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Wilbert Torre - Narcoleaks: La alianza México - Estados Unidos en la guerra contra el crimen organizado

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Wilbert Torre Narcoleaks: La alianza México - Estados Unidos en la guerra contra el crimen organizado
  • Libro:
    Narcoleaks: La alianza México - Estados Unidos en la guerra contra el crimen organizado
  • Autor:
  • Editor:
    Grijalbo
  • Genre:
  • Año:
    2013
  • Índice:
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Narcoleaks: La alianza México - Estados Unidos en la guerra contra el crimen organizado: resumen, descripción y anotación

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A partir de una exhaustiva clasificación de los cables mexicanos de Wikileaks, el análisis de archivos nacionales y documentos clasificados del departamento de Estado norteamericano, esta investigación aborda con gran rigor y detalle uno de los temas más controversiales de los tiempos recientes: el papel de Estados Unidos en la guerra mexicana contra el narcotráfico.

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Luz

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Para Maki
Para Nicolás y Namika,
la música de mi tren

PRÓLOGO
Misterio del cuarto cerrado:
Hombres hablando bajo llave

Y URI H ERRERA

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¿Quién hizo esto? Lo hicieron los mercados, las autoridades, las presiones inflacionarias, el crimen organizado. Hoy parece más que nunca que estamos sometidos a los designios secretos de entidades inasibles y abstractas. Los ciudadanos tenemos derecho a enterarnos de los resultados de las negociaciones entre los políticos, pero no sabemos mucho de cómo los individuos toman las decisiones que nos llegan enteras y con vida propia. El ciudadano ideal es el ciudadano que acepta que le cuenten su propia historia como si hubiera sucedido hace mucho tiempo y ya no tuviera ninguna influencia sobre ella. Más que intereses personales o de grupo, más que supersticiones políticas, manías o rencores, lo que tenemos son las impasibles fuerzas de la historia.

Una de las consecuencias de relacionarnos así con los gobernantes es que la información sobre la cosa pública ha dejado de ser patrimonio ciudadano, y sus detalles se ponen a buen resguardo como si se tratara de fotografías pornográficas en los años veinte. Pero la demanda por saber cómo se opera en los corrillos del poder no es una obsesión de pornógrafos, es un derecho. La política no puede ser el club privado al que sólo entran economistas, militares y funcionarios cuyas conversaciones nos comparten de vez en cuando por medio de “filtraciones” convenientes. A ratos parece que se ha hecho lo posible por reinstalar el voto censitario para que la toma de decisiones sea asunto de unos cuantos; ante ello, hoy el periodismo de investigación tiene una importancia crucial.

En México, aun dentro de un ambiente en el cual para la clase política actual “disenso” es sólo el título de un libro, y a pesar de la ausencia de un Estado que garantice el ejercicio de su profesión, hay periodistas que están haciéndonos un servicio al buscar y difundir la información escondida bajo los pisapapeles de la burocracia.

No es que nos falten noticias espectaculares o detalles sangrientos; los noticiarios y los periódicos están llenos de ellos. Pero el amarillismo no despeja dudas ni invita a la reflexión; por el contrario, el sensacionalismo tiene la fuerza para ocultar los hechos, al mostrar sólo su superficie escandalosa. Es como decía Martin Amis cuando Jomeini condenó a muerte a Salman Rushdie por la publicación de Los versos satánicos, y todo mundo hablaba de Rushdie pero nadie sabía dónde estaba: “Se desvaneció en la primera plana”.

La información de la que se nutre una sociedad democrática es más que titulares y estadísticas. El libro que el lector tiene en sus manos logra ir más allá al ofrecernos la historia de cómo una serie de inercias, obsesiones personales, equívocos y promesas incumplidas moldearon la “guerra contra el narcotráfico” que ha ensangrentado al país. Wilbert Torre se dio a la tarea, por un lado, de hacer la criba de los documentos internos del Departamento de Estado de Estados Unidos, dados a conocer por Julian Assange a través de Wikileaks, y, por otro, de reconstruir las negociaciones dentro de los círculos de poder de los gobiernos de Estados Unidos y de México, gracias a múltiples entrevistas con funcionarios que le contaron lo que no aparece en los discursos oficiales. El resultado es esta narración en la cual podemos ver, sin maniqueísmos ni glorificaciones, la práctica de gobierno realmente existente.

El talento narrativo de Wilbert Torre nos permite observar a los seres humanos viscerales, improvisados, rencorosos y ambivalentes, tomando decisiones que a los ciudadanos nos llegan como producto de un proceso estrictamente racional. Entre otras razones, este libro es importante porque delinea personajes y escenas que, ahora que el gobierno de Felipe Calderón ha terminado, servirán para explicarnos el origen del desastre, y porque también da un paso atrás para mirar de manera serena el contexto en el que estos personajes actuaron.

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Entre los personajes que nos dejan las páginas del libro destaca, por supuesto, Felipe Calderón Hinojosa, un presidente que, define con tino Wilbert Torre, prefirió comportarse más como un jefe policiaco que como un jefe de Estado. Y en esa imagen de sí mismo pueden localizarse las contradicciones con las que no supo lidiar.

Muy al inicio de su gestión, un día a Barack Obama se le ocurrió comparar a Calderón con Elliot Ness, el legendario némesis de Al Capone, y Calderón aceptó la comparación sin reparar en la ironía subyacente: Elliot Ness es ese moralista que dedicó sus mejores años a aplicar la ley de una prohibición absurda y que, una vez que la prohibición terminó, continuó su carrera en Cleveland, donde mejor se le recuerda por haber incendiado barrios pobres de la ciudad en busca de un asesino en serie que nunca pudo encontrar. Sintomáticamente, al perder ese trabajo fue a trabajar en la Oficina de Defensa, dirigiendo una campaña contra las “enfermedades sociales”.

El Calderón que vemos en Narcoleaks es un hombre impermeable a la crítica, convencido de que los inconformes con sus prioridades y sus métodos están colaborando, consciente o inconscientemente, con sus enemigos. Se empeña en que todas las decisiones importantes, y aun las que no le corresponderían (como el seguimiento de operativos para detener traficantes en Ciudad Juárez), pasen por su escritorio para darles el visto bueno. Paradójicamente, se entrega al mismo tiempo a la versión de los problemas que le da su Rasputín particular, Genaro García Luna, que cumple su trabajo a la perfección en la medida en que está en perfecta sintonía con el héroe autoungido. Calderón disfrazándose de militar, Calderón emprendiendo la guerra, Calderón dando manotazos en su escritorio. El manotazo como filosofía política.

El problema se le repitió una y otra vez, pero Calderón nunca quiso entenderlo; no fue combatir de frente al crimen organizado, sino hacerlo improvisadamente: declarar la guerra y luego afirmar que nunca se dijo la palabra guerra sólo para que los medios sacaran a la luz las múltiples ocasiones en que sí lo dijo, y descubrir tardíamente que había mucho que hacer antes de convertir lo policiaco en el principio rector de su gobierno.

Un gobernante que, antes que otra cosa, se concibe en tiempos de paz como un jefe policiaco o como un mando militar no puede ser un líder democrático. La lógica de la guerra es incompatible con un régimen democrático. Por eso es que Calderón, el que como militante panista combatió el autoritarismo priista, fue insensibilizándose conforme avanzaba el sexenio: es la ceguera bélica lo que, por ejemplo, lo hizo condenar a las víctimas del asesinato de los muchachos en Villas de Salvárcar, a quienes erróneamente relacionó con el crimen organizado apenas unas horas después de la matanza, y es por esa ceguera que desdeñó las muestras de inconformidad de la población como un mero “problema de percepción”.

La oposición no lo comprendía, los ciudadanos no lo comprendían, los estadounidenses no le cumplían. El antiyanqui humanista católico que había vencido sus propios prejuicios para ganar exitosamente la guerra, no encontraba aliados. Hombre que se ganó su propia soledad, Calderón es el que hacia el final de su mandato se atreve a decir públicamente acerca de sí mismo: “Creo que la Providencia decide colocar a la gente acertada en el momento adecuado”.

Otro personaje revelador en esta serie de historias es el embajador de Estados Unidos en México. Los embajadores Garza y Pascual, hombres educados, hombres de buena voluntad, que, en consonancia con la historia de las relaciones entre nuestros dos países, de un modo o de otro invariablemente descubren que lo mejor para México es que haya tropas estadounidenses en nuestro territorio. Los embajadores evalúan a los funcionarios mexicanos, sondean sus opiniones, califican qué tan bien hablan inglés, deciden qué tan cómodamente se puede trabajar con ellos. Y se inmiscuyen, literalmente, en la intimidad de la clase política mexicana.

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