Horacio Vázquez-Rial - La izquierda reaccionaria
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- Libro:La izquierda reaccionaria
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2003
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La izquierda reaccionaria: resumen, descripción y anotación
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HORACIO VÁZQUEZ RIAL (Buenos Aires, 20 de marzo de 1947 - Madrid, 6 de septiembre de 2012) fue un escritor, periodista, traductor e historiador hispanoargentino. Militante trotskista en su juventud, hubo de exiliarse de Argentina en noviembre de 1974 ante las amenazas a su vida de la Triple A. Solo regresaría doce años más tarde.
Había comenzado en Argentina estudios de medicina y sociología, pero finalmente se licenció en Historia Medieval y se doctoró en Geografía Humana por la Universidad de Barcelona, ciudad que le encantó tras conocer a Juan Marsé y donde residió de 1968 a 2008, año en que se trasladó a Madrid.
Ejerció como profesor de Geografía Humana y de escritura creativa. Trabajó además como editor y periodista. Se inició en la literatura como poeta, en 1965, con la publicación de Juegos del archipiélago. Catorce años después sacó un segundo poemario, Los borrachos en el cementerio, pero donde sobresaldría sería en la narrativa y el ensayo. Fue finalista del Premio Nadal en 1986, con la novela Historia del Triste, finalista del Plaza & Janés en 1989 con La reina de oros, y ganador de los premios Fernando Quiñones en 2003 con La capital del olvido, Generación del 27, con El cuñado de Nietzsche y otros viajes, y La otra orilla. Otra importante novela suya, fundada en la biografía del músico, militar republicano y espía Gustavo Durán, es El soldado de porcelana.
Como otros intelectuales de su generación, fue cuestionándose paulatinamente sus propias posiciones de izquierda y decantándose hacia posiciones derechistas. Ajustó cuentas de forma definitiva con el progresismo tras el 11-S, y lo plasmó en su ensayo La izquierda reaccionaria.
Título original: La izquierda reaccionaria
Horacio Vázquez-Rial, 2003
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Las izquierdas europeas han venido actuando en los últimos años, en especial desde 2001, con una irresponsabilidad absoluta, valiéndose de todas las consignas que la historia ha desprestigiado con eficacia: la paz, como si los congresos por la paz no hubiesen sido nunca una práctica del stalinismo dedicada a presionar sobre terrenos políticos muy diferentes de los enunciados; la igualdad, no como proyecto, sino como realidad, a la vez que se habla de desigualdades cada vez más profundas —los parias o intocables de la India pertenecen a otra cultura, que hay que respetar, pero Ben Laden es un defensor de los pobres—; la libertad como opción opuesta a la seguridad. Esta breve lista, únicamente, a guisa de ejemplo.
Si las izquierdas se proponen sobrevivir al shock de la realidad sin convertirse en otra cosa, tienen que revisar tanto su pasado como su presente. No se puede avanzar hacia el porvenir con Stalin. Pol Pot. Mitterrand y Craxi, por citar sólo algunos nombres, a la espalda. Y no se puede dar a las cuestiones de hoy respuestas tan profundamente reaccionarias como las que se dan.
Horacio Vázquez-Rial
Síndrome y mitología
ePub r1.0
Titivillus 28.07.2019
«Así, la izquierda resulta no ser más que un ámbito retórico que no soporta el contacto con la realidad».
En 1989 se organizaban los festejos para conmemorar por todo lo alto el segundo centenario de la Revolución Francesa. Pero la celebración, la pompa y la liturgia que se esperaban en torno a tan mítico evento fueron cercenadas por la guillotina de la caída del Muro de Berlín. En ese momento, hubiese subrayado Jean-François Lyotard, de fin y desplome de los grandes relatos, el repudio público por parte de quienes padecieron los efectos sanguinarios de la política marxista habría bastado por sí mismo para deslegitimar los cimientos de un discurso autorreferencial que únicamente defienden, por ficticio y autológico, los valedores del socialismo violento. Sin embargo, eso no fue lo que pasó, ni mucho menos. Y quienes nunca sufrieron los zarpazos de las dictaduras marxistas siguieron empeñados en aplicar su malherido, regresivo y tambaleante catecismo ideológico. Ya nos alertó sobre ello la filósofa y sindicalista francesa Simone Weil, al anotar el enorme grado de ensimismamiento de los simpatizantes socialistas, defensores de relaciones de vasallaje y dominio, y precursores de la armonía comunitaria, pero dentro de un porvenir socialmente injusto y políticamente dictatorial.
No sirve de mucho que, a día de hoy, ciertos colectivos e individuos se afanen en convencernos de su amor al ser humano, y se proclamen progresistas y entusiastas de la modernidad, si resulta que en la práctica —tal es su libido dominandi— transgreden la esencia liberal de la modernidad, es más, anhelan el poder absoluto y, en nombre del dogma revolucionario, defienden autocracias y tiranías, y acaban, en fin, justificando toda una iconografía de lo monstruoso.
Ante esta impudicia, publicaría en el año 2003 Horacio Vázquez-Rial un libro de título tan incómodo como provocador. Nos referimos a La izquierda reaccionaria, obra que ahora felizmente se reedita y cuya escritura comienza con los atentados terroristas del 11-S, ocurridos en los Estados Unidos. Pues bien, Vázquez-Rial cita, y no por azar, las declaraciones harto indecorosas de un pujante sector intelectual. Y si en breve van a cumplirse diez años del asesinato de miles de civiles en el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, todavía resuena en nuestra mente el terror que condujo a tamaña barbarie. Sin embargo, a los pocos días de producirse el brutal atentado terrorista, el filósofo Jean Baudrillard postulaba en su artículo L’esprit du terrorisme [El espíritu del terrorismo], publicado en el diario Le Monde (3-XI-2001), que la violencia en sí puede ser perfectamente banal e inofensiva: «la violence en soi peut être parfaitement banale et inoffensive». Estamos ante la trivialización del dolor. O peor. Igual que la élite romana se acercaba al Circo a contemplar la muerte de seres humanos ante fieras y gladiadores, los Baudrillard de turno minimizan de forma incomprensible el sufrimiento ajeno e incluso se regocijan ante los actos sanguinarios que afectan a otros. No a ellos.
Por supuesto, la defensa de cualquier ideario político no ha de alentar ni llevar aparejadas la carencia de reflexión y, menos aún, la justificación del asesinato, como denuncia el novelista, historiador y periodista Horacio Vázquez-Rial. Sin embargo, y pese a esta obviedad, en Occidente subsisten numerosos grupos de opinión que, aferrados a sus trincheras políticas, viven inmunes e impermeables a la crítica, atrapados en las naftalinas de una ideología caduca que alienta el terror y la desmesura. Todo lo cual, analiza muy bien Vázquez-Rial, arrostra un inconveniente muy peligroso, el del empecinamiento y la aversión al pensamiento como rasgos propios de tradiciones no democráticas.
Es cierto que la estupidez humana carece de límites y que rebelarse, advierten Heath y Potter, vende. Pero, quizá sea aún más cierto que el virus platónico del dogmatismo no deja de provocar obstinación, sectarismo e intransigencia. De ahí que Horacio Vázquez-Rial demuestre en su libro La izquierda reaccionaria cómo importantes sectores de la izquierda actual, europea o no, incurren en paradojas, incoherencias y… no pocos actos de intolerancia; cómo con pretensión de validez universal reafirman sus opiniones y preferencias políticas hasta perder la epidermis de lo humano y silenciar, más allá de las evidencias de la realidad, los laberintos del dolor por los que transitan los más de cien millones de muertos que ha causado la utopía marxista.
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