Horacio Vázquez-Rial
Hombres Solos
Ser varón en el siglo XXI
Barcelona 2012
Colección Pensamiento Independiente
WWW.PENSODROMO.COM/21
Créditos
Título original: Hombres solos
© Horacio Vázquez-Rial
© 2012, Red ediciones S.L.
De: Entrevista: a Horacio Vázquez-Rial
© Mariló Hidalgo - Revista Fusion.com
e-mail: info@red-ediciones.com
Editor: Henry Odell - henry@pensodromo.com
Diseño de cubierta: Pensódromo 21
ISBN rústica: 978-84-9007-156-4
ISBN ebook: 978-84-9007-159-5
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Sumario
Prólogo
por María Teresa González Cortés
«Los varones actúan como príncipes,
porque es lo que suponen que se espera de ellos.
Las mujeres actúan como víctimas potenciales,
cosa que resulta desconcertante para cualquier príncipe.»
Horacio Vázquez-Rial
En Occidente existe una interesante saga de filósofos y pensadores que lleva durante siglos, desde Condorcet a Julián Marías, analizando el peso que ejerce la herencia cultural (ideas, costumbres, patrones de comportamiento, etc.) tanto sobre la construcción de nuestra identidad personal, como sobre los mimbres de nuestra concepción de la realidad. Inscrito en esta gran tradición de librepensadores varones destaca Horacio Vázquez-Rial, quien como espectador y en calidad de investigador estudia los sucesos históricamente más recientes del pasado siglo XX que han condicionado y, a veces, golpeado la vida de muchas generaciones de mujeres y hombres, aunque, claro está, y también desde su faceta literaria, Horacio Vázquez-Rial nos relata en tono intimista las circunstancias que moldearon su vida. «Me criaron mi madre y mi abuela», nos dice. «Siempre he vivido entre mujeres», recalca. «Decía que siempre he vivido con mujeres. Ahora también. Pero estas dos mujeres son mis hijas», agrega.
Sabido esto, y con el fin de situar a nuestro autor, a la sazón, historiador y periodista, escritor y novelista, no debemos omitir la defensa —apasionada, sin concesiones ni trampas— de la libertad, que Horacio lleva a cabo a lo largo de las páginas de este libro titulado Hombres solos - ser varón en el siglo XXI, igual que tampoco se ha de dejar de recalcar ese claro e inequívoco rechazo suyo, sin paliativos, contra la violencia en cualquiera de sus formas:
Estamos contra el maltrato de mujeres, niños, y hombres; estamos contra la ablación del clítoris, proceda la mujer de la cultura que proceda; estamos contra el matrimonio forzoso; estamos contra el matrimonio de menores sin libre elección; estamos contra la violación y contra toda forma no consentida de relación entre sexos; fuera y dentro del matrimonio; estamos contra la esclavitud sexual, incluya o no tráfico internacional de personas; estamos contra la utilización sexual de los niños; estamos a favor de la libre decisión sobre la continuidad o la interrupción del embarazo; estamos a favor del derecho a divorciarse.
Leído este manifiesto, se podría afirmar que Horacio Vázquez-Rial, por el infinito respeto que manifiesta hacia la independencia y hacia la soberanía de los seres humanos, es un feminista, ¿o cabría decir «feministo» en esta lucha absurda de palabras que nos atenaza y ahoga desde hace unos lustros? Antes de sacar conclusiones apresuradas, conviene apuntar que este argentino «barcelonés» afincado en Madrid no se pliega con facilidad a modas y novedades. Es más, debido a su cosmopolitismo, en él palpita siempre un alma inquieta, amén de profundamente viajera. Y Horacio Vázquez-Rial (a quien le anima la luz del universalismo estoico) bien podría haber hecho suya la pregunta que en sus Disertaciones ya suscitó el filósofo Epicteto (55.135 d. C.): «¿Por qué no habría uno de llamarse ciudadano del mundo?» Y decimos esto porque, sin lugar a dudas, Vázquez-Rial es un ciudadano del mundo, y en su vida, rica en experiencias que trascienden las rutinas del bucle, sabe detectar las insuficiencias, las contradicciones de los relatos contemporáneos. Y mostrar las carencias e incongruencias de un tipo de feminismo que, desde las últimas décadas del siglo XX, sobresale en aspectos negativos: en ser tan superior como dogmático, tan radical como propenso a caer en el culto a las ideas.
¿Y de dónde proviene esta deriva ultramontana y reaccionaria que venimos detectando sobre todo y en especial entre aquellos movimientos finiseculares que dicen que abanderan estrategias de liberación? Muy sencillo, puesto que la igualdad «se ha alcanzado a partir de unas reivindicaciones concretas», nos explica Vázquez-Rial, «el tiempo fue haciendo [estas reivindicaciones] cada vez más difusas». Lo cual revela por qué a partir de los principios justos y equitativos de la igualdad sexual se pasó a la ideología de la diferencia, a la reivindicación sexista de las diferencias. Y, yo añadiría, que a la guerra contra el sexo en sí mismo porque, ahora, no se puede ni emplear la palabra «sexo» —solo la voz «género»—, estulticia lingüística acrecentada por la fuerza propagandística de ese nuevo puritanismo que nace de la neolengua que usa buena parte de los sectores más acomodados del feminismo occidental.
«Preferiría que dijeran que no he existido a que crean que fui fanático», señalaba de sí mismo Plutarco (c. 46-120 d. C.). Pues bien, Horacio Vázquez-Rial, en sintonía con el historiador griego, desconfía de tópicos manidos al uso y rechaza cualquier discurso, por fanático, «mítico», por entusiasta, «mitificador». Indiquemos, entonces, que es por ese nunca escondido espíritu crítico por lo que Horacio Vázquez-Rial consigue poner bajo el ojo de la sospecha las teorías que manejan, a modo de biblia y de manera inmovilista, sociólogos y feministas. De ahí surgió Hombres solos, ser varón en el siglo XXI, un libro de lectura obligada si queremos salir de las trincheras sesgadas, por unilaterales, de un feminismo romántico y acéfalo que basa su primacía y su existencia teórica en instrumentalizar a tiempo completo el masoquismo de la mujer y que, cómo no, subraya incluso en escenarios artificiales e irreales los efectos del victimismo sexual alejándose de los problemas reales e individuales de las personas.
Basta recordar a este respecto las teorías de Sandra Scart, Alison Jagger… y Catharine MacKinnon. Esta última, por ejemplo, a la que he criticado en otras ocasiones con gran dureza, ha llegado a sostener que «violación» es sinónimo de cualquier acto heterosexual o, dicho en román paladino, que cualquier clase de contacto constituye una violación. Con lo cual, y siguiendo las leyes de guerra de esta activista feminista e influyente jurista norteamericana, resulta que la mirada del varón no solo es per se una forma de acoso sexual contra la fémina, sino también y potencialmente un acto delictivo de violencia, punible por tanto.
Ante esta verborrea excéntrica, repleta de excesos y abusos, Elisabeth Badinter ha denunciado cómo, «desde hace treinta años, el feminismo radical americano ha tejido pacientemente la urdimbre de un continuum del crimen sexual que quiere demostrar el largo martirologio femenino».¹ Y no anda descaminada esta pensadora francesa por cuanto es un hecho histórico que el (re)conocimiento del sufrimiento femenino ha entrañado en la mayoría de los sectores del feminismo occidental la necesidad de mantener vivos y abiertos los vínculos del dolor como justificación ontológica del propio feminismo. Y esta actitud, este ensimismamiento, es decir, este gusto cursi y relamido destinado a mantener los mismos ídolos, los mismos tópicos viene a demostrar una enorme parálisis o, dicho con otras palabras, el gran apego que sienten muchas feministas a situaciones idénticas e incambiables. Lo cual, a todas luces, es una perversión auténtica, dado que ni se puede aceptar que lo falso sea un momento de la verdad ni tampoco creer anacrónicamente que la situación de la mujer del siglo XXI es la de la mujer en siglos anteriores.