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Para Alana, por todo el tiempo
Prólogo
Inicios y finales
R OCHESTER , N UEVA Y ORK. 16 DE ABRIL DE 2007, 15.20 H.
La muchacha de la tercera fila levanta la mano y sé que tengo un problema.
La sala de conferencias está repleta de estudiantes. Delante, los premédicos, que toman notas continuamente, han reprimido y aquietado sus bolígrafos. Generalmente desesperados por cualquier dato que pueda aparecer en el examen, la cosecha de este semestre de cazadores de grado ha dejado de transcribir ciegamente todo lo que digo y, por primera vez en todo el año, simplemente escuchan. Detrás de todo, la línea de chicos de la asociación juvenil masculina, idénticos y con sus gorras de béisbol a juego, presta realmente atención a la conferencia en lugar de esconderse detrás de sus periódicos o de susurrar a las bonitas chicas de la asociación juvenil femenina que se apiñan a su alrededor.
Ésta es la clase que aprecio. Después de años de enseñar, sé que éste es el tema que interesa a todos. Estoy en plena lección de cosmología de mi clase de Astronomía 101. Hoy toca hablar del Gran Estallido y de los orígenes cósmicos, y los chicos tienen los ojos muy abiertos. Y es que a partir de esta única hora, las ventanas del universo se abrirán para ellos. A partir de esta única hora, se alejarán de sus preocupaciones cotidianas sobre grados y carreras y conseguir ligar y, brevemente, quedarán maravillados ante las cuestiones más profundas que su especie ha aprendido a preguntar... y a contestar.
No espero que esos estudiantes presten una atención tan extasiada a mis otras lecciones: las que tratan de la evolución de las estrellas, de la historia de la astronomía o de la planetología comparada. Pero con el Gran Estallido sé que su atención estará fijada el tiempo suficiente para poder captar un breve atisbo de nuestro lugar común en la trama de la creación. Y, en el transcurso de esa hora, también sé que, antes o después, alguien romperá el hechizo y planteará esta maldita pregunta.
«¿Profesor?», dice la chica. Se llama Sophie. Es uno de los estudiantes ansiosos con el tema de este año: formal, inteligente, viva ante los grandes misterios con los que se topa de manera natural una clase de astronomía. «Muy bien», pienso, «aquí viene». Le digo que siga.
«Pero, profesor», empieza, «¿qué ocurrió antes del Gran Estallido?»
El vértigo usual nos rodea. «Sí», pienso, «ésta es una buena pregunta. ¿Qué demonios ocurrió antes del Gran Estallido?» Hay una larga pausa mientras la clase espera expectante. Como si yo, o cualquier otro, tuviéramos realmente la respuesta.
16.08. Los he perdido. Observando la sala, puedo ver que el misterio se ha disipado. El mundo real ha vuelto. Se supone que la clase termina a las 16.15. Todavía en el meollo de la lección, ya me he acercado demasiado a este límite de tiempo imaginario que marca el final de la clase. Mi relato de la creación cósmica ha perdido su urgencia y se ha convertido en una marcha fúnebre de datos y detalles. Tanto el inicio del tiempo como la naturaleza del tiempo se han convertido en abstracciones. El tiempo y el cosmos se encogen, coagulándose en las urgencias del ahora; la clase siguiente, la sesión de revisión de las tareas de casa, la tan esperada hora en el gimnasio, la cita en la cafetería con los amigos.
Todavía es demasiado temprano para que recojan sus libros y empiecen los movimientos y los murmullos que señalan el final de la clase. En lugar de ello, los estudiantes permanecen sentados y sienten que los minutos se hunden lentamente (muy lentamente) en una ciénaga de aburrimiento. Están atrapados en un purgatorio de espera, un lugar vacío mediado sólo por sus dispositivos y su tecnología. Algunos contemplan cómo los minutos van pasando en sus ordenadores portátiles abiertos. Otros llenan la espera enviando mensajes instantáneos a amigos que se hallan al otro lado del patio o del continente. Otros ven que la abstracción del tiempo se torna concreta en sus teléfonos móviles, cada cajita conectada a una cadencia global de milisegundos que pasan a través de ondas de energía electromagnética y de información. Mientras continúo la lección sobre el tiempo y el universo, los estudiantes sienten sobre ellos su propia experiencia del peso de ambos. ¡Si supieran cuán estrechamente conectados están sus mundos personales con el recorrido de historia cósmica que les estoy contando! ¡Y si comprendieran lo mucho que todo está a punto de cambiar!
Es sobre el tiempo
Este libro cuenta dos historias que están tan fuertemente entrelazadas que no pueden separarse, aunque hasta ahora no se han contado nunca juntas. Al igual que mi lección de cosmología de aquel día de abril de 2007, las narraciones gemelas que estoy a punto de desarrollar abarcan la concepción más grande del universo que los seres humanos hemos sido capaces de imaginar y explorar. Al mismo tiempo, abrazan nuestra experiencia más íntima y personal del mundo, la estructura misma de la vida humana.
Este libro trata del tiempo, tanto cósmico como humano.
El tema del tiempo puede transportarnos a los niveles de reflexión más profundos. Cuando contemplamos las profundidades del espacio estamos mirando siempre hacia atrás en el tiempo y así, en su escala mayor, nuestra ciencia del universo es también, siempre, un relato acerca de las profundidades del tiempo. Hay muchos libros (filosóficos, técnicos y populares) sobre la naturaleza del tiempo tal como la experimentamos. Hay, asimismo, otros tantos libros que cuentan el relato del tiempo cósmico al narrar la gran historia de la cosmología científica. Pero hay pocos casos en los que nos detengamos para preguntar de qué manera nuestros relatos sobre el tiempo del universo se hallan íntimamente ligados a la textura del tiempo en nuestra vida cotidiana. Ahora bien, hay una razón convincente para volver a contar las narraciones entrelazadas de la historia cósmica y del tiempo humano como un todo unificado: el Gran Estallido está prácticamente muerto y todavía no sabemos qué lo va a sustituir.
Están aquellos que nos dirán que la cosmología (el estudio del universo entero) se ha convertido en una ciencia exacta. Nos dirán que, en los últimos cincuenta años, este campo enorme y que lo abarca todo se ha desplazado desde los ámbitos de la especulación filosófica a los dominios más puros de la ciencia, mediante confrontaciones exigentes entre modelos teóricos y datos de alta resolución. El lector ha de saber que tienen razón. Por primera vez en la larga marcha del pensamiento humano somos capaces, finalmente, de construir un relato detallado y verificable de la historia cósmica.
De manera que cuando le digo al lector que el Gran Estallido está muerto, no me refiero al relato que empieza con un universo mucho más caliente y mucho más denso que el que vemos en la actualidad. No quiero decir la historia de un universo que se expande, de materia que se enfría y que a lo largo de miles de millones de años cuaja en estrellas y galaxias. Dicha historia, la narración científica de la evolución cósmica a lo largo de los últimos 13.700 millones de años es, a todos los efectos, segura.
Es el principio, la génesis, lo que está listo para ser sustituido. El momento singular e importantísimo de la creación en el principio del Gran Estallido (el comienzo del tiempo y la existencia) está a punto de ser abandonado. En otras palabras, es el estallido del Gran Estallido lo que, en nuestro esfuerzo interminable para comprender el mundo, estamos prontos a abandonar. Este momento único de creación sin un antes ha sido liquidado por la precisión misma de la ciencia que dio a la idea una medida de realidad.