Este número 58 de Jornadas se terminó
de imprimir el día 15 de abril
de 1966 en los talleres de Gráfica
Panamericana, S. de R. L., miembro
de la Cámara Nacional de la Industria
Editorial, registro N° 86. Se imprimieron
1 500 ejemplares y la edición
estuvo al cuidado deLilia Diaz
López y de Luis Muro Arias, Secretario
de Publicaciones de El Colegio
de México.
IDEOLOGÍA Y DESARROLLO: EL CASO DEL PARTIDO APRISTA PERUANO
En este trabajo me propongo contestar a dos series de preguntas muy distintas, unas respecto a la función de las ideologíaspolíticas en los países en proceso de desarrollo. Las otras se refieren a un caso muy particular, el del partido aprista peruano.
Todo el mundo convendrá en que el uso de una palabra comoel de “ideología” no siempre es muy riguroso. Para unos, la ideología no es más que una red de mentiras y absurdos. Para otros, los mismos enunciados que los primeros enuncian como ideológicos (liberación del hombre por el hombre, fin de la explotación, auto-determinación), constituyen las más grandes verdades que lamente pueda alcanzar y la acción realizar.
Trataré de demostrar que ninguna de estas dos proposicioneses aceptable. Pero unos y otros están de acuerdo en que por ideología hay que entender una representación estilizada de la evolución social del universo y de las tareas que esperan a los interesadosen transformarlo, visión sintética de la Historia, la ideología estambién un programa, un plan de acción. Y es esta doble pretensión de “hacer una suma” de la experiencia y fundar una acciónlibre y necesaria a la vez sobre un saber absoluto, la que es considerada como la más extravagante confusión. Comencemos poradvertir que en el desarrollo de este trabajo, nunca se tomará conel matiz de desprecio que se nota tanto cuando se opone la ideología a la “ciencia” o aun a la filosofía. Es cierto que la mayorparte de las grandes ideologías modernas mezclan proposiciones, de las cuales algunas se pueden comprobar (es decir, son susceptibles de ser consideradas verdaderas o falsas) a juicios válidos o a meras exhortaciones, la regla lógica de una consigna como “Proletarios de todos los países,untos” es, evidentemente, muy diferente a la de una ley —o de una pseudo-ley— como: “la tasa dela ganancia tiende a bajar a medida que el equipo fijo es substituido por la fuerza de trabajo”. Pero no hay ninguna razón paradesestimar a la ideología marxista fingiendo que no contiene másque fantasías disfrazadas en afirmaciones científicas. Este puntode vista que ha sido popularizado por lectores influidos por Pareto, no descuida solamente el hecho de que las proposiciones deMarx respecto a la baja intencional de la tasa de la ganancia, aunsi evidentemente contribuye a penetrar en los partidarios, la esperanza escatológica puede ser destacada de ahí para ser eventualmente reincorporada a una ideología de diferente afiliación. Ignora una de las funciones de toda ideología, que no es solamente lade expresar los conflictos y las tensiones que destrozan a ciertacategoría de individuos o a un cierto número de grupos sociales.
Las ideologías nos suministran una información, es cierto, generalmente muy burda. Pero como esta información es remitidapor nosotros bajo forma de proyectos que fracasan o que tienenéxito, de previsiones comprobadas o invalidadas, podemos tomarfrente a ella una distancia mínima y aprender a tratarla no comosi tuviera el poder mágico de crear las cosas que evoca, sinocomo si nos volviera sensibles ciertos aspectos de un mundo yapreexistente sobre el cual nos ilustra, ilustrándonos sobre nosotros mismos.
O para decir las cosas de otro modo, nada nos obliga a tratara las ideologías como si no fueran más que un sistema de creencias o de ritos mágicos, de fantasías o de conductas que se proyectan. Es más prudente ver en ellas un lenguaje que puede, segúnel grado de precisión, de rigor —y también de éxito— con elque lo hablamos, elevarse hasta la elegancia del algoritmo o degradarse hasta la inconsistencia de tartamudear. Es cierto que laaptitud de hablar la lengua ideológica, de crear imágenes conmovedoras y seductoras, de articular los razonamientos que convencen, de inventar o rejuvenecer los símbolos que establecen entre el orador, el escritor y su público, una comunicación que primero los acerca, después los une, no depende solamente del talento o de las disposiciones del orador, sino también del material simbólico que tenga a su disposición. Por ejemplo, hacer sentir a los peruanos en 1930 las dimensiones características del mundo en que viven, es tanto más difícil cuanto que las palabras, los conceptos, las categorías lingüísticas y analíticas a las cuales recurre espontáneamente el orador —cuya formación, por lo menos intelectual es europea— probablemente quedan como letra muerta para su auditorio.
Como todas las lenguas, la ideología corre dos riesgos. Acabo de mencionar el de la banalidad. No hay que olvidar el de la inadecuación que puede conducir a una especie de esquizofrenia que aparta la ideología del mundo que sin embargo ella misma se considera capaz no solamente de interpretar, sino de cambiar.
Pero que un lenguaje pueda volverse insignificante a fuerza de banalidad, o al contrario a fuerza de singularidad, no quiere decir que todo lenguaje sea insignificante. Además, si la ideología es un lenguaje, no hay razón para preguntarse si una ideología es más verdadera que otra, como tampoco si el francés es más exacto que el castellano. Pero por lo mismo que las proposiciones verdaderas o falsas pueden expresarse tanto en castellano como en francés, ocurre igual con las ideologías que aceptan, por así decir, indistintamente afirmaciones tontas, extravagancias, contradicciones, inconsistencias, sino también afirmaciones empíricamente comprobables —o simples proposiciones de sentido común—.
Sin embargo, los ideólogos ¿no afirman la verdad absoluta de la ideología que propugnan? Si se pudiera demostrar a un marxista que la “ley” de la ‘‘baja intencional de la tasa de la ganancia es falsa”, a sus ojos, la “visión del mundo” que se encuentra ahí asociada sigue siendo globalmente verdadera. No carece de razón pensar que si aún cada una de las tesis del gran pensador alemán fuera descalificada una tras otra, ya sea como radicalmente falsa o como dudosa, la “verdad” del marxismo seguiría siendoabsoluta para nuestro marxista. La verdad de la ideología no esverdad de comprobación, sino de evidencia inmediata e implícita. Sobre este punto también, la comparación con el lenguajepuede comprobarse como provechosa. Cada lenguaje pone en relieve ciertas dimensiones temporales, distingue con cuidado relaciones lógicas, descuidadas o confundidas en otros sistemas lingüísticos. Pero no dice nada en cuanto a la frecuencia y a larealidad empírica de estas relaciones. Él nos enseña solamente aver las cosas en cierta perspectiva, a esperar a que se desarrollensegún cierto encadenamiento, que nos sean dadas en determinadoorden. Pero es a nosotros evidentemente a quienes nos toca reconocer, entre las diversas categorías que el idioma pone a nuestradisposición, las que son actualizadas en una determinada situación. Diré lo mismo de las ideologías. Ellas nos ofrecen un sistema más o menos coherente y más o menos cerrado, “claves” parapercibir un universo social cambiante. Por “claves” consideroaquí a los esquemas más o menos explícitos por medio de loscuales percibimos, interpretamos y reconstruimos, en particularnuestras relaciones con el prójimo. Unas son construidas en tornoa un tema central y aun único. Otras en torno a un gran númerode temas, independientes o hasta contradictorios. El conjunto deestos esquemas es más o menos abierto o cerrado, quiero decirque para un grado de coherencia dado, una ideología se muestramás o menos permeable a los cambios surgidos en el mundo.