Mario Mactas - Las perversiones de Francisco Umbral
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- Libro:Las perversiones de Francisco Umbral
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1984
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Las perversiones de Francisco Umbral: resumen, descripción y anotación
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«Tengo que decir que a Umbral lo elegí yo. El editor y la editora me propusieron —era un buen cóctel, lleno de diputados y de industriales y de israelíes, iban y venían las bandejas con gambas y whisky— hacer un libro sobre un escritor, pero no un ensayo, ¿eh?, le das la forma que mejor te parezca, que tenga que ver con la comunicación personal, el diálogo. ¿Una entrevista larga? Bueno, sí, o no, como quieras. Pero el punto de partida es un poco ése, claro».
Mario Mactas
ePub r1.0
Titivillus 23.01.16
Título original: Las perversiones de Francisco Umbral
Mario Mactas, 1984
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Los entrevistadores, las entrevistadoras, las televisiones, las radios, los periódicos. ¿Qué quieren de uno? Seguramente nada. Sólo que uno ya es una cara, y llena un espacio, entre unos minutos, ayuda a ganar unos duros. Todos hemos hecho eso y hemos explotado al famoso, ordeñándole un poco de popularidad y de calderilla. Se puede decir que sí y se puede decir que no a tanta solicitación, pero lo que no se puede hacer de ninguna manera es creerse que eso es la gloria, el triunfo. Bueno, sí, realmente eso es la gloria, el triunfo. Una mierda.
Francisco Umbral
Mi vida ha sido siempre opaca, y la he forzado lo que he podido, líricamente, para que diera otras luces.
Francisco Umbral
MARIO MACTAS (Buenos Aires, 1944).
Tiene 39 años, nació en Buenos Aires y vive en España. Periodista, humorista, guionista de cine (Premio Selezione 1971 en el Festival de Venecia para «Y que patatín y que patatán», dirigida por Mario Sábato) y de televisión, director de programas de radio y de publicaciones en Argentina, Colombia y España, miembro del jurado del Festival Internacional de Teatro de Sitges y del Premio «Strega» de novela, colabora actualmente en diversos medios y tiene en preparación «Demasiados caballos» (poesía) y «¿Por qué no paran los taxis?» (novela). Ha publicado «Lo corrieron de atrás» (Minerva, Buenos Aires, 1974), en colaboración con Carlos Ulanovsky. Es también amansador de caballos.
Cuando llegué a España, hubo una tarde, en Barcelona, y en esa tarde estaba Sara Gallardo tomando horchata —o no era horchata, maldita goma de borrar del tiempo—, con su hija al lado, que es guapísima y llevaba un sombrero a lo Bertolucci, y Sara Gallardo, esos dientes salidos de las señoras bien argentinas, de algunas señoras bien argentinas, tal vez sin recordar que es la mejor escritora en castellano y con los ojos medio lluviosos de melancolía, tenía «El País» en la mano y dijo, el minibigote femenino y comestible mojado de horchata —o no era horchata, maldita goma de borrar del tiempo—:
—Léete la columna de Umbral. Te va a encantar, seguro.
—¿Sí? —yo estaba atento a la línea de horchata, o lo que fuera, en el minibigote femenino y comestible y al sombrero a lo Bertolucci de la hija, y por el fondo pasaba el pintor travestí Ocaña provocando, —se llevaba mucho provocar, entonces— disfrazado de Chaplin, se diría, con el cuello sucio y los anteojos redondos, alguien tocaba un saxo y se vendían y compraban drogas en la Plaza Real bajo las farolas de Gaudí que ahora llegan a mi cabeza como el sombrero de la hija de Sara Gallardo y la melancolía de sus ojos y, sobre todo, el hecho de que en aquella tarde de Las Ramblas yo no sabía quién era Umbral, no lo sabía del todo, y agarré «El País», me lo fui leyendo en el tren a Sitges y cuando el tren llegó a Sitges me acordé de que Sara también había dicho que Joaquín Vidal, el de los toros, escribía muy bien, pero Umbral, Umbral seguro que te va a encantar, ya verás, y me había encantado, allí estaba el hecho en mi cabezota mientras un soplo de quién sabe quién me ponía en el pueblo y camino de mi casa en mi país nuevo —dentro del soplo iban adolescentes con el casette a tope gritando en andaluz hacia la playa— y cómo iba a saber el recién llegado que Umbral sería su llave de entrada a la actualidad verdadera, la que no tiene nada que ver con los cables de las agencias de noticias, sino con una traducción de la vida y de sus bichos desde una inteligencia a veces ladeada en dirección al odio, otras en dirección a la poesía, casi siempre en el ombligo de lo que pasa. Nadie, porque esas cosas no las dice nadie. Para el que va y viene y tiene a veces que quedarse, la televisión, no discutamos. Y, si hay suerte, un escritor de diario, un columnista, como recetas para sumergirse en los códigos desconocidos de las ciudades y los países. La televisión es el río desatado en el cerebro. El columnista es el guiño. Con la televisión sola, no basta. El que va y viene no termina de entender sin el columnista de genio, el traductor de la tribu. Si el que va y viene, además tiene a veces que quedarse, sólo se salva, sólo penetra si encuentra al columnista. Yo encontré a Umbral. Lo juro por la película de horchata —¿era horchata?— que embellecía un poco puercamente el minibigote de Sara Gallardo, en Las Ramblas, hace ahora, qué vértigo, siete años.
He gastado los años y me han gastado (lo dijo, más o menos, El Viejo) y en este verano del 84, con sierras amarillas y azules en la ventana —debí seguir el consejo de Blaise Cendrars: trabajar de cara a una pared gris, porque los paisajes distraen, baja uno a caminar por ahí, a hablar con las lagartijas como un santo absurdo, termina trabajando con angustia y remordimiento, y no es eso, no es eso— escribo el prólogo del hombre que fue mi llave y con el que he conversado cinco o seis tardes de calor asesino que grabé y mastiqué. España, que así se llama su mujer, bella, escéptica y un punto amarga —gota de Angostura en el gin-tonic, digamos— anduvo por allí, casi de puntillas y arregló las cosas para que fueran menos difíciles: Paco no está, le diré a Paco, Paco no tenía tu teléfono, Paco trabaja por las mañanas, Paco te espera, a Paco le gustaría ir viendo lo que escribes, Paco está muy solicitado por la radio y la tele, Paco, Paco, Paco. España es fotógrafo(a) de talento, sobre todo cuando va de retratos. Se diría que Umbral la ha modelado a su gusto y que el invento no está mal. Piensan seguir juntos, me parece, lo cual no es poco, si se tiene en cuenta el terremoto personal, de a dos, colectivo, de todo, que el final del siglo nos ofrece.
Tengo que decir que a Umbral lo elegí yo. El editor y la editora me propusieron —era un buen cóctel, lleno de diputados y de industriales y de israelíes, iban y venían las bandejas con gambas y whisky— hacer un libro sobre un escritor, pero no un ensayo, ¿eh?, le das la forma que mejor te parezca, que tenga que ver con la comunicación personal, el diálogo. ¿Una entrevista larga? Bueno, sí, o no, como quieras. Pero el punto de partida es un poco ése, claro.
Para llegar hasta Umbral en estado de pureza, tuve que apartar el prejuicio y la manigua de conceptos mezclados con broncas, odios y heridas que el personaje despierta, tal vez alimente, seguramente disfruta: vive en una casa inmunda, con un olor a meada de gato espantoso, es cruel, es arbitrario, no se soporta su vanidad, es un tipo soberbio (¿en qué sentido, Dios?), se trata de un oportunista lamentable, era fascista y ahora es rojo, es un resentido, siempre escribe sobre él, es el rey del autobombo, se finge enfermo para que le presten un poco de atención («Decirlo una vez más. Escribirlo una vez más. La salud es un delicado equilibrio de deflagraciones. La cabeza que suena, los ojos que duelen, los oídos que pitan, la garganta que escuece, el vientre que sufre, los enfisemas, los vértigos, el insomnio, el miedo, las caries, las infiltraciones hiliares, las arritmias, la tos. Estamos vivos de milagro. Lo científico sería morirse en seguida.»), es un resentido social, odia y ama a los ricos, moriría por ser título, se quiere demasiado («Dejo la mano en mi pecho y hago amistad conmigo mismo.»), escribe todo lo que piensa y publica todo lo que escribe, es un degenerado y un corruptor («Las ninfas, con sus ojos ligeros y sus bocas de agua, las ninfas, siempre a contracorriente de mi vida, pasan, pasan, y hay la ninfa de cada mañana, efébica y sonriente, y la ninfa de cada atardecer, seria, sola, dura, con su descuido de muchacho y su belleza venidera. Las ninfas, obsesión de tu vida, la luz se curva en ellas, el día canta en la estepa adolescente de su pelo. Ninfas que han pasado por tu vida, ninfas por las que has pasado, la niña lírica con su aura de colegio, la llama rubia que me incendió el tiempo para siempre.»), esto, lo otro, una vez, otra.
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