¿Podemos calcular nuestra esperanza de vida a partir del momento físico en el que estamos? ¿Se puede estimular el proceso de autorregeneración de las células en una edad tardía? ¿Puede una bacteria hallada en la isla de Papúa alargarnos la vida?
La humanidad ha estado siempre obsesionada con la idea de la inmortalidad y los secretos de la longevidad siguen siendo un misterio, hasta que la ciencia ha empezado a observar la naturaleza en busca de respuestas. Este libro nos cuenta por qué y cómo envejecemos, qué podemos aprender de la naturaleza para vivir más años y qué estrategias seguir en nuestra vida para mantener un buen estado físico hasta la vejez. Un viaje fascinante en el que encontramos desde medusas que rejuvenecen con el tiempo hasta tiburones que son más viejos que América, langostas que no tienen edad y, finalmente, las claves de la longevidad.
I NTRODUCCIÓN
LA FUENTE DE LA JUVENTUD
En 1493, una expedición formada por diecisiete barcos zarpó del puerto de Cádiz. Tras una escala en Canarias, se lanzó a la travesía del Atlántico. Destino: la India. Quizá.
Era el segundo viaje a América y tenía como objetivo establecer la primera base española en el Nuevo Mundo; para ello, el comandante, Cristóbal Colón, viajaba con más de un millar de hombres, entre ellos un joven ambicioso, Juan Ponce de León. Cuando la expedición llegó a su destino, la isla tropical de La Española, Ponce de León se asentó y llegó a ser terrateniente y un comandante militar muy respetado.
Por aquel entonces, el Nuevo Mundo era un hervidero de leyendas sobre lugares extraños, gentes exóticas y, por supuesto, riquezas inimaginables. Una de estas historias acerca de unas tierras al norte de La Española llegó a oídos de Ponce de León, quien se apresuró a reunir a su tripulación para ir a investigar. La expedición pasó junto a las Bahamas antes de divisar un lugar nuevo, desconocido, que bautizaron como Florida por las muchas flores que se veían en el paisaje.
Los hombres de Ponce de León exploraron aquellas nuevas tierras y se toparon con una tribu de nativos que les hablaron de un manantial mítico al que llamaban «Fuente de la juventud» y cuyas aguas lo curaban todo: devolvían la juventud incluso a los más ancianos. Pero también insistieron en que nadie en su comunidad recordaba la localización exacta del manantial. Y no, claro que no les contaban aquello solo para ver si se largaban y los dejaban en paz. Era completamente cierto.
La expedición se pasó los años siguientes recorriendo la costa de Florida, buscando hasta debajo de las piedras la fuente de la inmortalidad. Los españoles, esperanzados, se metieron en todos los arroyos que se encontraron por el camino, cosa para la que hacía falta valor, dada la abundancia de caimanes en la zona. Ni que decir tiene que no encontraron el mítico manantial que buscaban y, uno tras otro, la parca fue acabando con todos ellos.
Cualquier historiador serio señalará que la historia de la fuente de la juventud no es más que un mito. Por suerte, yo no soy ningún historiador serio y puedo empezar este libro con un cuento.
Lo más probable es que Ponce de León y sus hombres buscaran la misma fortuna que el resto de sus coetáneos: tierras y oro, con suerte algunos esclavos y, desde luego, mujeres. Pero la verdad es que no hay civilización conocida que no tenga relatos sobre la búsqueda de la vida eterna. Historias sobre manantiales rejuvenecedores y elixires de la inmortalidad ya se contaban en la época de Alejandro Magno en la antigua Grecia, en tiempos de los Cruzados, de la India milenaria, de la antigua China, de Japón..., de todas partes.
De hecho, una de las obras literarias más antiguas que se conservan trata sobre ese tema: la Epopeya de Gilgamesh, que tiene más de cuatro mil años, habla de un rey que deja su pueblo y viaja hasta el fin del mundo en busca de la inmortalidad.
La civilización contemporánea no es una excepción. Ya pocos creen en manantiales o elixires mágicos, pero todavía queremos comprender el proceso del envejecimiento y, con el avance de la ciencia, las historias ya no nos llegan a través de mitos y leyendas, sino de la investigación. A nuestros ojos puede parecer un progreso incuestionable, pero no siempre ha sido así: la ciencia también ha tenido sus altibajos a la hora de comprender el envejecimiento.
A principios del siglo XX había científicos que pensaban que los extractos de ciertas glándulas animales podían utilizarse para rejuvenecer al ser humano. Uno de estos investigadores fue el cirujano Serge Voronoff, que estaba convencido de que no bastaba con consumir los extractos o hacer infusiones. No. Para obtener el efecto deseado había que trasplantar el tejido animal directamente a la persona. Voronoff estudió a una serie de hombres castrados en Egipto y llegó a la conclusión de que la principal fuente de rejuvenecimiento eran los testículos.
Dicho y hecho, empezó a trasplantar fragmentos de testículo de mono a sus pacientes. El tratamiento era tan demencial que la gente normal lo evitaba como a la peste, pero a los ricos y famosos les encantaba, y hacían cola para probar los milagrosos implantes antienvejecimiento de Voronoff. El interés fue tal que Voronoff ganó una fortuna y pronto empezó a andar escaso de testículos de mono. Para asegurarse el suministro tuvo que crear un recinto para los pobres animales en el castillo que se había comprado, y contrató a un domador de circo para que los criara.
Los pacientes de Voronoff fueron objeto de muchas bromas, claro, y ahí acabó todo. Ellos y Voronoff, al igual que Ponce de León y sus hombres, envejecieron y se debilitaron. Lo mismo nos pasará a todos nosotros... a menos que la ciencia sea capaz de hallar una solución mejor que las que hemos visto hasta ahora.
De eso trata este libro: de cómo «morir joven» lo más tarde posible. En otras palabras, de la naturaleza y de la ciencia que hay detrás de la salud unida a la longevidad. Prometo que no se trata de cosernos testículos al muslo ni de nadar con reptiles carnívoros. Pero va a ser todo un viaje.
Primera parte
LAS MARAVILLAS DE LA NATURALEZA
1
EL LIBRO DE LOS RÉCORDS DE LA LONGEVIDAD