El cambio climático es una realidad indiscutible cuyos efectos ya estamos notando y, si no lo frenamos, los resultados serán catastróficos para la humanidad. Las decisiones que tomamos día tras día tienen un impacto directo en el medio ambiente y si las cambiamos podemos conseguir que nuestra huella ambiental se reduzca al mínimo. ¿Pero cuáles son las acciones que de verdad lo protegen? ¿Qué dieta es la más respetuosa? ¿Es mejor comprar un coche eléctrico? ¿Por qué el recibo de la luz es tan caro si la luz solar y el viento son gratis? ¿Existe la obsolescencia programada? ¿Cómo puedo reducir la huella ecológica de mi casa o la de mis vacaciones?
En este libro, J. M. Mulet desmiente muchos de los bulos sobre el cuidado del medio ambiente desde una perspectiva científica. Así, descubriremos que buena parte de las propuestas que han defendido las organizaciones ecologistas durante estos años no tienen una base científica y que, de aplicarlas, los resultados pueden ser nefastos para los ecosistemas
Todo lo que la ciencia dice que puedes hacer para conservar el planeta y los ecologistas no te dirán nunca
J. M. Mulet
Introducción
Una verdad verdadera
El planeta se está calentando a causa de la actividad humana. Todos los estudios científicos apuntan en este sentido y estamos más que razonablemente seguros de ello. Punto. No hay más.
Es cierto que estudiar el clima es muy complicado por la gran cantidad de variables que debemos manejar. Además, solo podemos trabajar a partir de modelos. Unos son mejores y otros peores; unos modelos explican bien un aspecto, pero fallan en otros. Pero al final, tras haber probado diversos modelos —y a partir de muchas observaciones y datos—, podemos extraer una tendencia que apunta en una sola dirección. El planeta se está calentando por la acción humana. Así que ya no valen excusas ni argumentos del tipo «es solo una hipótesis» o «los remedios pueden ser peor que la enfermedad».
En los años setenta los modelos predecían que la Tierra estaba entrando en una nueva glaciación. Podemos ver noticias de prensa que alertaban de la nueva Edad de Hielo con una vehemencia que hacía prever que en breve se verían osos polares en Times Square y pingüinos anidando en Mallorca. Eso pasa muchas veces en ciencia. En la Edad Media se decía que el Sol giraba alrededor de la Tierra hasta que Copérnico creó un modelo que explicaba mejor el sistema solar. No hace tanto los médicos aseguraban que el pescado azul era malo para el colesterol y que el aceite de oliva era un veneno, mensajes que por suerte ya hemos corregido gracias a que ahora entendemos mejor el metabolismo de las grasas que hace cuarenta años. Es lo que tiene la ciencia, que a medida que va recopilando más datos mejora sus predicciones, tanto que a veces debe admitir su error.
Lo que olvida mencionar la gente que niega el calentamiento global es que esas predicciones que apuntaban a un enfriamiento global se hicieron porque los científicos ya eran conscientes de los problemas de las emisiones de gases debidos a la actividad humana. Se había observado que muchas partículas contaminantes (como las procedentes de los motores de los coches o de las chimeneas de las fábricas) se quedaban en suspensión en la atmósfera y reflejaban la radiación solar. Cuando esto ocurre la atmósfera absorbe menos calor, por lo que los modelos de ese momento, que le daban mucha importancia a este efecto, predecían un descenso global de las temperaturas. Y este escenario lo defendían científicos muy conocidos como Carl Sagan.
Se podría pensar que eso era así porque no se había descubierto el efecto invernadero. Pero no sería cierto. En 1820, Joseph Fourier calculó que debido a la distancia a la que estamos del Sol y la cantidad de energía que recibimos, la Tierra debería ser mucho más fría, con una temperatura de alrededor de 0 º C, muy diferente a los 15 º C de media del planeta actuales. En 1897, los químicos Svante Arrhenius y Thomas Chamberlin descubrieron que gases como el CO eran capaces de retener la radiación infrarroja, y eso provocaba un efecto parecido al de un invernadero, lo que hacía que la Tierra no fuera una bola de hielo. De hecho ya predijeron (insisto, en 1897) que si la concentración de CO se duplicara, la temperatura global subiría una media de 5 grados. Y si setenta años antes ya se conocía esto, ¿por qué se hablaba de un enfriamiento global? La climatología no deja de ser una ciencia joven, en constante evolución, que muchas veces conoce las piezas pero no la forma de encajarlas. En aquella época se daba mucha más importancia, como hemos dicho, al hecho de que los aerosoles reflejaran la luz solar que al efecto invernadero, por lo que preocupaban más las partículas en suspensión que la presencia de determinados gases en la atmósfera. De hecho, seguro que ahora mismo hay un modelo que predice de forma exacta cómo será el clima dentro de cincuenta años, el problema es que hay tantos que no sabemos cuál es.
La realidad es que actualmente la concentración de CO en la atmósfera, medida en el observatorio de Mauna Kea en Hawái (alejado de la civilización para evitar interferencias y contaminaciones), ha superado las 400 ppm (partes por millón, equivalente a decir que en cada metro cúbico de aire hay cuatrocientos centímetros cúbicos de CO). Antes de la revolución industrial esta concentración estaba alrededor de las 200 ppm. Este aumento no solo incrementa el efecto invernadero. Si hay más CO en el aire, el mar absorbe más dióxido de carbono, que en el agua se transforma en ácido carbónico, lo que acidifica el pH marino. Al producirse esa acidificación, el carbonato cálcico que forma la concha de muchas especies marinas se disuelve, y esto hace que mueran o sean presa fácil de los depredadores; lo mismo ocurre con muchas otras especies sin concha que no pueden asumir el cambio de pH y también mueren.
Se puede argumentar que ha habido épocas geológicas con concentraciones muy altas de CO cuyo clima era frío. Ciertos análisis de micrometeoritos indican que hace entre 4.000 y 2.500 millones de años la atmósfera podría haber estado compuesta entre un 25 y un 50 % por CO, pero la diferencia es que en aquella época no había tanto nitrógeno en la atmósfera como ahora, y por eso el efecto invernadero era mucho menor. Vivimos en una era geológica muy poco apropiada para quemar carbón y petróleo como si no hubiera un mañana. El problema es real y va en serio. Uno de los argumentos clásicos de los llamados negacionistas del cambio climático es que muchas veces los ecologistas, o incluso los científicos, han hecho predicciones catastrofistas que no se han cumplido. Es cierto. Vamos a repasarlas para ver cuál es la diferencia con la situación actual.