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Gabriel Rolón - Palabras cruzadas

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Gabriel Rolón Palabras cruzadas

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Palabras Cruzadas Esa es en definitiva otra manera de describir un proceso - photo 1

«Palabras Cruzadas. Esa es, en definitiva, otra manera de describir un proceso analítico: como una sucesión de palabras que se cruzan a partir del dolor de un paciente y que, con el deseo, la claridad y el valor necesarios, pueden conducir al develamiento de una verdad capaz de cambiar para siempre la vida de un sujeto», escribe Gabriel Rolón en el prólogo de su segundo libro.

Del dolor a la verdad. Un camino sin dudas complicado, difícil, que se transita con padecimientos. Pero que bien encarado también se recorre con la satisfacción que da la certeza de saber que ese destino vale la pena. Por eso, la angustia, los miedos, la sexualidad puesta en duda, los lazos familiares, los vínculos afectivos, el trabajo, el amor y su ausencia, las adicciones, el tiempo que pasa y la soledad. Pero también la superación, el florecimiento, el saber que es posible cambiar el orden de las cosas para mejor. Y ahí entonces está Palabras cruzadas: un libro vital, que parte del psicoanálisis para poner en juego un pacto de confianza entre alguien que dice lo suyo y quien escucha, contiene y acompaña.

Como en Historias de diván —el primer libro de Gabriel Rolón—, se trata de «historias reales» construidas de a dos. Las más de las veces duras, sí, pero siempre cargadas de vida. Mucha vida.

Gabriel Rolón Palabras cruzadas Del dolor a la verdad ePub r11 lenny 241014 - photo 2

Gabriel Rolón

Palabras cruzadas

Del dolor a la verdad

ePub r1.1

lenny 24.10.14

Título original: Palabras cruzadas

Gabriel Rolón, 2009

Editor digital: lenny

ePub base r1.2

GABRIEL ROLÓN Nació en Buenos Aires en 1961 Cursó sus estudios en la Facultad - photo 3

GABRIEL ROLÓN Nació en Buenos Aires en 1961 Cursó sus estudios en la Facultad - photo 4

GABRIEL ROLÓN. Nació en Buenos Aires en 1961. Cursó sus estudios en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Se graduó e hizo su especialización en psicoanálisis. Ha participado y participa en programas de radio y televisión en los que estrecha su vínculo con la audiencia brindando respuestas y orientación en los casos necesarios. Fue columnista de Tarde negra (conducido por Elizabeth Vernaci) y logró un reconocimiento público por su trabajo en radio junto con Alejandro Dolina en La venganza será terrible, y por su participación con Roberto Pettinato y Karina Mazzocco en Todos al diván. En 2008 condujo sus propios programas en radio y televisión: Noche de diván, por Radio Mitre, y Terapia (única sesión), por América TV. Historias de diván (Planeta, 2007), su primer libro desde el psicoanálisis, fue un éxito de ventas sin precedentes en la Argentina y se editó en Brasil, México y España, suceso que se repite en 2009 con su segundo libro: Palabras cruzadas (Planeta). Los padecientes es su primera novela.

Prólogo

Un paciente no es una persona. Un paciente no es un individuo. Un paciente es un sujeto.

Sabemos que los griegos, responsables de algunas de las manifestaciones más bellas e importantes del arte y de la cultura de Occidente, tenían mucha estima por el teatro. Son famosas sus tragedias y comedias, y Sófocles y Aristófanes son nombres que todavía hoy resuenan con total pertinencia. También sabemos que por aquellos tiempos no existían los teatros tal cual hoy los conocemos. Las obras se representaban al aire libre, en grandes predios a los que concurrían muchísimos espectadores, y todos los actores llevaban puesta una máscara que amplificaba y distorsionaba sus voces a la vez que disimulaba sus identidades. Esa máscara, ese disfraz, llevaba un nombre que venía del latín y que etimológicamente significaba retumbar. Ese nombre era «persona».

Es decir, que hay en el origen mismo de la palabra persona algo que remite al ocultamiento, a lo que no es, a la actuación y al engaño. Un paciente, por el contrario, es alguien que llega al consultorio dispuesto a quitarse todas las caretas y a mostrar incluso hasta las más profundas de sus heridas. Para eso trabaja y se expone. Con generosidad y a un alto costo se adentra en un camino que tiene como punto de partida su dolor y que busca, como destino final, el develamiento de su verdad.

Y el analista se compromete a acompañarlo en esa travesía porque es, antes que nada, un enamorado de la verdad. Pero no de una verdad universal y trascendente: no hay que confundir al analista con un filósofo, un sociólogo o un místico. No nos desvela Dios, tampoco El Hombre, sino única y exclusivamente ese hombre en particular que ha venido a pedir nuestra ayuda. Y esa verdad que nos interesa es única, pertenece a cada sujeto. Encuentra sus orígenes en la historia individual de cada paciente y recorre su sangre y su vida aunque él mismo se resista a reconocerla y aceptarla como propia.

La palabra individuo también proviene del latín y significa «imposible de ser dividido». Nada más alejado de un paciente que eso. Por el contrario, el paciente está escindido, partido al medio por su sufrimiento ama y odia al mismo tiempo, quiere pero no quiere, anhela pero no puede, tiene miedo de algo pero no por eso deja de desearlo. Un individuo es alguien sin contradicciones, sin ambivalencias, sin culpa. Y no son así los pacientes que llegan a mi consultorio. Por el contrario, envueltos en una nube de confusión y angustia, hacen cosas que no quieren y traen síntomas que los hacen sufrir y de los que parecen no saber nada. Y en parte esto es cierto. Porque al momento de comenzar el análisis, el paciente no sabe que sabe. ¿Cómo puede ser esto posible?

Para responder a esta pregunta hay que aceptar que existe un saber no sabido, un saber que no es accesible a la conciencia: un saber inconsciente. Sin embargo —y esto es decisivo para mí a la hora de aceptar el inicio de un tratamiento con alguien—, a pesar de esa sensación de extrañeza y desconocimiento, el sujeto debe sospechar que algo tiene que ver con eso que le pasa.

El hecho de habitar en un cuerpo puede generar la idea errónea de que un hombre es un individuo. Es cierto que el cuerpo es el escenario fundamental a partir del cual se desarrollará la construcción de un sujeto: el Yo es antes que nada un Yo corporal, decía Sigmund Freud. No hay sujeto sin cuerpo, pero no basta con que exista un cuerpo para que haya un sujeto. Es necesario que las miradas y el contacto de otros caigan sobre ese cuerpo.

Las caricias de los padres, el reconocimiento de ciertos rasgos y las palabras van atravesando el cuerpo del bebé y construyendo lo que de a poco será su personalidad. Y van, además, redefiniendo algo en ese cuerpo que nada tiene que ver con la biología, sino con las palabras.

Prueba irrefutable de esto son, por ejemplo, los síntomas histéricos, en los cuales el cuerpo ve afectada alguna de sus funciones sin que haya justificación orgánica alguna para que esto sea así, o los trastornos de la alimentación que demuestran que, como en el caso de la anorexia, una persona de una delgadez casi mortal puede verse obesa. Evidentemente, hay algo en el cuerpo subjetivo que va más allá de lo biológico.

Es decir que el cuerpo físico, atravesado por las marcas del discurso, se independiza de la biología y toma un lugar propio ligado a lo simbólico de manera indisoluble. De allí que cada sufrimiento emocional se va a ver reflejado en el cuerpo y que, recíprocamente, cada acto que se ejerza sobre este, ha de marcar —para bien o para mal—, el modo de desear, de gozar o de sufrir de un sujeto.

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