Peter Norden - El derecho de la mujer a tener dos hombres
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- Libro:El derecho de la mujer a tener dos hombres
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1974
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El derecho de la mujer a tener dos hombres: resumen, descripción y anotación
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Quiero ante todo dar las gracias a las ochenta mujeres, amables y abiertas, que se han mostrado dispuestas a informar de su vida sin falso pudor y sin inhibiciones. No he podido recoger todas las entrevistas realizadas con ellas, pero he intentado reconducir las líneas principales de los destinos de varias de mis interlocutoras a aquello en que eran prácticamente idénticos. De acuerdo con las interesadas he alterado nombres y lugares: unos y otros eran irrelevantes para este estudio.
Luego tengo que expresar mi agradecimiento a Rolf S. Schulz —editor del libro—, por haberme posibilitado la redacción de este informe libre y abierto sin intervenir él mismo en el manuscrito.
Es posible que eso le acarree disgustos, pues mucho de lo escrito provocará el enfado de hombres atrasados y tal vez demasiado conservadores. Hay que prever una tormenta de protestas. Y por eso agradezco al editor el valor que muestra al publicar sin cortes estas opiniones (basadas en concienzudas investigaciones).
Debo a un conocido periodista una colaboración esencial en el trabajo y en la investigación; su ayuda benefició ante todo a la parte histórica y médica. Mi viejo amigo el abogado Reiner Walch me asistió como consejero jurídico, y las jóvenes y emancipadas abogados Juliane Emmerich y Monika Groner pusieron a mi disposición útiles materiales jurídicos.
Y al lector de este libro le agradezco, ya por anticipado, el que esté dispuesto a asumir la carga de procesos y conexiones a menudo complicados, tan ricos en estratos varios como la vida misma. Gran parte de este libro chocará con la crítica: desde ahora me declaro receptivo a todo estímulo de este género. Ya en este momento agradezco toda futura carta, igual si me es favorable que si me es contraria.
Peter Norden.
Múnich, 1 de agosto de 1974.
Los casos estudiados hasta ahora tienen algo en común: siempre eran causas externas las que llevaban a las mujeres a las manos de un segundo hombre. En la mayoría de los casos se trataba de decepción del propio hombre, pero también desempeñaban un papel la resistencia y la desesperación, el sentimiento de que hay que afirmarse a sí misma, o el sentirse herida en la dignidad femenina.
Los hombres tienden a considerar a las mujeres —especialmente a las «suyas»— como un elemento natural de su ambiente, como algo que les pertenece; tienen respecto de las mujeres pretensiones de posesión que jamás aceptarían respecto de sí mismos \.
Como es natural, todo eso produce problemas. Trataremos aquí algunos de esos problemas.
a) Los lujos.
El mayor hándicap que detiene a una mujer a la hora de buscarse un segundo hombre es el hijo, o los hijos. La familia y el marido esperan de ella que sea en una sola pieza modelo y educadora de los niños; poquísimos son los casos en los que el hombre dispone del talento y del tiempo suficientes para ocuparse responsablemente de los hijos.
De este modo la mujer se convierte en el centro personal de referencia al que se orienta el pensamiento y la actividad de los hijos. Los jardines de infancia y las escuelas que intentan «construir» otras personas de referencia para los niños fracasan en la mayoría de los casos. Por lo tanto, la responsabilidad recae en la madre. Esto le impide, pese a que haya reconocido el fracaso de su vinculación permanente a un hombre, rebasar el umbral de inhibición y buscar el equilibrio gracias a otro hombre más.
La situación acarrea inevitablemente tensiones en la unión existente, pero, a su vez, esas tensiones arruinan la comunicación que ahora era ya imperiosamente necesaria. Así se abren paso catástrofes personales que es imposible evitar.
En todas las grandes ciudades se han instalado últimamente consultorios matrimoniales, pues estos problemas se les presentan tanto al legislador cuanto a las comunas. Pero todavía no se puede apreciar su eficacia. Tratan confidencialmente todos los casos que se les presentan, pero no hay todavía soluciones a la vista.
De todos modos, esos consultorios habrán cumplido ya una función muy importante con solo que consigan que los dos miembros de la pareja puedan entenderse de nuevo, puedan volver a hablarse. Pues ya el hecho de que las personas puedan hablar unas con otras acerca de problemas comunes es la mitad de la solución de esos problemas.
Como es natural, el marido se opondrá con toda su alma, y con todos sus derechos sancionados por la lev, al deseo de la mujer de tener un segundo hombre. Pero, como todo efecto tiene una causa, un hombre razonable no buscará esa culpa exclusivamente en la mujer, sino que examinará también su propia conducta.
Los hijos que hayan tenido juntos dificultan, naturalmente, la situación, e imponen reflexiones cuidadosas. Pero si el hombre no está en situación de ofrecer a su mujer el pleno logro de su vida y el de las esperanzas que tenga en ella, hay que hallar una salida a la preocupación común.
Los casos son demasiado diferentes los unos de los otros para que se pueda dar al respecto una receta universal. Pero hay que dar con una solución, a pesar de los hijos, si es que hay que evitar que se destruya la vida común de los dos y todo lo que han adquirido y «vivido» juntos. La vanidad y el orgullo heridos no deben ser para el hombre obstáculos o motivos que le impidan reconocer a la mujer su derecho. Si él mismo no puede asegurarle ese derecho, tiene que admitir que la mujer busque por otro lado derechos que la equilibren.
La mujer no rebasará nunca en esto los límites que le han inculcado un pensamiento moral y unos prejuicios sociales milenarios: son demasiadas las posibilidades que se le ofrecen de adaptación a lo dado. Solo si se le impide buscar su felicidad completa está dispuesta a dar pasos espectaculares. Y en este caso arrastrará todas las consecuencias: solo los dos cónyuges pueden apreciar si esta es la solución correcta.
b) Los bienes.
Toda comunidad conyugal de nuestra sociedad del bienestar consigue, ya por motivos sociales, cierto enriquecimiento. La valoración de estas ventajas materiales cambia según la capa social. Para el uno el Volkswagen será la esencia de la vida, para el otro lo será la casa, para un tercero harán falta acciones.
Pero lo cierto es que se trata siempre de la acumulación de valores materiales mayores o menores, los cuales tienen su importancia en caso de dificultades.
Los hombres suelen esgrimir precisamente esos bienes como medios de presión contra las mu je res cuando estas dejan de estar de acuerdo con las circunstancias existentes.
Junto con las consecuencias psicológicas que tiene en el hombre la declaración de «su» mujer de estar dispuesta a buscarse un hombre más, hay que contar con el temor a perder parcial o totalmente lo que han ganado juntos, e incluso el miedo a tener que compartirlo todo.
Si bien se considera, esta base es una ventaja para la mujer. El hombre estima el dinero y las riquezas mucho más que la mujer. Por dinero y bienes lucha, en efecto; con ellos se prueba a sí mismo y prueba a los que lo rodean que es un tío de una pieza. La pérdida de alguna parte —aunque no sea más— de sus posesiones, entre las cuales sitúa automáticamente a su mujer, le causa dolores anímicos y físicos. Cree que su imagen resulta dañada por esa pérdida, y esa creencia es el motivo principal que le lleva a intentarlo todo para mantener sus bienes sin disminución. Pero por la misma razón está dispuesto a hacer concesiones, incluso, tal vez, la del segundo hombre si este no plantea exigencias de propiedad material, si su relación queda más o menos en la sombra y si, como la visita al médico, representa una necesidad imperiosa.
Existe la posibilidad de arreglo mientras se pueda mantener el prestigio de la familia, la apariencia externa. Pero es discutible con todo fundamento que un arreglo así pueda llegar a ser duradero; pues el hombre considera también a la mujer como parte de sus «bienes», como propiedad suya. A la larga no podrá soportar que esa parte de sus bienes, ahora, de repente, de nuevo importante, no le pertenezca total y exclusivamente.
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