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José Ignacio de Arana - Diga 33: Anecdotario médico

Aquí puedes leer online José Ignacio de Arana - Diga 33: Anecdotario médico texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2003, Editor: ePubLibre, Género: Religión. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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José Ignacio de Arana Diga 33: Anecdotario médico

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El presente libro reúne en sus páginas algunas anécdotas médicas dignas de - photo 1

El presente libro reúne en sus páginas algunas anécdotas médicas dignas de contarse, como la de llamar al pediatra pederasta, o la de confundir una biopsia con una autopsia, o ir al dentista con «pedorrea» en vez de piorrea. Su procedencia es muy variada: muchas las ha vivido el propio autor en el curso de veinticinco años de ejercicio profesional; otras, se las han contado colegas durante divertidas tertulias o han sido recopiladas de los escasos anecdotarios que se han publicado. En cualquier caso, créanselas todas sin excepción; la realidad es muchas veces más divertida que la ficción.

José Ignacio de Arana Diga 33 Anecdotario médico ePub r14 Titivillus 230918 - photo 2

José Ignacio de Arana

Diga 33: Anecdotario médico

ePub r1.4

Titivillus 23.09.18

José Ignacio de Arana, 2003

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Para Mercedes como todo Y para Almudena Mercedes Ignacio y Rodrigo A todos - photo 3

Para Mercedes, como todo. Y para Almudena, Mercedes, Ignacio y Rodrigo.

A todos los colegas que me han brindado sus recuerdos.

JOSÉ IGNACIO DE ARANA Madrid 1948 Es doctor en Medicina y Cirugía por la - photo 4

JOSÉ IGNACIO DE ARANA (Madrid, 1948). Es doctor en Medicina y Cirugía por la Universidad Complutense de Madrid y especialista en Pediatría. Miembro de número de la Asociación Española de Médicos Escritores, es autor, aparte de más de 200 artículos de revistas, de varios libros, como «Relatos médicos», «La salud de tu hijo», de la serie «Historias curiosas» y Diga 33 (con dieciocho ediciones, ha sido traducido al italiano y al portugués). Publica semanalmente una columna sobre lenguaje en Diario Médico. Ha sido ganador de numerosos Premios de Relato nacionales e internacionales y jurado de varios certámenes literarios.

Prólogo

El ejercicio de la medicina constituye una forma de ser y de estar en la vida y ante la vida. Es una de las poquísimas dedicaciones humanas que pueden definirse con exactitud utilizando el término de profesión; las otras serían la vida religiosa, el derecho, la enseñanza y la milicia. Todas las demás, si bien se mira, no pasan de ser oficios más o menos sofisticados por los adelantos técnicos o científicos que cada uno posee. La medicina es una auténtica profesión porque quien se dedica a su práctica profesa una vocación de servicio e impregna su vida entera, hasta los últimos entresijos, con esa voluntad de servir.

El médico tiene su campo de actuación principal en el contacto directo con los seres humanos. Aunque la medicina moderna prodigue los grandes centros sanitarios, promueva la formación de equipos de atención y tienda a transformar a los médicos en funcionarios o empleados como los de cualquier servicio público, su profesión adquiere sentido en el encuentro personal, íntimo, transido de confianza, entre el médico y su paciente. El enfermo, que requiere y exige las prestaciones que hoy le puede proporcionar el ultratecnificado mundo sanitario, busca también ese diálogo entre persona y persona, a solas, durante el cual puede descargar sus vivencias, su alma, sobre los sentidos y el alma de su médico. Los métodos complementarios de diagnóstico y tratamiento, aunque en ocasiones ocupen un aparente primer puesto por su deslumbrante aparatosidad y su prestigio de innovación científica, no serán nunca sino meros auxiliares de aquel diálogo. Siempre fue así y así debe continuar siendo si queremos que esa profesión se siga llamando medicina y no deseamos verla convertida en una suerte de biología especializada en un ser vivo más, por muy peculiar que sea éste desde el punto de vista morfológico o funcional.

El médico durante el trato con su paciente es también una persona que ve transformada su intimidad; que asume el dolor, la angustia, la esperanza o la desesperanza de quien se confía a él; que integra todo ello en su propia vivencia, le da sentido y busca el modo de cumplir aquella máxima que preside toda su actuación: curar, a veces; aliviar, a menudo; consolar, siempre. Pero, además, una vez finalizada su misión en este o aquel caso, el médico rememora lo escuchado y vivido, se libera entonces del acuciante compromiso asistencial y contempla por un momento todo aquello con ojos de espectador. Y se da cuenta de que acaba de asistir a un suceso humano que merece la pena contarse. En unos casos habrá sido una situación dramática durante la cual se puso de manifiesto, en carne viva, una de esas cualidades del ser humano que lo definen como imagen de Dios o de las que nos hacen comprender que en nosotros habita también un rasgo demoníaco. En cualquiera de ambas circunstancias su relato podrá tener un valor didáctico para el oyente o lector aparte del que tenga como mera narración, que no es poco: será difícil para la imaginación de un novelista encontrar rasgos y personajes completos de la riqueza de esos seres de carne y hueso que aparecen tan a menudo frente a los médicos.

Otros casos harán brotar la sonrisa o desencadenarán la carcajada por lo que tienen de jocoso en su lenguaje o en las circunstancias concretas en que se desarrollaron. Ambas reacciones están bien; sirven de catarsis, de desahogo a una jornada o a muchas en que se ha vivido con el ánimo en tensión, los cinco sentidos alerta, la conciencia en guardia y el alma en vilo. El recuerdo o el relato de estas situaciones está desprovisto de la más mínima connotación peyorativa o ridiculizadora hacia la persona que las protagoniza; se desprenden de nombres y pasan a ser bienes mostrencos de los que puede disfrutar el primero que los alcance.

El presente libro reúne en sus páginas algunos de estos sucesos dignos de contarse. La procedencia de las anécdotas que aquí incluyo es muy variada. Muchas las he vivido yo mismo en el curso de veinticinco años largos de ejercicio profesional en hospitales y consultas; las conozco, pues, utilizando la terminología forense, «de ciencia propia». Otras me las han contado colegas durante divertidas tertulias en las que los temas científicos de conversación han dejado paso a la evocación de hechos puntuales que rompen la monotonía y la aridez de los discursos puramente técnicos. Algunas han aparecido escritas en los escasos anecdotarios que se han publicado, siempre en condiciones editoriales muy restringidas, por lo que no han llegado al conocimiento del lector no médico. No sé de ningún médico que no haya pensado más de una vez en poner por escrito sus vivencias anecdóticas que de no ser así suelen olvidarse con el trajín cotidiano; sin embargo, ese deseo se queda casi siempre en la nebulosa de las buenas intenciones o todo lo más en unas anotaciones presurosas y volanderas en alguna cuartilla que termina por traspapelarse. Unas pocas de las anécdotas que van a continuación me han sido referidas por pacientes que fueron sus protagonistas o testigos presenciales; estos casos demuestran que nunca faltan personas capaces de asumir con buen humor sus errores o meteduras de pata, lo que es muy de agradecer y hasta de alabar en una sociedad tan crispada como la nuestra.

Los lectores que se acerquen a este libro serán de dos tipos. Por un lado estarán los médicos y sus familiares y allegados. Para éstos su contenido les habrá de servir de distracción y con mucha probabilidad evocarán el recuerdo de hechos que conocen por su personal experiencia. Nada les extrañará, y estoy seguro de que cada lector de este grupo podría aportar unas cuantas anécdotas más.

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