Betsy Prioleau - Los grandes seductores y por qué las mujeres se enamoran de ellos
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- Libro:Los grandes seductores y por qué las mujeres se enamoran de ellos
- Autor:
- Editor:Penguin Random House
- Genre:
- Año:2013
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Los grandes seductores y por qué las mujeres se enamoran de ellos: resumen, descripción y anotación
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Los grandes seductores y por qué las mujeres se enamoran de ellos — leer online gratis el libro completo
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Para Philip,
la Inspiración y el Hombre
Tenía una especie de halo alrededor de la cabeza, que relucía como las estrellas.
Señorita Maryland a propósito de Frank Sinatra, Vancouver Sun
El padre Jack era un cura sin complejos. Había visto y hecho de todo: ayudar a presos y gángsteres, trabajar en los suburbios, escuchar confesiones en bares, llevar un restaurante de beneficencia y dar consejo a los Kennedy, a la realeza y a las superestrellas. Si había alguien que conociera al género humano, era él. Pero no sabía qué hacer ante Rick, el jefe de bomberos. «No lo sé… —me dijo un día por teléfono—. Rick tiene algo. ¿El qué? No tengo ni idea. Verá, solíamos ir a tomar el café a un local pequeño de MacDougal Street y ¡tendría que haber visto a las mujeres! Era como si salieran de la nada y se le echaran encima.»
Un mes después, Rick llama a mi puerta y ding-dong: desde luego que tiene «algo». Debe de estar a punto de cumplir setenta años, tiene la cara cuadrada como los polis de los dibujos animados y sus ojos resplandecen como la mica negra. El hombre posee una presencia imponente, desprende latigazos de electricidad. Mientras tomamos una copa de oporto (obsequio de su parte), por fin le pregunto qué esconde que vuelve locas a las mujeres.
No me ayuda mucho. Se apoya en el respaldo, sonríe y rememora. Hace años, recuerda, se perdió en un laberinto de callejuelas por Dublín cuando una joven rubia se le acercó y le preguntó si podía ayudarle. La invitó a comer y dos horas más tarde estaban en la habitación del hotel y «desnudos en tres minutos». «Pero ahora viene lo mejor —añade—: cada vez que voy a Dublín desde entonces, quedo con ella. Es una mujer encantadora.»
A lo mejor sabe algo que no quiere decirme, o a lo mejor está igual de perdido que cualquier otra persona cuando se trata de identificar el carisma, ese je ne sais quoi que irradian algunas personas. En cuestión de segundos lo percibimos; nos sentimos fascinados y eufóricos de repente.
No obstante, muchos expertos advierten que el hechizo que provocan algunas personas es «muy complejo», sobre todo cuando se trata de seductores carismáticos.
Nadie se pone de acuerdo en esta cuestión. El carisma, tal como se afirma en The Social Science Encyclopedia con estudiada prudencia, es uno de los temas «más polémicos». Pero es imposible no percatarse cuando un hombre posee ese factor «¡guau!». Destacan, relumbran como si fueran fosforescentes, crean un torbellino de atracción sexual que abduce a todas las mujeres que se pongan a tiro. ¿Por qué? Nunca lo sabremos con seguridad. Sin embargo, podemos repasar el conocimiento que tenemos al alcance sobre el tema y apuntar algunas pistas. Podemos analizar el encanto de los seductores y concentrarnos en el misterio: la fuerza de arrastre que provoca ese hombre cuando entra en una habitación atestada con el vigor de una ola.
Si no sabes vivir con entusiasmo, busca a otro hombre.
Adagio
Ese hombre era pobre, trabajaba poco y vivía en la parte más sórdida de Venice Beach, en Los Ángeles. Patti Stanger, del programa The Millionaire Matchmaker lo habría dejado tirado en la cuneta. Y ya puestos, Marisa Belger tampoco se hubiera molestado en mirarlo; era una escritora freelance muy culta y aficionada a viajar por todo el mundo, que provenía de un universo privilegiado. Pero Paul la cautivó con su ímpetu embriagador y su «sentido del humor explosivo».
La joie de vivre alimenta un enorme carisma sexual.
Como afrodisíaco, el entusiasmo no tiene parangón. «La exuberancia es seductora», afirma el premio Nobel Carleton Gajdusek, y puede «engendrar devoción y amor».
Dioniso creó el molde para los futuros seductores. «No hay ninguna historia romántica —comenta Roland Barthes— en la que el personaje se canse.»
Los verdaderos donjuanes desbordan vitalidad. El poeta romántico francés del siglo XIX Alfred de Musset hizo derramar lágrimas a la mitad de la población femenina parisina con su «delicioso brío».
El compositor estadounidense George Gershwin tenía una personalidad tan eufórica como su música: clásicos que invitaban a mover los pies como «I Got Rhythm», «Things Are Looking Up» y «’S Wonderful». Era «exactamente igual que su obra», dijo una de sus novias; Y lo que hacía, además de producir algunas de las canciones más bellas de la nación, desde clásicos del cancionero hasta Porgy and Bess, era cautivar a las mujeres. Fue un conquistador irresistible, adorado por cientos de féminas.
Gershwin carecía del físico que se espera de los galanes. De estatura media y tez oscura, tenía la nariz aguileña y ancha, el pelo moreno escaso y una barbilla prominente. Pero cuando entraba en una habitación, las mujeres se erguían para contemplarlo. Todas y cada una de ellas mencionaban su poder afrodisíaco: «su vitalidad exuberante», su «gallardía» y un «polifacético entusiasmo por la vida».
Hubo un ejército de mujeres en su vida. Le atraían las mujeres inteligentes y atractivas, de modo que flirteó con las más famosas de la sociedad y del mundo del espectáculo y la música. Entre sus amores más serios estuvieron la actriz francesa Simone Simon y la estrella de Hollywood Ginger Rogers, que declaró ante los periodistas: «Estaba loca de amor por George Gershwin, igual que todas las personas que lo conocían».
Kitty Carlisle, una jovencita promesa del cine en aquella época, describió lo seductor que era Gershwin cuando flirteaba. Se ponía a cantar al piano en las fiestas e intercalaba su nombre en las canciones de amor. No se casó, pero mantuvo una relación durante diez años con la compositora de música Kay Swift, su colaboradora, musa y «factótum absolutamente entregada».
Muchos biógrafos han sugerido que conoció a la auténtica mujer de su vida en 1936, la actriz recién casada Paulette Goddard. Para ella escribió la balada «They Can’t Take That Away from Me», y la instó a abandonar a su esposo, Charlie Chaplin, para fugarse con él. Por desgracia, Gershwin murió un año después, a los treinta y ocho, de un tumor cerebral.
La pérdida para el mundo de la música fue incalculable. Pero la mayor pérdida, dijeron quienes lo conocieron y amaron, fue su vivacidad. «Amaba todos los aspectos de la vida, y hacía que todos los aspectos de la vida fueran dignos de ser amados», decían sus amantes y amigos. «La gente creía que no sería capaz de experimentar una alegría tan especial.» No es coincidencia que la palabra «carisma» esté relacionada con el griego chaírein («regocijarse»).
Todo amor empieza con un impacto.
A NDRÉ M AUROIS , «The Art of Loving»
Si alguien ve a Vance detrás del mostrador de su tienda de delicatessen de Manhattan es posible que se lleve una impresión equivocada. Vestido con pantalones anchos de color caqui y zapatos náuticos, parece la versión madura de Charles Lindbergh salida de una sencilla urbanización de casas pareadas. Pero al cabo de dos minutos, uno siente, ¡zas!, esa energía sexual. Cuando le pregunto por su fama de seductor en toda la ciudad (antes de que se convirtiera a la monogamia), le centellean los ojos de color azul cobalto.
«Créame —me dice mientras tomamos una copa de margaux de 2005 en su despacho—, fue una época fabulosa. Y muy fácil. Debo reconocer que muchas me iban detrás. Uf, las mujeres venían en tropel.» «¿Por qué?» Reflexiona: «En pocas palabras: la pasión que emanaba, la pasión, ¡la pasión!». Hombre aficionado a la competición, participaba en carreras de coches y jugaba en el casino, y nunca se mostró tímido con las mujeres. Una vez, me cuenta, vio a una rubia despampanante en la acera, se dio media vuelta, fue llamando a las puertas de distintas oficinas hasta encontrarla y entonces le dijo: «Salgamos de aquí». «Soy muy agresivo, directo, pero a la vez sincero —se justifica—. Me enamoré de esa chica. Volaba a Los Ángeles solo para cenar con ella.»
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