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Rodolfo Martínez - Amistad, una historia de Yáxtor Brandan

Aquí puedes leer online Rodolfo Martínez - Amistad, una historia de Yáxtor Brandan texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2015, Editor: Sportula, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Rodolfo Martínez Amistad, una historia de Yáxtor Brandan

Amistad, una historia de Yáxtor Brandan: resumen, descripción y anotación

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Fléiter Praghem es un agente al servicio de la Confederación Occidental. En el transcurso de una misión conocerá al joven adepto empírico Yáxtor Brandan, un encuentro que Fléiter difícilmente olvidará.

«Amistad» es el segundo relato corto escrito por Rodolfo Martínez sobre Yáxtor Brandan, el protagonista de El adepto de la Reina y El Jardín de la Memoria.

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Amistad, una historia de Yáxtor Brandan — leer online gratis el libro completo

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Copyright 2011 Rodolfo Martínez Primera edición Diciembre 2011 Segunda - photo 1

Copyright 2011 Rodolfo Martínez Primera edición Diciembre 2011 Segunda - photo 2

Copyright © 2011, Rodolfo Martínez

Primera edición: Diciembre, 2011

Segunda edición: Setiembre, 2012

Diseño de cubierta: Sportula

SPORTULA

www.sportula.es

sportula@sportularium.com

Sigue la peripecia de Yáxtor Brandan, adepto empírico al servicio de la Reina de Alboné en:

El adepto de la Reina

Primera novela de la saga, donde Yáxtor es presentado al público por primera vez.

Disponible en rústica y en ebook.

El Jardín de la Memoria

Segunda novela de la saga, en la que Yáxtor acompaña a su Reina a la coronación del Emperador de Honoi.

Disponible en rústica y en ebook

«Embrión»

Relato corto en el que se narra parte de la infancia de Yáxtor.

Ebook gratuito

«Amistad»

Relato corto en el que se narra la primera misión conjunta de Yáxtor y Fléiter.

Ebook gratuito

Y próximamente

La sombra del adepto

Tercera novela de la saga

En realidad lo que un hombre puede hacer con sus mensajeros no conoce límites - photo 3

En realidad lo que un hombre puede hacer con sus mensajeros no conoce límites - photo 4

En realidad lo que un hombre puede hacer con sus mensajeros no conoce límites - photo 5

En realidad, lo que un hombre puede hacer con sus mensajeros no conoce límites; no, mientras sepa ordenarles con precisión lo que deben hacer.

Sean lo que sean (transmisores de la voluntad divina o una forma de vida microscópica que no comprendemos) parecen extraordinariamente bien adaptados a la mente humana, como si hubieran sido diseñados para estar al servicio de nuestra voluntad y nuestros deseos.

¿No es entonces irónico que no los produzcamos nosotros? ¿Que sólo se generen en los bosqueoscuros y en el interior de los carneútiles? ¿No es inquietante ese pensamiento?

—Qérlex Targerian

Fléiter Praghem estaba disfrutando del último acto del drama. O quizá de la tragedia.

Algo apartado, pero lo bastante cerca para no perderse ni un gesto, acunaba su copa de vino con parsimonia, asentía distraídamente a algún comentario de sus compañeros de mesa y, en general, aparentaba encontrarse en los últimos pasos del camino hacia la borrachera.

En realidad, su mente no podía estar más despejada; sus sentidos, más alertas.

El joven adepto empírico que lo había orquestado todo se estaba comportando como un auténtico virtuoso en su tarea. Fléiter había recibido órdenes de dejarle hacer, pero también de mantener a sus hombres cerca por si era necesaria una intervención de urgencia. Presentía que no iba a hacer falta.

Ya no quedaba mucho para que aquel último acto (que, tarde o temprano, tendría un epílogo sangriento) llegara a su final. Más allá de la terraza, la ciudad era un hervidero de voces airadas. Y, a lo lejos, se distinguían varias hogueras. Bagrephor, una de las principales ciudades-estado de Ashgramor, estaba a punto de abandonar cualquier pretensión de civilización y sumirse en el caos.

Y el responsable de todo estaba sentado no muy lejos de Fléiter, en la mesa principal de aquel descabellado banquete, junto al actual jerarca de la ciudad, de cuyas palabras y gestos parecía pendiente como si el mañana no existiera.

Bueno, se dijo Fléiter. En cierto modo era cierto. Para el jerarca no habría un mañana.

El rostro del joven era la imagen misma de la inocencia y el arrobo. Atendía a su amante con una atención solícita y dedicada, para nada abyecta, y respondía a sus requerimientos con una disposición casi inocente.

Sólo que de inocente tenía poco.

Fléiter se preguntó cuántos años tendría. No aparentaba más de veinte, pero sin duda era un hombre mayor, un adepto empírico experimentado, un agente bien curtido que, como hacían a veces, había usado sus mensajeros para cambiar su apariencia física y presentar un rostro y un cuerpo más juveniles.

Oyó un ruido a sus espaldas. Y al volverse (de un modo torpe, medio abotargado, como correspondía a su papel de borracho) Fléiter pudo ver entrar al capitán de la guardia urbana acompañado de media docena de hombres.

El jerarca se puso en pie. Era evidente que no esperaba aquella intrusión. Impasible, el capitán siguió caminando y sólo se detuvo cuando llegó a la mesa principal. Saludó con un gesto marcial, apretó la mandíbula y dijo:

—Adunor Sarac, la asamblea libre de Bagrephor te acusa de crímenes contra la comunidad. Es mi deber escoltarte hasta el lugar donde serás custodiado en espera del juicio que te aguarda.

El jerarca parpadeó, como si no comprendiera las palabras del capitán. Fléiter casi sintió pena por él. Aunque no tenía sentido malgastar su compasión en un tipo que seguramente no era más que un déspota sanguinario y degenerado.

Aunque bien podría ser un santo, para lo que a nosotros nos importa , se dijo. El problema no es su personalidad, sino el cargo que ocupa y dónde lo ocupa.

El capitán repitió sus palabras. Aún aturdido, el jerarca miró a su alrededor. De un modo sutil, casi instintivo, todos los que estaban en su mesa se habían apartado unos centímetros… Todos menos el adepto empírico.

—Esto es ridículo —dijo el jerarca—. Esta ciudad me pertenece.

—Ya no —dijo el capitán.

—Lo veremos.

El jerarca alzó una mano, en un gesto que, apenas unos minutos atrás, habría convocado a una docena de mercenarios letales a su alrededor. El único resultado que obtuvo ahora fue el silencio.

—¿Qué…?

El capitán hizo una señal a sus hombres y éstos pasaron al otro lado de la mesa.

—No os saldréis con la vuestra.

—Ya lo hemos hecho.

Intentó resistirse, pero poco podía hacer frente a cuatro fornidos soldados a los que les importaba bien poco guardar miramientos con su augusta persona. El jerarca pareció darse por vencido al cabo de un rato y, entonces, volvió la vista su derecha.

—Yaxétor. —La palabra, el nombre, tenía algo de súplica.

El joven alzó la vista.

—No hay nada que pueda hacer, mi señor —dijo, con voz acariciante. De pronto, se encogió de hombros—. De hecho, ya he hecho cuanto he podido.

El jerarca frunció el ceño. Comprendió de repente. Se tambaleó un instante y, de pronto, su cuerpo se puso rígido. Si no hubiera estado sujeto por los soldados, habría saltado sobre el joven.

—Víbora —escupió.

—Sólo cumplo con mi deber —dijo el adepto. Su voz ya no era un susurro dulce. Era la voz profunda de hombre adulto y seguro de sí mismo. Su acento nativo había desaparecido y sus maneras habían dejado de ser sumisas. Miraba al jerarca con frialdad, como si se encontrase a varias millas de distancia—. Hacía mi país y hacia mi Reina.

El jerarca abrió los ojos. Meneó la cabeza.

—No…

—Me temo que sí.

A Fléiter le pareció notar un distante deje de tristeza en la voz del joven; un eco, tal vez, apenas perceptible y quién sabe si incluso imaginado. Tampoco importaba gran cosa, en realidad.

El jerarca era ahora un peso abatido entre los hombres que lo sujetaban. Empezaba a comprender lo que realmente le esperaba y, sin duda, a ver que no había salida alguna. Lo curioso es que no parecía capaz de apartar los ojos del adepto. La expresión de su rostro era, como poco curiosa: un gesto extraño e imposible a mitad de camino entre la rabia y la añoranza.

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