Este libro que hoy presento, Buscando a Dios en el universo , es resultado de una larga elaboración, nutrida de lecturas e ideas de mucho tiempo atrás, y de otras que provienen de aportaciones muy recientes, además de toda una serie de conversaciones y debates a los que he podido asistir sobre las muy diversas cuestiones que aquí se tratan, con la alentadora idea personal de que, en edad ya provecta, se mantiene vivo el deseo de encontrar respuestas a inquietudes largamente sentidas.
Las preguntas a las que pretende responder esta obra se pueden resumir de forma muy expresiva: «¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿A dónde vamos?». Ya he comentado más de una vez que fue durante mi segunda vuelta al mundo, en 1994, cuando al llegar al aeropuerto de Papeete, en Tahití, mi esposa (Carmen Prieto-Castro) y yo vimos una enorme ampliación allí expuesta del cuadro de Paul Gauguin conocido precisamente con estas siete palabras interrogativas.
Ahora, veintitrés años después, mantengo las preguntas de Gauguin, como tema principal del libro, buscando el sentido de la vida en un universo antrópico. Sea o no antrópico el cosmos que nos da cobijo, lo cierto es que somos, que se sepa, los únicos que estamos observándolo, al tiempo que lo hemos cambiado en tantos aspectos.
* * *
Ya lo hemos dicho: con un título genérico perviven las preguntas que nos hicimos inicialmente, ante las cuales el escéptico de turno podría decir que el autor se adentra en un área que no es la suya propia, comentario inevitable que me recuerda la vieja y a mi juicio zafia sentencia, que no aforismo, de «zapatero, a tus zapatos», según la cual cada uno debe resignarse a verse aherrojado en su propio cubículo de oficio, sin beneficio, por mucho que la actual sociedad de conocimiento no tenga ni fronteras ni compartimentos.
Quienes frecuentan frases tan obsoletas como la citada olvidan – servata distantia – lo que sucedió en la Grecia del siglo de Pericles, cuando formidables filósofos, astrónomos, matemáticos, geómetras, rapsodas y artistas de los más diversos géneros se preguntaban sobre cuestiones del más alto interés, que todavía hoy siguen vigentes en el ágora de la discusión.
Algo que sucedió, asimismo, en el Renacimiento, al superarse las sapiencias limitativas y compartimentadoras del Medioevo, a lo cual ha de agregarse el recuerdo de la Ilustración, que dio vida a los primeros planteamientos ya claramente holísticos, con sistemas coherentes de ciencia, filosofía y política. Pues, como dijo Kant en ¿Qué es la Ilustración? , «aquella fue la época en que la humanidad salió de su minoría de edad y asumió la libertad para preguntarse sobre cualquier cuestión».
Como también debemos poner de relieve el hecho de que las tres preguntas aquí planteadas tienen características aporéticas, es decir, hacen referencia a cuestiones en que surgen dificultades de respuesta, aparentemente imposibles de resolver.
Y es cierto que esas tres interrogaciones que nos hacemos son aporéticas, pero no es menos verdad que muchas aporías que se presentaron inicialmente como tales luego han sido resueltas, merced a avances cognitivos o a cambios del paradigma de cosmovisión. Y eso es lo que podrá pasar con los tres cuestionamientos, al ponerse cerco a lo aporético, mediante la ciencia, para un día llegar al fondo de la cuestión; cuándo sucederá eso es otra cuestión que no cabe contestar hoy .
Y ya entrando en la recta final de este prólogo, diré que no me considero físico teórico por formación (sí me intereso por ese área, en razón a muy antiguas inquietudes), ni antropólogo experimentado (por mucha vocación que tenga de ello). Y aunque algo he estudiado y producido en cuestiones políticas, ecológicas y, más aún, económicas, lo que en este libro se expresa cubre un amplio espectro interdisciplinario, lo cual hoy resulta más factible que antes, pues disponemos de redes de conocimiento, potentes y próximas, y cada día más manejables.
Y además de contar con ese formidable acervo, será importante subrayar que este libro, en su fase de preedición, fue sometido a la precrítica de una serie de colegas: astrónomos (Sebastián Sánchez), físicos (Massimo Galimberti y Francisco Guzmán), cosmólogos (Carlos Rodríguez Jiménez y Jaime González-Torres), ecólogos (Francisco Díaz Pineda), internacionalistas (Mario Aguirre y Vicente Garrido), predictores del Club de Roma (Ricardo Díez-Hochleitner y Jesús Moneo), biólogos (Santiago Grisolía y Francisco J. Ayala), economistas (Christian Careaga, Félix López Palomero, Guillermo Chapman, et alia ). Todos ellos, atendiendo los ruegos del autor, me dispensaron su tiempo para leer estas páginas, dándome nuevas orientaciones, ofreciendo complementos y sugiriendo supresiones y ajustes. A todos ellos, desde aquí, les rindo mi más profunda gratitud y amistad.
En fase última de elaborar esta tal vez opera postrera mía, recibí nuevas ayudas muy considerables, especialmente de Juan Arana Cañedo-Argüelles, catedrático de Filosofía de la Universidad de Sevilla y compañero en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, quien me dio nuevas ideas, me resolvió no pocas dudas y me ilustró con la lectura de alguna de sus obras y de otras que me recomendó; siempre desde su gran conocimiento de la vasta bibliografía que hay en torno a las cuestiones que se suscitan en estas páginas.
Solo me resta, en el capítulo de agradecimientos, expresar la máxima gratitud a mi secretaria, Begoña González Huerta, que durante años trabajó de manera incansable en procesar estas páginas, infografiar, suprimir, agregar y formatear las sucesivas versiones del texto. En definitiva, en un hacer y deshacer que llevó mis pensamientos a ese esperanzador punto en que uno los considera ya en condiciones de ser dados a la luz. Con la evocación, siempre, de Jorge Luis Borges: «publico para dejar de corregir».
No olvidaré, desde luego, a mis correctores habituales de textos, en algunas fases de este trabajo: mi mujer, Carmen Prieto-Castro; mi nieto, Lope Gallego Tamames, siempre con una perspicacia que admiro; y Tomás Prieto-Castro Rosen, que generosamente colaboró en varios momentos de mi emprendimiento que ahora finaliza.
Y nada más, queridos lectores, el libro ya está en vuestras manos y simplemente os digo que si tenéis opiniones, objeciones, aclaraciones o cualquier otra clase de indicaciones que queráis dirigirme, podéis hacérmelas llegar, en la seguridad de que serán acogidas con reconocimiento, en castecien@bitmailer.net. Amén.
Madrid, 15 de mayo de 2017
Immanuel Kant, ¿Qué es ilustración? , Terramar, Buenos Aires, 2004. Antonio Cantó, La pizarra de Yuri , Silente académica, 2011. La referencia a la cuestión aporética se la debo a Carmelo Lisón Tolosana, con ocasión de presentarse esta ponencia en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (RACMP) el 5 de abril de 2016. El profesor Lisón se extendió en este tema con gran erudición, pero no podemos incluir aquí, por razones de espacio, todo lo que expuso, cosa que sucede también con los otros cuatro intervinientes en la plenaria del 5 de abril.