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SINOPSIS
El compromiso de Occidente con la libertad, la razón y el liberalismo nunca ha estado tan amenazado como ahora. El peligro procede de las opresivas fuerzas de la corrección política.
Gad Saad, científico del comportamiento evolutivo, expone las malas ideas —lo que él llama «ideas infecciosas»— que están acabando con el sentido común y el debate racional. Estas ideas, incubadas en las universidades y propagadas por la tiranía de la corrección política, están poniendo en riesgo nuestras libertades más básicas, entre ellas la libertad de expresión y de pensamiento.
El peligro es grave, pero, como demuestra Saad, el dogma de lo políticamente correcto está plagado de falacias lógicas. Contamos con armas poderosas para combatirlo, si encontramos la valentía para usarlas.
La mente parasitaria es un libro provocador, que nos urge a defender la razón y la libertad intelectual, y un grito de guerra por la preservación de nuestros derechos fundamentales. Porque, en ello, nos va nuestra libertad.
La mente parasitaria
Cómo las ideas infecciosas están matando
el sentido común
GAD SAAD
Traducción de Verónica Puertollano
A Lior, Bahebak
Prefacio
Cuando pensamos en una pandemia, nos vienen a la cabeza las enfermedades infecciosas que se propagan con rapidez por los países causando un inimaginable sufrimiento humano, como la peste negra, la gripe española , el sida y la crisis de la COVID-19. Occidente sufre en este momento una de esas devastadoras pandemias: una enfermedad colectiva que destruye la capacidad de las personas para pensar de forma racional. A diferencia de otras pandemias causadas por patógenos biológicos, el culpable de la actual es un conjunto de malas ideas, engendradas en los campus universitarios, que socavan los armazones de la razón, la libertad y la dignidad individual. En este libro se identifican dichas ideas patógenas, se analiza su propagación desde las universidades a todos los ámbitos de la vida —la política, las empresas y la cultura popular— y se sugieren formas de vacunarnos contra sus devastadores efectos.
En el primer capítulo hago una breve sinopsis de los factores que me llevaron a convertirme en un ardiente guerrero contra las ideas destructivas: mi experiencia en dos grandes guerras —la guerra civil libanesa, cuando era niño, y la guerra contra la razón, como profesor durante los últimos veinticinco años— y mis ideales de vida, que son la búsqueda de la libertad y la razón. En el segundo capítulo analizo la tensión entre el pensamiento y los sentimientos y entre la búsqueda de la verdad y la minimización del daño a los sentimientos. Sostengo que es un obstinado error crear una falsa tensión entre nuestra facultad de razonamiento y nuestras emociones. Somos animales que piensan y sienten. El problema surge cuando aplicamos el sistema equivocado a una situación determinada, como dejarnos llevar por las emociones cuando se precisa de la razón y viceversa. Expongo varios ejemplos contemporáneos que ponen de relieve esta cuestión, como las histéricas reacciones emocionales a la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos y al nombramiento de Brett Kavanaugh para el Tribunal Supremo. En el tercer capítulo planteo que la libertad de expresión, el método científico, la diversidad intelectual y el espíritu meritocrático enraizado en la dignidad intelectual —en vez de la lealtad a la ideología de la diversidad, la inclusión y la equidad (DIE)— son elementos no negociables de una auténtica sociedad ilustrada. Una sociedad justa garantiza a sus miembros la igualdad de oportunidades, en vez de la igualdad de resultados que exigen los edictos de la DIE. En el cuarto capítulo me ocupo de varias ideas patógenas iliberales contrarias a la ciencia y la razón: el posmodernismo, el feminismo radical y el activismo transgénero, estos dos últimos muy arraigados en una histérica biofobia (miedo a la biología). Estas ideas patógenas destruyen nuestro concepto de libertad y sentido común con postulados como que el arte invisible es una forma de arte, que todas las diferencias sexuales se deben a un constructo social y que algunas mujeres tienen penes de veintidós centímetros. En el quinto capítulo explico cómo la mentalidad de los guerreros de la justicia social llevó a las universidades a preocuparse más por no herir sentimientos que por buscar la verdad —una continuación del tema tratado en el segundo capítulo—; a las Olimpiadas de la Opresión (interseccionalidad); al síndrome de Munchausen colectivo y la homeostasis de la victimología (soy una víctima, luego existo), y a la autoflagelación piadosa en el altar del progresismo. Según esta visión moldeada por la indignación y el resentimiento, el mundo es binario: o eres una noble víctima —aunque tengas que inventártelo— o un repulsivo intolerante —aunque jamás lo hayas sido—. Elige bando. El sexto capítulo trata del síndrome parasitario del avestruz (SPA), una enfermedad que desordena el pensamiento y priva a las personas de su capacidad para reconocer verdades tan evidentes como que el sol existe. El negacionismo de la ciencia es una manifestación del SPA, pero hay muchas otras. Los afectados de SPA usan una amplia variedad de estrategias para protegerse de la realidad, entre ellas los seis grados de pseudocausalidad, que consiste en atribuir erróneamente innumerables males al culpable favorito; por ejemplo: «El cambio climático es el causante del terrorismo». Analizo las posturas estúpidas y a veces suicidas que adoptan los afectados de SPA respecto a problemas de importancia civilizacional, como las causas originarias del terrorismo global, las virtudes de las fronteras abiertas, la aparente congruencia entre la ley de la sharía y la Constitución de Estados Unidos y el supuesto racismo de la elaboración de perfiles (profiling ). Documentar la pandemia del pensamiento desordenado sin sugerir una forma de vacunación contra estas ideas patógenas sería insuficiente. Por tanto, en el séptimo capítulo advierto a los lectores de varias formas de pseudoprofundidad enmascarada de verdad y sugiero cómo buscar la verdad mediante la construcción constante y rigurosa de redes nomológicas de indicios acumulados. En el último capítulo planteo los posibles motivos por los que la gente se limita a ser espectadora pasiva en la batalla de las ideas y propongo una línea de actuación para cambiar esa tendencia. No infravalores el poder de tu voz. Los cambios sísmicos comienzan con pequeños temblores. Participa en la batalla por la razón y la libertad de conciencia y expresión. Tu voz importa. Úsala.
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