Robert Fulghum - Todo lo que hay que saber lo aprendí en el jardín de infantes
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- Libro:Todo lo que hay que saber lo aprendí en el jardín de infantes
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:2003
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Todo lo que hay que saber lo aprendí en el jardín de infantes: resumen, descripción y anotación
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Todo lo que hay que saber lo aprendí en el jardín de infantes — leer online gratis el libro completo
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Siendo ya anciano me di cuenta que ya sé la mayor parte de lo que hace falta para vivir una vida plena, que no es tan complicado. Lo sé. Y lo he sabido desde hace mucho, muchísimo tiempo. Aquí está mi credo: Todo lo que hay que saber sobre cómo vivir y que hacer y cómo debo ser lo aprendí en el jardín de infantes. Todo lo que necesitas saber está allí, en alguna parte. La regla de oro, el amor y la higiene básica. La ecología y la política, la igualdad y la vida sana.
Robert Fulghum
Ideas no comunes sobre cosas comunes
ePub r1.0
NoTanMalo 28.02.16
Título original: All I Really Need to Know I Learned in Kindergarten
Robert Fulghum, 2003
Traducción: Elizabeth Casals
Diseño de cubierta: Mario Blanco
Editor digital: NoTanMalo
ePub base r1.2
La edición original de este libro comenzaba con palabras que vale la pena repetir. Si pudiera entregarte este libro en persona, te pediría que recordaras lo siguiente:
Las páginas que estás a punto de leer fueron escritas en el transcurso de muchos años, algunos párrafos por vez, reconsiderados y revisados muchas veces. Durante ese tiempo he vivido en muchos lugares, he tenido numerosos trabajos y he viajado bastante. Los ensayos e historias fueron dirigidos a amigos, a mi familia, a una comunidad religiosa, a estudiantes y a mí mismo, sin pensar que se llegarían a publicar en un libro. Me gusta pensar en ellos como mis «cosas»: un relato sobre lo que pasa por mi mente y por mi vida.
Una parte —lo que aprendí en el jardín de infantes— pasó de mano en mano hasta adquirir vida propia y comenzó a aparecer pegado en las heladeras y en carteleras. Un día me enviaron el ensayo a mi casa en la mochila de un niño, cuya madre era agente literaria. La madre me escribió: «¿Has escrito alguna otra cosa?». Pues, sí. Y una cosa llevó a la otra, como en el País de las Maravillas.
A modo de confesión les diré, aquí y ahora, que he cambiado algunos nombres y hechos con el fin de proteger a los inocentes, a los rezongones o a ambos. No soy periodista investigador.
Es más, poseo Licencia Oficial de Narrador. Un amigo mío la inventó y la pegó en la pared sobre mi escritorio. Esta licencia me habilita a usar la imaginación para ordenar mis experiencias y mejorar una historia, siempre y cuando respete el criterio de Verdad en el mejor sentido de la palabra. La verdad de la poesía y de la parábola no compite con la verdad de la ciencia o la de un tribunal. Confío en que el lector reconozca la diferencia.
Finalmente, no voy a hacer la declaración de rigor de que «las opiniones vertidas en este libro me pertenecen en su totalidad». Cuanto más envejezco, más me convenzo de que mis opiniones son un conjunto de mercancías elegidas en los estantes del supermercado del mundo del pensamiento. Lo que sí es mía es cierta postura acerca de lo que pasa por mi mente. Con el fin de ampliar en este tema, comienzo la decimoquinta edición de aniversario de este libro con una seria advertencia que descubrí en una pegatina de paragolpes:
«NO CREAS TODO AQUELLO EN LO QUE CREES».
Palabras sobre el paragolpes trasero de una vieja camioneta Ford azul.
Estoy solo en mi auto en Santa Fe, Nuevo México, en enero. En medio de una tormenta de nieve, al anochecer. A lo largo de varias cuadras, lo único que veo con claridad frente a mí es este mensaje en el paragolpes de la camioneta, que se destaca por las luces de freno intermitentes. Avanzo lentamente una cuadra. Paro. Destello de luz. Leo. Avanzo lentamente otra cuadra. Paro. Destello de luz. Vuelvo a leer:
«NO CREAS TODO AQUELLO EN LO QUE CREES».
Estas palabras dejaron una imagen indeleble en mi mente. Me impulsan a recordar todas esas ideas tontas o inútiles que he tenido a lo largo de la vida. Ideas que alguna vez creí que estaban grabadas a fuego en mis neuronas. Ideas que desde entonces descarté cuando nuevas evidencias y experiencias me obligaron a cambiar de opinión.
Muchas veces, al leer viejas anotaciones, pensé: «No puedo creer que alguna vez haya opinado eso». Pero sí, así fue. Y habría defendido mi opinión con todas mis fuerzas en un tribunal de opinión pública.
Por otra parte:
Existen cosas en las que pienso que creo.
Estas convicciones siguen siendo férreas, se mantienen firmes en el curso de mi experiencia. Algunas ideas perduran, sí. La pregunta es, por supuesto, cuáles son. Es una prueba todoterreno, ¿verdad?
El libro Todo lo que hay que saber lo aprendí en el jardín de infantes ha sido publicado ya hace más de quince años. A la luz de mi experiencia con la pegatina del paragolpes en Santa Fe, he reflexionado acerca de si las ideas expresadas en el libro podrían soportar un escrutinio crítico. ¿Todavía respeto las convicciones que ocultaban las historias de ese libro? ¿O he cambiado de opinión? Y si es así, ¿qué debo hacer?
No es muy común que se revise y reedite un libro publicado quince años atrás. ¿Pero por qué? Si el libro puede ser mejorado y ampliado, puede continuar siendo provechoso e importante. El libro sobre el jardín de infantes representa una actitud, un modo de ver la vida. ¿Por qué no reconsiderarla? Y eso hice: observé.
Una vez comenzada mi tarea, realicé más de lo esperado. Eliminé varias historias por completo debido a que resultaban anticuadas, porque realmente he cambiado de opinión o porque tengo una historia nueva que expresa mejor la verdad que quiero transmitir.
Se han agregado veinticinco ensayos. La mayor parte del material original ha sido editada u ordenada para que resulte más clara. El orden ha sido modificado con el fin de ofrecer una continuidad. La forma actual del libro parecería ser la final.
Y sin embargo… ¿Qué pensaré de estos escritos dentro de quince años, si es que estoy vivo para que eso suceda? Si la vida me sonríe, es probable que reconsidere y revise el libro una vez más. Eso espero. La razón seguirá siendo la misma: habré cambiado de opinión, reconocido que ya no creo todo lo que alguna vez creía. O descubriré entonces lo que he descubierto ahora: que muchas de mis convicciones no se han alterado y que merecen ser repetidas. Mi Credo del Narrador es un ejemplo:
Creo que la imaginación es más fuerte que la sabiduría…
Que el mito es más potente que la historia.
Que los sueños son más poderosos que los hechos…
Que la esperanza siempre triunfa sobre la experiencia…
Que la risa es el único remedio para el dolor.
Y creo que el amor es más fuerte que la muerte.
Robert Fulghum, 2003
Para empezar: ¿realmente aprendí todo lo que hay que saber en el jardín de infantes? ¿Todavía creo eso? He aquí el ensayo original, seguido por mi reacción editorial.
Todas las primaveras, durante muchos años, me he impuesto la tarea de escribir una declaración de creencias: un Credo. Cuando era más joven, la declaración abarcaba muchas páginas, pues trataba de cubrir todas las áreas, no quería que hubiese cabos sueltos. Más bien parecía un expediente de la Suprema Corte, como si las palabras pudieran resolver todos los conflictos habidos sobre el significado de la existencia.
Desde hace algunos años el Credo es más breve —a veces resulta cínico, otras cómico y por momentos anodino— pero sigo ocupado en él. Hace poco me propuse acortar la declaración de mis creencias a una sola página y expresarlas con palabras sencillas; era totalmente consciente del idealismo ingenuo que eso implicaba.
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