quiera mandar en una parte del país y no pueda porque alguien manda más que usted, sabrá que las mafias rusas están aquí definitivamente». Corría el mes de junio de 2005 y hacía solo unos días que Guardia Civil y Policía habían asestado dos durísimos golpes a grupos criminales de la antigua Unión Soviética, en las operaciones Mármol Rojo y Avispa, esta última de gran repercusión mediática. En un acto oficial celebrado en el Palacio de la Moncloa coincidieron un responsable de la seguridad nacional y José Luis Rodríguez Zapatero. En un corrillo, el experto comentó hasta qué punto las mafias de los países del Este suponían una amenaza para España. El jefe del Ejecutivo no parecía tener las ideas muy claras —en realidad, en esas fechas muy pocos las tenían—, de modo que alguien que sí sabía lo que estaba en juego optó por hacer un resumen muy gráfico de la situación. Zapatero, hasta entonces poco receptivo, se detuvo en seco, se volvió hacia su interlocutor y le pidió que repitiera lo que acababa de decir. El presidente, con semblante serio, volvió a dirigirse a él: «Mañana te espero en mi despacho y me lo explicas con calma».
A partir de ese momento Zapatero fue consciente de la amenaza tangible que suponía para España la implantación de las organizaciones mafiosas de países del Este, denominadas de forma genérica como «mafia rusa», aunque esa etiqueta englobe a grupos criminales de Rusia, Georgia, Ucrania y Bielorrusia, principalmente. Supo entonces el presidente que el fenómeno excedía clara y peligrosamente los límites de la criminalidad organizada internacional tal como él la entendía hasta entonces y que las actividades que llevaban a cabo los capos aquí instalados tenían implicaciones en aspectos cruciales para nuestro país como la política energética, el sector de la construcción o el intento de corrupción de políticos y jueces. Conoció las estrechas relaciones de los personajes investigados con altos cargos de la Administración de sus países, de modo que estos estaban a las órdenes de esas mafias, y entendió que en el futuro las relaciones diplomáticas de España con esos Estados iban a estar mediatizadas por las investigaciones abiertas.
Estábamos a finales de mes. Preparábamos un reportaje intentando desvelar los entresijos de la mafia rusa, más por intuición del calado que podía tener el asunto que por una urgencia informativa. En un despacho del complejo policial de Canillas, donde tienen su sede los servicios centrales de la Policía, un inspector jefe, poco amigo de exageraciones, nos comentaba algunos detalles de la reciente operación Avispa. «La palabra de un vor es ley», dijo en el mismo tono del resto de la entrevista. «Dictan normas no escritas que todo el mundo cumple sin pestañear. Siguen unos códigos propios, distintos a los de otras mafias». ¿Un vor? ¿Qué era eso? Traducido, un «ladrón en la ley»; dicho en castellano, el jefe de una organización criminal con poder absoluto, alguien que no necesita tener propiedades para disponer de ellas, una persona que ordena y los demás obedecen, que maneja a su antojo vidas y desde luego también muertes.
Teníamos un titular y una buena historia, pero con esa afirmación comprendimos que se abría un campo fascinante para la investigación periodística. En aquel momento comenzó, en cierto modo, a gestarse esta obra, que no es una novela; no es un libro de ficción, pese a que los personajes que lo pueblan son elementos dignos de un buen relato literario. Es una crónica periodística compuesta a partir del análisis de miles de folios de sumarios judiciales, informes policiales y decenas de horas de entrevistas a los encargados de luchar contra las mafias rusas.
Con el paso del tiempo, el presidente del Gobierno ha comprobado que las informaciones que entonces recibió eran certeras y que aquello que en ocasiones parecía más cercano a la ciencia ficción que a la realidad se confirmaba. Durante estos años por la mesa de Zapatero han pasado informes confidenciales que recogen intervenciones telefónicas a padrinos mafiosos en las que se habla del primer ministro ruso, Vladimir Putin, o que consideran al actual presidente, Dmitri Medvedev, como un cero a la izquierda, un hombre sin poder real que se limita a cumplir las órdenes de su antecesor. El jefe del Ejecutivo y su entorno han sabido que ministros, diputados y responsables de las Fuerzas de Seguridad rusas contaban con estos personajes como colaboradores; han manejado documentos reservados acerca de concesiones de obras públicas en Rusia a individuos establecidos en España, aunque ni siquiera tuvieran trabajadores ni técnicos para acometerlas en el momento de presentar los proyectos y, para cerrar el círculo, han estudiado análisis de Inteligencia sobre las relaciones de estas organizaciones criminales con empresas energéticas. El caso paradigmático es el de Lukoil, la compañía rusa de petróleo que intentó controlar Repsol en una operación de máximo riesgo para un sector clave de la seguridad y la soberanía de España.
Cada hallazgo ha resultado más inquietante que el anterior, como las informaciones basadas en escuchas que hablan de la compra por parte de la mafia rusa de encuentros de fútbol de enorme relevancia. Es el caso de la final de la Copa de la Uefa de 2008, celebrada el 14 de mayo entre el Zenit de San Petersburgo y el Glasgow Rangers. La Uefa, tras un primer momento en el que se mostraba indignada por las informaciones publicadas por ABC y El País, decidió, casi a regañadientes, abrir una investigación, que aún prosigue. El siguiente paso detectado tiene como protagonista el mundo de las apuestas deportivas, en el que varios países intentan hallar conexiones con individuos próximos al crimen organizado ruso.
Las relaciones de España con Rusia, a partir de todos estos datos, han oscilado entre la confianza con un país amigo, salpicada de contactos políticos y comerciales, y las lógicas cautelas ante la presencia en nuestro territorio de individuos poco recomendables, peligrosos e influyentes. Cada vez que Zapatero ha viajado a Moscú o se ha producido un encuentro bilateral en Madrid, las actividades de la mafia rusa y sus inquietantes conexiones han ocupado un espacio destacadísimo en el