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Arana - Grandes polvos de la historia

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Arana Grandes polvos de la historia
  • Libro:
    Grandes polvos de la historia
  • Autor:
  • Editor:
    Grupo Planeta
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  • Año:
    2012
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Grandes polvos de la historia: resumen, descripción y anotación

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Índice Para Mercedes como todo Y para Almudena Mercedes Ignacio Rodrigo - photo 1

Índice

Para Mercedes, como todo.

Y para Almudena, Mercedes, Ignacio, Rodrigo y Manuel.

P RÓLOGO

Cuando comenté con algunos allegados mi intención de escribir un libro de las características de este, alguien muy próximo me dijo seriamente: «¿Qué hay que escribir de la sexualidad estando ya el Kamasutra?». Confieso que por unos instantes se me pusieron los pelos de punta y se desmoronaron los esquemas que yo había ido estableciendo mentalmente para comenzar la escritura. Un pensamiento negro como el ala de un cuervo se apoderó fugazmente de mi cabeza: pero ¿qué idea tiene la gente de lo que es la sexualidad, un concepto que encierra una gama tan amplia de matices que, desde luego, ni empiezan ni acaban en el acto sexual? Sin embargo, esa alusión me sirvió de revulsivo, primero, y de punto de referencia, inmediatamente después. El libro que hubiera de escribir habría de alejarse todo lo posible, y es mucho, de esa idea que no albergaba solo el cerebro de mi amigo, sino que se asienta en el de gran número de personas de cualquier nivel social y cultural y, por supuesto, de ambos sexos, aunque predominen mayoritariamente entre los del masculino.

La convivencia entre hombres y mujeres es, aparte de obligada, el motor de una gran mayoría de los comportamientos humanos, empezando por los que se derivan de la existencia de la familia, pasando por los cada día más frecuentes de índole laboral y llegando hasta cualesquiera de las formas de entender, sentir y expresar el principio fundamental que mueve la existencia humana; a saber: la búsqueda de lo verdadero, lo bueno y lo bello. La historia está llena de modelos de esta forma de entender la sexualidad y nos lo muestra reflejado, además de en la documentación de las crónicas, a través de dos de los procedimientos en que el hombre se perpetúa y deja constancia de su mundo: la creación artística y la literaria. Tres creadores de nuestro tiempo han plasmado en sus obras, a mi juicio de manera extraordinariamente clara, esa realidad. El primero es el noruego Ibsen, quien en alguna de sus obras, en especial en Casa de muñecas, presenta un panorama de enfrentamiento entre las visiones masculina y femenina de la sociedad y de sus conflictos; su literatura se tiene por muchos como uno de los más precoces y duros alegatos del llamado feminismo, una corriente de pensamiento con más sombras que luces en su posterior desenvoltura. El segundo es nuestro Federico García Lorca con obras como La casa de Bernarda Alba o Yerma, ambas tragedias en las que dos formas de entender la vida se oponen frontal y dramáticamente. Y el tercero, el norteamericano Woody Allen: la mayoría de sus películas son retratos del natural de las relaciones entre hombres y mujeres, actuales pero igualmente intemporales, vistos en situaciones tan cotidianas como podían serlo los retratos de los pintores holandeses del siglo XVII ; cierto que para el brillante cineasta, judío de estirpe como Freud e hijo de una cierta cultura americana, las relaciones de pareja o de sexos, no necesariamente de tálamo, deban pasar con demasiada frecuencia por el filtro del diván del psicoanalista.

La Historia con mayúscula, la que ocupa las páginas de los grandes libros de la materia, recoge episodios en cuyo inicial impulso encontramos solemnes intenciones o sublimes intereses. Sin embargo, la intrahistoria en que le gustaba hurgar a Unamuno está repleta de motivaciones mucho más a ras de tierra. Y entre las fundamentales figura la sexualidad de sus protagonistas o de los actores de segunda, tercera fila o del coro. Una sexualidad que puede mostrarse enriquecida y adornada como amor, pero que otras veces, quizá una mayoría, lo hace como simple atracción sexual de un hombre por una mujer o viceversa. Además que, siendo como es la sucesión de las generaciones el cañamazo de la Historia, en muchas ocasiones esta se verá truncada o desviada en su curso por causa precisamente de circunstancias derivadas de la actividad sexual. Una impotencia, una infertilidad, una frigidez, un nacimiento fuera de las fronteras de la legitimidad conyugal han sido frecuentes argumentos en el drama o tragicomedia históricos.

El instinto de conservación individual, con todos los mecanismos y energías que mueve para su realización, no es el más importante de los que rigen en los arcanos de los seres vivos. Es, como mucho, el primer paso, sin el cual ciertamente sería imposible hacer un camino; pero solo eso, el movimiento inicial para lo que se va a convertir en una caminata de mucho mayor alcance y sobre todo trascendencia en el sentido literal de este término. La función más importante de cualquier ser vivo no es tanto, según el dictado del Génesis —similar, por cierto, al de todos los relatos que en las más distintas culturas narran o idealizan su origen—, la de «crecer», sino la de «multiplicaos y dominad la tierra». La fuerza más poderosa es la de perpetuar la vida, la de reproducirse. La reproducción asegura que las especies no se acaben con la muerte ineludible de los individuos.

Existe en los asuntos del sexo una cuestión radical que enunciaremos así: es necesario distinguir entre instinto sexual y sexualidad. En realidad, la distinción puede complicarse un poco en cuanto que se trata de hacerlo entre lo que es un todo y lo que no es más que una parte. Al instinto sexual otros lo denominan hambre sexual, reuniendo así la referencia a los dos instintos primordiales, y aun otros, los más refinados y actuales de la lingüística, lo llaman libido, con palabra aprendida de Freud y de su oceánica creación psicoanalítica. Pero es menester afirmar que así como el hambre no es más que una manifestación vegetativa, absolutamente inconsciente y difícilmente reprimible, del instinto de conservación, la libido lo es del más complejo instinto sexual. De confundir ambos conceptos solo podrán derivarse, y así lo hacen, muchos conflictos en la vida de relación del ser humano. La sexualidad abarca todo lo referente a las relaciones no solamente genitales entre hombre y mujer, sino afectivas y de comportamiento en general; y asimismo tienen connotaciones sexuales gran parte de las acciones individuales y colectivas de cada sexo, como se encargó de exponer Marañón en sus Ensayos sobre la vida sexual.

Hay muchos rasgos distintivos entre la sexualidad humana y la animal, pero quiero traer aquí a colación uno de los que tienen mayor significación para todo lo implicado en las relaciones de este tipo. En una mayoría de los animales, desde luego en casi todos los mamíferos, nuestros más próximos «parientes», las hembras tienen durante sus años de capacidad procreadora una fertilidad solo periódica; también la mujer. Únicamente en determinados, y por lo común muy cortos, períodos de tiempo son susceptibles de ser fecundadas, porque solo entonces sus órganos genitales internos, los ovarios, producen óvulos y estos tienen una supervivencia de pocos días una vez salidos del ovario. Por lo tanto, la inseminación fuera de esos plazos será infecunda, estéril. El organismo de las hembras se transforma profundamente durante ese ciclo de la ovulación; cambian aspectos fisiológicos, físicos, morfológicos y hasta de comportamiento. Todos juntos, pero sobre todo estos últimos, la hacen atractiva al macho, que la buscará para obtener una fecundación eficaz. Es el denominado período de celo, que puede ocurrir una sola vez al año o con una mayor periodicidad como la bianual o la mensual. La mujer tiene un ciclo fértil mensual o, por mejor decir, solunar, pues sigue más el ritmo de la Luna que la rigurosidad del calendario, sin que se haya establecido con certeza el motivo de tan singular cadencia. Pero, a diferencia de otras hembras, ni el deseo ni la capacidad de atracción hacia el otro sexo se encuentran en ella sometidos a esas variaciones temporales, sino que son continuos durante todos los días; con altibajos, cierto es, pero permanentes. En el hombre sucede otro tanto, aunque en él no dependa de ciclos de producción de espermatozoides, que es incesante desde la adolescencia hasta bien entrada la senectud. Esto da ocasión a que las relaciones sexuales entre hombres y mujeres se ejerzan en cualquier momento, cegando la pasión el objetivo para el que primordialmente están destinadas.

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