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Brian Weiss - Muchas vidas, muchos maestros

Aquí puedes leer online Brian Weiss - Muchas vidas, muchos maestros texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Ciudad: Barcelona, Año: 2014, Editor: Penguin Random House Grupo Editorial España, Género: Ciencia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Brian Weiss Muchas vidas, muchos maestros
  • Libro:
    Muchas vidas, muchos maestros
  • Autor:
  • Editor:
    Penguin Random House Grupo Editorial España
  • Genre:
  • Año:
    2014
  • Ciudad:
    Barcelona
  • Índice:
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Muchas vidas, muchos maestros: resumen, descripción y anotación

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La historia real de un psiquiatra, su joven paciente y la terapia de regresión que cambió sus vidas para siempre. Un punto de encuentro entre ciencia y metafísica. El doctor Brian Weiss, jefe de psiquiatría del hospital Mount Sinai de Miami, relata en éste, su primer libro, una asombrosa experiencia que cambió por completo su propia vida y su visión de la psicoterapia. Una de sus pacientes, Catherine, recordó bajo hipnosis varias de sus vidas pasadas y pudo encontrar en ellas el origen de muchos de los traumas que sufría. Catherine se curó, pero ocurrió algo todavía más importante: logró ponerse en contacto con los Maestros, espíritus superiores que habitan los estados entre dos vidas. Ellos le comunicaron importantes mensajes de sabiduría y de conocimiento. Este relato, profundamente conmovedor, punto de encuentro entre ciencia y metafí­sica, constituyó un extraordinario best seller y sigue siendo de obligada lectura en un mundo convulsionado, en especial para los que buscan un sentido espiritual.

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Luz

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A Carole, mi esposa, cuyo amor me ha

nutrido y sustentado por más tiempo

del que puedo recordar

Estamos juntos hasta el fin de los tiempos

Cuando vi a Catherine por primera vez, ella lucía un vestido de color carmesí intenso y hojeaba nerviosamente una revista en mi sala de espera. Era evidente que estaba sofocada. Había pasado los veinte minutos anteriores paseándose por el pasillo, frente a los consultorios del departamento de Psiquiatría, tratando de convencerse de que debía asistir a su entrevista conmigo en vez de echar a correr.

Fui a la sala de espera para saludarla y nos estrechamos la mano. Noté que las suyas estaban frías y húmedas, lo cual confirmaba su ansiedad. En realidad, había tenido que reunir valor durante dos meses para pedir esa cita conmigo, pese a que dos médicos del personal, hombres en quienes ella confiaba, le habían aconsejado insistentemente que me pidiera ayuda. Finalmente, allí estaba.

Catherine es una mujer extraordinariamente atractiva, de ojos color avellana y pelo rubio, medianamente largo. Por esa época trabajaba como técnica de laboratorio en el hospital donde yo era jefe de Psiquiatría; también se ganaba un sobresueldo como modelo de trajes de baño.

La hice pasar a mi consultorio y la conduje hasta un gran sillón de cuero que había tras el diván. Nos sentamos frente a frente, separados por mi escritorio semicircular. Catherine se reclinó en su sillón, callada, sin saber por dónde empezar. Yo esperaba, pues prefería que fuera ella misma quien eligiera el tema inicial; no obstante, al cabo de algunos minutos empecé a preguntarle por su pasado. En esa primera visita, comenzamos a desentrañar quién era ella y por qué acudía a verme.

En respuesta a mis preguntas, Catherine reveló la historia de su vida. Era la segunda de tres hijos, criada en el seno de una familia católica conservadora, en una pequeña ciudad de Massachusetts. Su hermano, tres años mayor que ella, era muy atlético y disfrutaba de una libertad que a ella nunca se le permitió. La hermana menor era la favorita de ambos padres.

Cuando empezamos a hablar de sus síntomas se puso notablemente más tensa y nerviosa. Comenzó a hablar más deprisa y se inclinó hacia delante, con los codos apoyados en la mesa. Su vida siempre había estado repleta de miedos. Tenía miedo del agua; tenía tanto miedo de asfixiarse que no podía tragar píldoras; también la asustaban los aviones, y la oscuridad; la aterrorizaba la idea de morir. En los últimos tiempos, esos miedos habían comenzado a empeorar. A fin de sentirse a salvo solía dormir en el amplio ropero de su apartamento. Sufría dos o tres horas de insomnio antes de poder conciliar el sueño. Una vez dormida, su sueño era ligero y agitado; se despertaba con frecuencia. Las pesadillas y los episodios de sonambulismo que habían atormentado su infancia empezaban a repetirse. A medida que los miedos y los síntomas la iban paralizando cada vez más, mayor era su depresión.

Mientras Catherine hablaba, percibí lo profundo de sus sufrimientos. En el curso de los años, yo había ayudado a muchos pacientes como ella a superar el tormento de los miedos; por eso confiaba en poder prestarle la misma ayuda. Decidí que comenzaríamos por ahondar en su niñez, buscando las raíces originarias de sus problemas. Por lo común, este tipo de indagación ayuda a aliviar la ansiedad. En caso de necesidad, y si ella lograba tragar píldoras, le ofrecería alguna medicación suave contra la ansiedad, para que estuviera más cómoda. Era el tratamiento habitual para sus síntomas, y yo nunca vacilaba en utilizar sedantes (y hasta medicamentos antidepresivos) para tratar las ansiedades y los miedos crónicos y graves. Ahora recurro a ellos con mucha más moderación y sólo durante breves períodos, si acaso. No hay medicamento que pueda llegar a las verdaderas raíces de estos síntomas. Mis experiencias con Catherine y otros pacientes como ella así me lo han demostrado. Ahora sé que se puede curar, en vez de limitarse a disimular o enmascarar los síntomas.

Durante esa primera sesión yo trataba, con suave insistencia, de hacerla volver a la niñez. Como Catherine recordaba asombrosamente pocos hechos de sus primeros años, me dije que debía analizar la posibilidad de utilizar la hipnoterapia como una posible forma de abreviar el tratamiento para superar esa represión. Ella no recordaba ningún momento especialmente traumático de su niñez que explicara esos continuos miedos en su vida.

En tanto ella se esforzaba y abría su mente para recordar, iban emergiendo fragmentos aislados de memoria. A los cinco años había sufrido un ataque de pánico cuando alguien la empujó desde un trampolín a una piscina. No obstante, dijo que incluso antes de ese incidente no se había sentido nunca cómoda en el agua. Cuando Catherine tenía once años, su madre había caído en una depresión grave. El extraño modo en que se alejaba de su familia hizo que fuera necesario consultar con un psiquiatra y someterla a electrochoque. Debido a ese tratamiento a su madre le costaba recordar cosas. La experiencia asustó a Catherine, pero aseguraba que, cuando su madre mejoró y volvió a ser como siempre, esos miedos se disiparon. Su padre tenía un largo historial de excesos alcohólicos; a veces, el hijo mayor tenía que ir al bar del barrio para recogerlo.

El creciente consumo de alcohol lo llevaba a reñir frecuentemente con la madre de Catherine, quien entonces se volvía retraída y malhumorada. Sin embargo, la muchacha consideraba eso como un patrón familiar aceptado.

Fuera de casa todo iba mejor. En la escuela secundaria salía con muchachos y mantenía un trato fácil con sus amigos, a la mayoría de los cuales conocía desde varios años atrás. Sin embargo, le resultaba difícil confiar en la gente, sobre todo en quienes no formaban parte del reducido círculo de sus amistades.

En cuanto a la religión, para ella era simple y no se planteaba dudas. Se le había enseñado a creer en la ideología y las prácticas católicas tradicionales, sin que ella pusiera realmente en tela de juicio la verdad y validez de su credo. Estaba segura de que, si una era buena católica y vivía como era debido, respetando la fe y sus ritos, sería recompensada con el paraíso; si no, sufriría el purgatorio o el infierno. Un Dios patriarcal y su Hijo se encargaban de esas decisiones definitivas. Más tarde descubrí que Catherine no creía en la reencarnación; de hecho, sabía muy poco de ese concepto, aunque había leído algo sobre los hindúes. La idea de la reencarnación era contraria a su educación y su comprensión. Nunca había leído sobre temas metafísicos u ocultistas porque no le interesaban en absoluto. Estaba segura de sus creencias.

Terminada la escuela secundaria, Catherine cursó dos años de estudios técnicos, que la capacitaron como técnica de laboratorio. Contando con una profesión y alentada por la mudanza de su hermano a Tampa, Catherine consiguió un puesto en Miami, en un gran hospital asociado con la Universidad de Miami. Ciudad a la que se trasladó en la primavera de 1974, a la edad de veintiún años.

La vida de Catherine en su pequeña ciudad había sido más fácil que la que tuvo que llevar en Miami; sin embargo, le alegraba haber escapado a sus problemas familiares.

Durante el primer año que pasó allí conoció a Stuart: un hombre casado, judío y con dos hijos; diferente en todo de los hombres con quienes había salido. Era un médico de éxito, fuerte y emprendedor. Entre ellos había una atracción irresistible, pero las relaciones resultaban inestables y tempestuosas. Había algo en él que despertaba las pasiones de Catherine, como si la hechizara. Por la época en que ella inició la terapia, su relación con Stuart iba por el sexto año y aún conservaba todo su vigor, aunque no marchara bien. Catherine no podía resistirse a él, aunque la trataba mal y la enfurecía con sus mentiras, sus manipulaciones y sus promesas rotas.

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