G LOSARIO CONTEMPLATIVO
C onocí a John Main por su obra Una palabra hecha silencio, que leí y releí fascinado, pues en ella encontré lo que llevaba mucho tiempo buscando: una actualización del mensaje místico del cristianismo, es decir, acorde a la sensibilidad y al lenguaje contemporáneos. Tal fue mi entusiasmo ante el legado de este benedictino inglés que, movido por un afán pastoral, elaboré unas treinta fichas en las que recogí su principal aportación teológico-espiritual. Los Amigos del Desierto –la red de meditadores de la que soy fundador– estuvimos trabajando en nuestros seminarios de silencio sobre este material durante todo un año. La experiencia fue memorable. Tanto en el libro al que me acabo de referir como en el que fue publicado en España poco después, emblemáticamente titulado Una palabra hecha camino, y, en fin, como en este que ahora se edita, Main nos ofrece, siempre en un lenguaje cristalino, unos microensayos cuya lucidez no es solo fruto de un ingenio y un talento incuestionables, sino del contacto constante y profundo con el misterio del silencio.
Hay muchos libros de meditación, muchísimos, por supuesto, pero no tantos que enseñen a practicarla –como los de Main– de un modo tan concreto y sencillo. Esta es la primera virtud de Main como autor y como pastor: su finalidad claramente evangelizadora, su orientación universal –sus libros son para todos aquellos que quieren orar– y, esto es lo más notorio, su fundamentación bíblica, con la que muestra, sin el rigorismo académico propio de algunos manuales más técnicos, la fuente de la que bebe esta sabiduría.
En Amigos del Desierto alternamos, para nuestra formación, los textos de John Main y los de Franz Jalics, otro de los grandes maestros contemplativos de nuestro tiempo. Esta alternancia nos ha permitido percatarnos de sus diferencias y afinidades. Porque ambos, como no podía ser de otra forma, subrayan la importancia del silenciamiento y de la práctica continuada para que la contemplación pueda transformarse en hábito y este, en fin, configure nuestro carácter. Pero, así como Jalics acude permanentemente a los evangelios para arraigar así la oración contemplativa en la praxis de Jesús, Main, por su parte, prefiere apoyarse preferentemente en la teología de las cartas paulinas, que cita continua y pertinentemente.
El método para meditar, según Main, podría resumirse en esto: Recita atenta y amorosamente tu mantra de principio a fin durante veinticinco minutos cada mañana y cada noche de tu vida. Eso es todo. El horizonte de la meditación, siempre según Main, sería la experiencia –a la que todo meditador avezado puede llegar– de ser el Cuerpo de Cristo. Es probable que la cita preferida de san Pablo haya sido para John Main esa que reza: «En él vivimos, nos movemos y existimos», pues muchas de sus reflexiones –me tienta llamarlas «glosas»– apuntan justamente en esta dirección, que es, a mi parecer, la cima de la mística neotestamentaria.
El libro que tenemos entre manos no es para leerlo de corrido, sino para disfrutar de la lectura de una sola unidad por vez, no más. En todas las unidades ensayísticas o glosas encontramos contenidos muy similares: la importancia del mantra o palabra de oración –esto no falta nunca–, las dificultades o resistencias más habituales con que suelen toparse los meditadores, los efectos positivos que dimanan de esta práctica, tan sumamente sencilla... Se trata, por tanto, de un pensamiento no sistemático, sino reincidente, pero lleno de intuiciones y sugerencias por medio de las que el autor logra aquello que todo libro espiritual debería infundir: ganas de ponerse a orar, deseo de estar con Dios, en él, y de sumergirse en el silencio para buscarlo. En este sentido, esta obra de Main resulta extraordinaria. Todas sus palabras hablan del silencio en el que Dios habita y, más aún, incitan a entrar en el silencio que Dios es.
Como promotor de esta edición, que tanto puede ayudar a quienes hemos hecho del silencio y de la quietud nuestra práctica espiritual fundamental, y como divulgador del pensamiento de Main, a quien considero uno de los tres o cuatro maestros espirituales más importantes de nuestra época –dentro de la estela cristiana–, es mi deseo que esta nueva edición de El camino de la meditación –tan rigurosa como cordial– suscite entre los lectores lo mismo que en su día despertó en mí: el amor al silencio y la cada vez más imperiosa necesidad de abismarnos en su misterio.
P ABLO D´ O RS
fundador de Amigos del Desierto,
consejero cultural del Vaticano
P RÓLOGO
Nuestro propósito al publicar estas charlas Communitas es hacer accesible las enseñanzas que proporcionamos a los grupos que vienen al monasterio los lunes y martes por la noche todas las semanas.
El contenido esencial de cada charla es muy sencillo y pretende estimular a quienes están siguiendo el camino de la meditación y ayudarles a seguir ese camino con mayor fervor.
Como veremos, la meditación afecta a cada faceta de nuestro vivir y nuestro morir, y hemos procurado incluir una amplia selección representativa de nuestras charlas.
La utilidad de publicarlas reside en que este libro puede convertirse en una fuente de lectura espiritual que permita al lector referirse a una u otra charla en función del asunto tratado. El texto no es una narración continua, sino que puede abordarse en cualquier punto.
Quizá pueda ser útil dedicar unas palabras de introducción a nuestra manera de meditar.
Estamos convencidos de que el mensaje central del Nuevo Testamento es que realmente solo existe un tipo de oración, y que esta oración es la oración de Cristo. Es una oración que permanece en nuestros corazones día y noche. Podría describirse como la corriente de amor que fluye constantemente entre Jesús y el Padre. Esta corriente de amor es el Espíritu Santo.
Asimismo, estamos convencidos de que la tarea más importante de cualquier vida plenamente humana es abrirse lo más posible a esta corriente de amor. Debemos permitir que esta oración sea nuestra oración, debemos hacer la experiencia de ser llevados más allá de nosotros mismos a la maravillosa oración de Jesús, ese gran río cósmico de amor.
Para lograrlo, debemos aprender un camino que es un camino de silencio y de quietud, y ello mediante una disciplina muy exigente. Es como si tuviésemos que crear un espacio en nuestro interior que consintiera que esta conciencia más elevada –la conciencia de la oración de Jesús– nos envolviera en su poderoso misterio.
Nos hemos acostumbrado a pensar en la oración en términos de «mi oración» o «mi alabanza» a Dios, pero, si queremos contemplarla como un camino por Cristo, con Cristo y en Cristo, entonces debemos revisar por completo nuestra actitud hacia la oración.
El primer requisito es comprender que debemos superar el egoísmo, de manera que decir «mi» oración ni siquiera sea una posibilidad. Se nos convoca a ver con los ojos de Cristo y a amar con el corazón de Cristo, y para responder a esta llamada debemos ir más allá de todo egoísmo. En términos prácticos significa aprender a estar tan en quietud y silencio que nos olvidemos de nosotros mismos. Esto es de suma importancia; debemos abrirnos al Padre a través de Jesús y, durante la oración, debemos ser como ese ojo que ve, pero no puede verse a sí mismo.
El modo de emprender este peregrinaje de «centrarse en otro» es recitar una frase breve, una palabra que hoy comúnmente llamamos mantra. El mantra es sencillamente un medio para desviar la atención de nosotros mismos, un modo de desengancharnos de nuestros pensamientos y preocupaciones.
Recitar el mantra nos trae quietud y sosiego. Debemos recitarlo el tiempo que sea necesario hasta encontrarnos inmersos en la oración de Jesús. La regla general es que al principio debemos repetirlo durante todo el período de meditación, cada mañana y cada noche, y luego dejar que ejerza su tarea de bálsamo durante unos años.