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Rodolfo Walsh - ¿Quién mató a Rosendo?

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Rodolfo Walsh ¿Quién mató a Rosendo?
  • Libro:
    ¿Quién mató a Rosendo?
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1969
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¿Quién mató a Rosendo?: resumen, descripción y anotación

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NOTAS

[1] Con excepción de una nota aparecida en Primera Plana.

[2] Carlos Monteagudo: Vida de Juan N. Ruggiero, citado por Norberto Folino en Barceló, Ruggierito y el populismo oligárquico.

[3] Ver croquis.

[4]Semanario C.G.T., N.º 9, 27 de junio de 1968.

[5] Ver croquis.

[6] Ver plano. Las iniciales en el grupo atacado corresponden a Alonso, «Horacio», Granato, Raimundo y Rolando Villaflor. Se marcan con puntos negros los lugares en que cayeron Zalazar y Blajaquis. En el primer grupo vandorista las iniciales corresponden a Juan Ramón Rodríguez, Añón y Luis (Costa). El hombre solitario sentado junto al ventanal de Sarmiento es Hacha (o Acha). En las mesas del propio Vandor, las iniciales corresponden a José Petraca, Barreiro, Taborda (parado), Safi, Raúl Valdés, Vandor y Cabo. Del lado opuesto de la mesa estaban sentados Gerardi, Rosendo (marcados con puntos negros en los sitios donde cayeron) e Imbelloni. La pericia estableció dos áreas de tiro, marcadas con las letras «A» y «B»; la segunda corresponde a las mesas vandoristas, la primera a la puerta por donde salieron los miembros de este grupo. El proyectil número 4, que hizo blanco en el mostrador, es probablemente el que atravesó por la espalda a Rosendo García, dándole muerte. La prolongación de su trayectoria conduce a la silla de Vandor.

[7] Que dará origen a un desdoblamiento sindical. Parte de los trabajadores están agremiados en SMATA. Otros forman sindicatos por empresa.

[8] Datos del Consejo Federal de Inversiones y C.G.E.

[9] En el breve período de una semana, que abarca esta defensa del vandorismo, «La Prensa» publicó, además, dos editoriales, dos cartas, una solicitada y decenas de declaraciones contra la ley de despido; seis editoriales antiobreros con títulos como éstos: «Anarquía en los ferrocarriles», «Ocupación de una fábrica en Córdoba»; una foto de una máquina agrícola saboteada por un peón en el «King’s Ranch», de Santa Fe, y esa pieza antológica del resentimiento que bajo el título «Entre ellos», comenta el tiroteo de La Real.

[10] Nueve carillas dactilografiadas bajo el título «Relaciones del Sindicalismo con el Poder Político». En forma de reportaje, aparecieron condensadas en un semanario, a comienzos de 1967.

A la memoria de Domingo Blajaquis y Juan Salazar Rodolfo Walsh 1969 Editor - photo 1

A la memoria de

Domingo Blajaquis

y Juan Salazar

Rodolfo Walsh, 1969

Editor digital: GONZALEZ

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Este libro fue inicialmente una serie de notas publicadas en el semanario CGT - photo 2

«Este libro fue inicialmente una serie de notas publicadas en el semanario CGT a mediados de 1968. Su tema superficial es la muerte del simpático matón y capitalista de juego que se llamó Rosendo García, su tema profundo es el drama del sindicalismo peronista a partir de 1955».

En la reconstrucción de los hechos, Rodolfo Walsh contó con la ayuda de quienes sobrevivieron al tiroteo de la confitería Real de Avellaneda en el que murió García: Francisco Alonso, Nicolás Granato, Raimundo y Rolando Villaflor y la de su abogado defensor, Norberto Liffschitz. No hay, pues, una línea de esta investigación que no esté fundada en testimonios directos o en constancias del expediente judicial.

Un breve epílogo especialmente preparado para esta edición da cuenta de la suerte corrida por algunos de los protagonistas de esta historia, con posterioridad a los hechos de mayo de 1966.

Rodolfo Walsh Quién mató a Rosendo ePub r11 GONZALEZ 240215 NOTICIA - photo 3

Rodolfo Walsh

¿Quién mató a Rosendo?

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GONZALEZ 24.02.15

NOTICIA PRELIMINAR

Este libro fue inicialmente una serie de notas publicadas en el semanario CGT a mediados de 1968. Desempeñó cierto papel, que no exagero, en la batalla entablada por la CGT rebelde contra el vandorismo. Su tema superficial es la muerte del simpático matón y capitalista de juego que se llamó Rosendo García, su tema profundo es el drama del sindicalismo peronista a partir de 1955, sus destinatarios naturales son los trabajadores de mi país.

La publicitada carrera de los dirigentes gremiales cuyo arquetipo es Vandor tiene su contrafigura en la lucha desgarradora que durante más de una década han librado en la sombra centenares de militantes obreros. A ellos, a su memoria, a su promesa, debe este libro más de la mitad de su existencia.

En el llamado tiroteo de La Real de Avellaneda, en mayo de 1966, resultó asesinado alguien mucho más valioso que Rosendo. Ese hombre, el Griego Blajaquis, era un auténtico héroe de su clase. A mansalva fue baleado otro hombre, Zalazar, cuya humildad y cuya desesperanza eran tan insondables que resulta como un espejo de la desgracia obrera. Para los diarios, para la policía, para los jueces, esta gente no tiene historia, tiene prontuario; no los conocen los escritores ni los poetas; la justicia y el honor que se les debe no cabe en estas líneas; algún día sin embargo resplandecerá la hermosura de sus hechos, y la de tantos otros, ignorados, perseguidos y rebeldes hasta el fin.

La publicación de mis notas en CGT mereció algunas objeciones, en particular de ciertos intelectuales vinculados al peronismo. Existía según ellos el peligro de que la denuncia contra un sector sindical fuese instrumentada por la propaganda del régimen contra todo el movimiento obrero. Se mencionaban precedentes: cinco días después del episodio de Avellaneda, La Prensa había publicado un editorial titulado «Entre Ellos», que exhalaba ese odio inconfundible, a veces cómico, que profesa contra la clase trabajadora en general. Toda una cadena de editoriales posteriores, entre los que pueden señalarse los del 17 de mayo de 1967 y 20 de marzo de 1968, reflejaron la inquietud del diario ante el estancamiento del proceso judicial y su aparente deseo de que, se llegara a esclarecer la verdad y sancionar a los culpables. Me encontraba pues en peligro de coincidir con La Prensa, cosa grave.

Supongo que los hechos ulteriores habrán disipado ese temor. Bastó que esta investigación efectivamente aclarara lo sucedido para que la avidez de justicia de La Prensa se aplacara y el editorialista se dedicase a la lucha contra la garrapata y la vinchuca, o a graves reflexiones sobre «Doce hombres para colocar un foco», cuando alcanzan trescientos tontos para escribir un diario.

El silencio que rodeó esta campaña prueba que el interés real de ese periodismo era mantener el misterio que borraba las diferencias «entre ellos». Cuando resultó que «entre ellos» no estaban solamente algunos «dirigentes gremiales adictos a la tiranía depuesta», sino la policía, los jueces, el régimen entero, el desagradable asunto volvió al archivo.

Quedaba todavía una punta de objeción, que se expresaba así: Vandor, con sus errores y sus culpas, era de todas maneras un dirigente obrero; el tiroteo de La Real, un episodio desgraciado.

Si alguien quiere leer este libro como una simple novela policial, es cosa suya. Yo no creo que un episodio tan complejo como la masacre de Avellaneda ocurra por casualidad. ¿Pudo no suceder? Pero al suceder actuaron todos o casi todos los factores que configuran el vandorismo: la organización gangsteril; el macartismo («Son trotskistas»); el oportunismo literal que permite eliminar del propio bando al caudillo en ascenso; la negociación de la impunidad en cada uno de los niveles del régimen; el silencio del grupo sólo quebrado por conflictos de intereses; el aprovechamiento del episodio para aplastar a la fracción sindical adversa; y sobre todo la identidad del grupo atacado, compuesto por auténticos militantes de base.

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