LA TIENDA DE MAGIA
James R. Doty
LA TIENDA
DE MAGIA
EL VIAJE DE UN NEUROCIRUJANO
POR LOS MISTERIOS DEL CEREBRO
Y LOS SECRETOS DEL CORAZÓN
URANO
Argentina – Chile – Colombia – España
Estados Unidos – México – Perú – Uruguay – Venezuela
Título original: Into the Magic Shop – A Neurosurgeon’s Quest to Discover the Mysteries of the Brain and the Secrets of the Heart
Editor original: Avery - an imprint of Penguin Random House LLC, New York
Traducción: Núria Martí Pérez
1.ª edición Junio 2016
Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright , bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.
Copyright © 2016 by James R. Doty
All Rights Reserved
© 2016 de la traducción by Núria Martí Pérez
© 2016 by Ediciones Urano, S.A.U.
Aribau, 142, pral. – 08036 Barcelona
www.edicionesurano.com
ISBN: 978-84-9944-987-6
Fotocomposición: Ediciones Urano, S.A.U.
A Ruth y a quienes, como ella,
nos ofrecen generosamente sus intuiciones y su sabiduría.
A Su Santidad el Dalái Lama, que sigue
enseñándome el significado de la compasión.
A mi esposa, Masha,
y a mis hijos,
Jennifer, Sebastian y Alexander.
Sois una fuente constante de inspiración para mí.
Índice
Introducción:
Cosas hermosas
E l cuero cabelludo produce un sonido muy particular al arrancarlo del cráneo, como si separaras dos grandes tiras de velcro. Se trata de un ruido fuerte, furioso y un tanto triste. En la facultad de medicina no existe una clase en la que te enseñen los sonidos y los olores de la neurocirugía. Pero debería haberla. El zumbido del potente trépano al horadar el cráneo. La sierra con la que cortas el hueso que llena el quirófano con un olor a serrín en verano, al marcar una línea conectando los orificios hechos con el trépano. El «pop» que emite el cráneo cuando lo obligas a separarse de la duramadre, la gruesa capa que recubre el cerebro a modo de última línea de defensa contra el mundo exterior. Las tijeras al cortar lentamente la duramadre. Cuando el cerebro está al descubierto lo ves palpitar al ritmo de los latidos del corazón y, a veces, parece que lo oigas protestar por su desnudez y vulnerabilidad, con sus secretos expuestos a la vista de todos bajo los potentes focos del quirófano.
El niño cubierto con la bata del hospital no es más que un crío y apenas se ve en ella mientras espera en la camilla a que yo le opere.
—Mi abuela ha rezado por mí. Y también por ti.
Oigo a la madre del niño inhalar y exhalar profundamente al oír esta información de su hijo y sé que está intentando ser valiente por él. Por ella misma. Y quizás incluso por mí. Le acaricio el pelo al chiquillo. Lo tiene castaño, largo y fino, todavía no es más que un crío. Me cuenta que hace poco fue su cumpleaños.
—¿Quieres que te explique de nuevo qué va a ocurrir hoy, campeón? ¿O ya estás listo para entrar en el quirófano?
Le gusta cuando lo llamo «campeón» o «colega».
—Me quedaré dormido. Me sacarás esa Cosa Horrible de la cabeza para que ya no me siga doliendo. Y después veré a mi mamá y a la abuela.
La «Cosa Horrible» es un meduloblastoma, el tumor cerebral maligno más común en los niños, y se encuentra en la fosa posterior (la base del cráneo). Meduloblastoma no es una palabra fácil de pronunciar para un adulto, y menos aún para un niño de cuatro años, por precoz que sea. Los tumores cerebrales pediátricos son realmente cosas horribles, de modo que el término me parece bien. Los meduloblastomas son deformes y con frecuencia se convierten en invasores grotescos de la simetría exquisita del cerebro. Empiezan a desarrollarse entre los dos lóbulos del cerebelo, crecen y acaban comprimiendo no solo esta porción del encéfalo, sino también el tronco encefálico, hasta taponar los conductos por los que circulan los fluidos cerebrales. El cerebro es una de las cosas más hermosas que he visto y explorar sus misterios y encontrar el modo de curarlo es un privilegio que siempre he valorado mucho.
—Ya veo que estás listo. Me voy a poner mi mascarilla de superhéroe y nos vemos dentro de nada en la sala de los focos.
Él me sonríe. Las mascarillas quirúrgicas y los quirófanos pueden dar miedo. Por eso hoy he decidido llamarlas «mi mascarilla de superhéroe» y «la sala de los focos» para que no le intimiden. La mente es muy curiosa, pero no me voy a poner a explicárselo a un niño de cuatro años. Algunos de los pacientes y de las personas más sensatas que he conocido han sido niños. El corazón de un niño está abierto de par en par. Los niños te dicen lo que les da miedo, lo que les hace felices, y lo que les gusta y no les gusta de ti. Son como un libro abierto y nunca tienes que adivinar cómo se sienten realmente por dentro.
—Una persona de mi equipo les irá informando de cómo va todo —les comunico a la madre y la abuela—. Mi intención es extirpárselo por completo. Y no espero que srja ninguna complicación.
No les estoy diciendo lo que quieren oír, sino que mi plan es realmente llevar a cabo una cirugía limpia y eficiente para extirpar el tumor en su totalidad y enviar una muestra al laboratorio para constatar lo horrible de esa Cosa Horrible.
Sé que tanto la madre como la abuela están asustadas. Le tomo la mano primero a una y luego a la otra, intentando tranquilizarlas y aliviar su ansiedad. Pero nunca es una tarea fácil. El dolor de cabeza matutino del pequeño se ha convertido en la peor pesadilla de los padres. La madre confía en mí. La abuela confía en Dios. Y yo confío en mi equipo.
Juntos intentaremos salvarle la vida a este niño.
Después de que la anestesia ha surtido efecto, pongo la cabeza del niño en un armazón craneal y lo tiendo boca abajo. Cojo la maquinilla para cortarle el pelo. Aunque la enfermera quirúrgica es la que se encarga de esta clase de preparativos, prefiero cortárselo con mis manos. Es un ritual para mí. Y mientras le corto parsimoniosamente el cabello, pienso en este precioso niño y repaso mentalmente cada detalle de la operación. Le corto el primer mechón de pelo y se lo entrego a un miembro de mi equipo para que lo meta en una bolsita de plástico y se lo dé a la madre al final de la intervención. Es su primer corte de pelo y, aunque sea lo último en lo que su madre esté pensando ahora, sé que más tarde será importante para ella. Es un hito en la vida de su hijo que querrá recordar. El primer corte de pelo. El primer diente de leche. El primer día de colegio. La primera vez que monta en bicicleta. Aunque la primera neurocirugía no acostumbra a formar parte de esta lista en la vida de un niño.
Le corto con suavidad los finos mechones de su pelo castaño claro, esperando que mi joven paciente pueda vivir cada uno de estos primeros acontecimientos en su vida. En mi mente lo veo sonriendo con la boca desdentada porque le faltan los incisivos. Lo visualizo encaminándose al jardín de infancia con una mochila casi tan grande como él colgada del hombro. Me lo imagino montando en bicicleta por primera vez, viviendo esa primera sensación de libertad mientras pedalea a toda velocidad con el pelo ondeando al viento. Pienso en mis hijos a medida que continúo cortándole el pelo. Veo las imágenes y las escenas de todas estas cosas en mi mente con tanta claridad que no me imagino ningún otro resultado. No quiero ver un futuro de visitas hospitalarias, tratamientos anticancerígenos ni operaciones adicionales. Como superviviente de un tumor cerebral infantil, siempre tendrá que hacerse revisiones médicas, pero me niego a verlo en el futuro como ha estado viviendo hasta ahora. Las náuseas y los vómitos. Las caídas. El despertarse a primeras horas de la mañana llamando a gritos a su madre porque la Cosa Horrible le está comprimiendo el cerebro y le duele. Ya hay bastantes desgracias en la vida para que le añadamos más. Sigo cortándole con suavidad el pelo solo lo justo como para poder hacer mi trabajo. Marco dos puntos en la base del cráneo donde haremos la incisión y trazo una línea recta entre ambos.
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