Para todos aquellos que, como Mick Jagger, pensaron en algún momento algo como «preferiría estar muerto que cantando Satisfaction a los 45» y después se han dado cuenta de lo mucho que pueden disfrutar de la vida a medida que se hacen mayores.
P RÓLOGO
Larga vida y prosperidad
Vivimos tiempos extraordinarios. Avances inconcebibles hace dos o tres generaciones han entrado a formar parte de nuestra vida cotidiana. Teléfonos sin cables, coches sin conductor, ordenadores que aprenden solos, el nuevo mundo de internet, todoterrenos que exploran Marte... Y, en el campo concreto de la biomedicina, estamos viviendo la revolución del genoma, las terapias moleculares, la irrupción de las técnicas de edición genética, las de diagnóstico por la imagen, una nueva comprensión de cómo funciona el cuerpo humano y la transición de una medicina centrada en el tratamiento de enfermedades a otra centrada en el mantenimiento de la salud.
Si lo miramos con perspectiva histórica, en la primera mitad del siglo xx los mayores logros de la medicina se produjeron frente a las enfermedades infecciosas, cuando las mejoras de higiene y los antibióticos redujeron drásticamente la mortalidad en las primeras etapas de la vida. En la segunda mitad del siglo XX , se consiguieron importantes avances contra las enfermedades crónicas —sobre todo, pero no únicamente, las cardiovasculares—, lo que redujo de manera significativa la mortalidad en la etapa adulta. Y ahora, a principios del siglo XXI , la ciencia ha empezado a descifrar por qué se produce el envejecimiento y cómo frenarlo. Un avance que abre la vía a alargar la vida y, lo más importante, los años vividos con buena salud.
Los progresos en la ciencia del envejecimiento se han centrado hasta la fecha en investigar qué ocurre en nuestras células a medida que nos hacemos mayores. Pero los problemas biológicos complejos, entre ellos el envejecimiento, solo pueden atacarse con éxito desde una perspectiva integral. Una perspectiva que aborde todos los niveles de organización biológica, desde la escala más pequeña del ADN y las proteínas hasta la más grande del organismo y el conjunto de la sociedad.
La ciencia de la larga vida es —hasta donde nosotros sabemos— la primera obra que ofrece esta visión integral. No es un libro de autoayuda. No esperen encontrar en estas páginas recetas fáciles para frenar el envejecimiento porque no las hay. Es más bien un libro de empoderamiento. En la misma línea que los otros dos libros que hemos escrito juntos ( La ciencia de la salud en el 2006 y La cocina de la salud en el 2010, este último en colaboración con el cocinero Ferran Adrià), hemos intentado ofrecerles las claves para que puedan tomar el control de su propia salud. Para que comprendan por qué envejece el cuerpo humano y qué puede hacer cada persona, según las circunstancias individuales de cada una, según sus valores y prioridades, para frenarlo. Y para que puedan disfrutar, como el señor Spock en Star Trek , de «larga vida y prosperidad».
Valentín Fuster y Josep Corbella
Octubre de 2016
LA EDAD SOLO ES UN NÚMERO
No podemos modificar nuestra edad cronológica pero sí la biológica
Es una de las preguntas más comunes entre dos personas que se acaban de conocer. La hacen los adultos que quieren iniciar una conversación con un niño. La compañía aérea cuando vende un billete por internet. La compañía de seguros a la que contratamos una póliza. El médico que visita por primera vez a un paciente...
La primera pregunta suele ser el nombre, después viene la edad.
Si es una pregunta tan común es porque aporta información útil. ¿Veinticuatro años? Demasiado joven para dirigir la empresa. ¿Sesenta y cinco años? Demasiado viejo para aportar ideas nuevas. ¿Treinta y ocho años? ¡Tal vez podría ser mi novia!
Si uno se detiene a pensar por qué es útil una información tan escueta es porque nuestro cerebro tiende a la simplicidad. Nos gusta pensar que hemos sido agraciados con el órgano más complejo del universo, que somos criaturas inteligentes, tanto que no hemos dudado en llamarnos a nosotros mismos Homo sapiens , lo cual por cierto nos autorretrata. Pero, si somos sinceros, tendremos que reconocer que nos incomoda la complejidad, que no somos tan sapiens como decimos y que simplificamos siempre que podemos. Que caemos en la tentación de generalizar.
Eso tiene sus ventajas. Dividir el mundo, y al resto de la humanidad, en categorías nos permite tomar decisiones rápidas que la mayoría de las veces son acertadas. Para un médico, por ejemplo. Si la mujer tiene más de cincuenta años, se le recomienda una mamografía. Si tiene una tensión arterial sistólica superior a 140, se la clasifica como hipertensa. Si pesa 120 kilos y mide 1,70, se la clasifica como obesa. No solo lo hacen los médicos, por supuesto, lo hacemos todos. Si un alumno saca un diez tras otro en matemáticas, lo etiquetamos como inteligente. Si saca ceros, nos abstenemos de hacer ningún comentario, aunque interiormente también lo etiquetamos. Dividimos el mundo en cajones, cada uno con su etiqueta correspondiente, y eso nos hace la vida más fácil.
Pero esta costumbre tan humana de categorizarlo todo tiene sus inconvenientes. ¿De verdad una persona de veinticuatro años es demasiado joven para dirigir una empresa? Fíjense en Mark Zuckerberg, que ya había fundado Facebook a los veinte. ¿Una de sesenta y cinco años ya no puede aportar ideas nuevas? Pues Picasso siguió pintando y experimentando hasta más allá de los noventa. Y qué decir del papa Francisco, que está renovando la Iglesia católica después de haber sido elegido a los setenta y seis años.
Zuckerberg, Picasso y el papa son casos excepcionales, de acuerdo, pero la propensión a generalizar nos afecta a todos. Es algo muy habitual que nos puede hacer caer en prejuicios y errores. No hace tanto, en Europa y en Norteamérica se consideraba a los negros como seres de inteligencia inferior a los blancos. De las mujeres se pensaba que no eran dignas de votar o, más recientemente, que eran menos aptas que los hombres para las matemáticas. Aún hay quien lo piensa, y se equivoca.
Hoy sabemos que estas discriminaciones no tienen base científica y que son fruto de la injusticia y de la ignorancia. Pero invitan a preguntarse cuáles de los estereotipos que tenemos hoy día, que aceptamos como naturales sin cuestionarlos, igual que antes se consideraba natural que las mujeres no votaran, se revelarán infundados e injustos en el futuro.
¿De verdad una persona de veinticuatro años es demasiado joven para dirigir una empresa? Fíjense en Mark Zuckerberg, que ya había fundado Facebook a los veinte años. ¿Una de sesenta y cinco años ya no puede aportar ideas nuevas? Pues Picasso siguió pintando y experimentando hasta más allá de los noventa. Y el papa Francisco está renovando la Iglesia después de haber sido elegido a los setenta y seis años.