Todas las grandes tradiciones místicas de la humanidad coinciden unánimemente en una serie de enseñanzas que constituyen el núcleo de la llamada filosofía perenne. A saber: que existe un fundamento, divinidad, brahman o shunyata, que es el principio no manifiesto de todas las cosas. Este cimiento absoluto es simultáneamente trascendente e inmanente. Y lo que es más relevante: este fundamento divino puede conocerse, amarse y hasta realizarse. Tal es el propósito de la existencia humana. Y eso es el tao que debe ser recorrido o el dharma que debe seguirse. Ocurre así que cuanto más atrapados estamos en el deseo, el intelecto o el lenguaje —cuanto más identificados con el ego—, menos «divinidad» hay en nosotros. Por consiguiente, la vía del místico consiste en cultivar la humildad y el amor, desarrollar la conciencia y trascender la condición humana.
A partir de estas premisas, Huxley profundiza en diversos aspectos de «lo divino». Con la elegancia característica de su prosa, y con la lucidez propia de los verdaderos sabios, Huxley penetra en campos como la contemplación, el rezo, la noción de tiempo, la vía del Zen, la experiencia, la idolatría, el progreso, etcétera.
Sobre la divinidad es, indiscutiblemente, una de las más brillantes exposiciones de la filosofía perenne para el gran público. En sintonía con el pensamiento de Alan Watts, Huston Smith o Jiddu Krishnamurti, Sobre la divinidad resulta una obra indispensable para todos aquellos que, independizados de las iglesias organizadas, han decidido tomar el rumbo de su propia progresión espiritual abriéndose a la dimensión divina de la realidad.
Aldous Huxley
Sobre la divinidad
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Titivillus 07.05.15
Título original: Huxley and Gods, Essays
Aldous Huxley, 1999
Traducción: Miguel Martínez-Lage
Editor digital: Titivillus
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PREFACIO
«Oficialmente soy agnóstico», afirmó Aldous Huxley en 1926, «aunque [matizaba] cuando me hallo en las circunstancias emocionales propicias, con ciertos paisajes, ciertas obras de arte… ciertas personas, sé que “Dios está en Su cielo y que todo está bien en este mundo”».
Este pasaje, tomado de un ensayo escrito cuando el autor tenía treinta años, muestra a las claras que cultivaba sentimientos de ambivalencia acerca de la religión y de Dios. Lo intuitivo frente a lo racional. Tal como aquí aparece, el «germen místico» de Huxley, por utilizar la frase con que designaba William James su propia voz interior, permaneció muchos años aletargado.
En sus novelas y ensayos de la década de los veinte, Huxley se mostró mordazmente escéptico frente a la religión y frente a sus píos aspirantes «a retirarse de esta vida». Sus dioses eran «la vida, el amor, el sexo». De cualquier religión que negase esta trilogía se burlaba abiertamente. Detestaba los puntos de vista de Swift, Pascal, Baudelaire, Proust e incluso de san Francisco de Asís. De acuerdo con Huxley, todos coincidían en «su odio a la vida».
Los primeros mentores de Huxley fueron hombres apasionados que ante todo «afirmaban la vida»: Robert Burns, D. H. Lawrence, William Blake. Con sus propias palabras, era un «adorador de la vida». Creía en la diversidad del ser humano; todos los deseos estaban a su servicio, aunque atemperados por la razón. La moderación que predicaba Aristóteles, la filosofía de la dorada mediocridad. Era, como escribió Huxley, cuestión de «equilibrio entre los excesos compensados». Al igual que los griegos, abogaba por la adoración de muchos dioses, por celebrar todos los aspectos de la vida humana. Era posible vivir con esta «celebración de los excesos», como él la llamaba, sencillamente por medio de la discriminación, el equilibrio y la buena educación; era un concepto de fragilidad imposible para todos, salvo para personas de la nobleza intelectual y moral de Huxley.
A lo largo de los años siguientes, su actitud hedonista comenzó a remitir, y el «germen místico» fue madurando. El pluralismo dio lugar al monismo, como se ve en La filosofía perenne (1944), documento de la doctrina común a todas las grandes religiones: la verdad es universal, Dios es Uno.
En la década de los cuarenta, Huxley fue etiquetado como «místico». Es una descripción precisa si se entiende el misticismo según la definición de Blake: «el yo se hace uno con Dios», sin perder de vista la descripción que traza Plotino del éxtasis espiritual, «la huida del que está solo hacia la Soledad».
El misticismo a menudo es considerado por los malos poetas como lo misterioso, mientras los sabios sofistas lo entienden como «la conversión de los humanos en la divinidad». La definición literal de la palabra es «la unión íntima del alma con Dios por medio de la contemplación y el amor».
Afirmar que Aldous Huxley creía firmemente en Dios podría sobresaltar a la reciente generación de jóvenes entusiasmados en mayor o menor medida con Un mundo feliz (1932), que ha sido una de las lecturas favoritas de los agnósticos universitarios más beligerantes, por más que nunca se molestaran en leer ninguna de las novelas posteriores del autor.
Que Aldous Huxley conocía intuitivamente la realidad de Dios —o el «Divino Fundamento de Nuestro Ser», o la «Dama Gorda» de Jerome David Salinger, «la Fuerza» de Georges Lucas, la «Alta Potencia» de Bill Wilson o la «Divina Chispa» de Emerson— es algo que se expresa con gran belleza en estos ensayos.
Originariamente publicados en la revista bimestral Vedanta and the West entre 1941 y 1960, aquí se recogen en un solo volumen por vez primera. Vedanta and the West, ya extinta, fue publicada por la Vedanta Society de California del Sur entre 1941 y 1970, alcanzando una modesta circulación que nunca llegó al millar de suscriptores. Entre los célebres directores que estuvieron al frente de la publicación figuran, aparte del propio Huxley, Cristopher Isherwood, John van Druten, Gerald Heard y Swami Prabhavananda, que encabezaba también la organización. Entre los más ilustres colaboradores de la revista hay que destacar a Nehru, el rabino Asher Block, U Thant, Somerset Maugham, Arnold Toynbee, Vincent Sheean, Tagore, Alan Watts y el doctor Joseph Kaplan, jefe del departamento de física de la UCLA.
Durante las dos décadas que estuvo Huxley relacionado con el Centro Vedanta, aportó más de cuarenta artículos a la revista. Hemos elegido los más representativos de su producción. Son ensayos por otra parte nuevos para el público lector, ya que durante treinta años han estado perdidos en los fondos de la Sociedad Vedanta. Algunos de estos artículos a la sazón fueron incorporados parcialmente a las novelas que Huxley escribía por entonces, siendo la más importante de ellas Time Must Have a Stop (1945), la obra preferida por Huxley entre las suyas.
Huxley siguió siendo un adepto de Prabhavananda, monje de la respetada orden Ramakrishna de la India; durante este período fue iniciado por él. No obstante, sobrevino una ruptura entre discípulo y maestro cuando Huxley comenzó a experimentar con mescalina y con LSD en tanto herramientas utilizables en el camino de la iluminación. Prabhavananda se opuso siempre en redondo al uso de las drogas, sobre todo al uso de las drogas como atajo en el camino hacia la espiritualidad. El guru de Huxley sostenía que las drogas eran disuasorias y perjudiciales para el crecimiento espiritual: el que sea un idiota al ingresar en el estado visionario que inducen las drogas, seguirá siendo un idiota cuando regrese a la conciencia normal. En cambio, una experiencia genuinamente espiritual lo dejará a uno transformado e iluminado, como atestiguan las vidas de los grandes santos y de los genios del espíritu.