Nota del autor
El secuestro narrado en esta obra es un hecho histórico, real. Ocurrió cerca de mi casa, cuando yo apenas contaba seis años de edad.
A pesar de mi corta edad, estos hechos se grabaron con tal fuerza en mi memoria que aún puedo recordarlos hoy, después de tantos años, como si acabasen de ocurrir.
Para reconstruir esta historia he contado con la valiosa ayuda de mis padres, quienes me relataban una y otra vez todo lo sucedido en el pueblo. Para el resto del relato, y en lo referente a personajes de otras poblaciones, he contado con la ayuda de don José López Murillo, natural de Almacella (Lérida), refugiado político español residente en París; y de don Luis Bellido, natural de Ronda (Málaga), también exiliado en Francia. Trabajé con ellos en la misma empresa durante cinco años, y me hablaron largamente sobre las condiciones políticas y sociales que vivieron en España. También me mostraron documentos, revistas, fotos y periódicos de aquella época, en la que, viéndose cercados por el régimen de Franco, tenían un único objetivo: escapar. José López Murillo huyó por los Pirineos; Luis Bellido lo hizo por Gibraltar.
Sin embargo, dado que mi deseo era escribir una novela, he manejado los datos obtenidos a mi antojo, huyendo de la rigurosidad que supone escribir un libro de Historia y acomodándolos según las necesidades de mi relato. Por lo tanto, los nombres de las personas que aparecen en la novela, así como algunas fechas y acontecimientos, son ficticios.
Notas
Dedicado a mis padres, con mucho cariño
Título original: La pista del lobo
Juan Pan García, 2007
Diseño/retoque portada: Juan Pan García, Orkelyon, Werth
Editor original: Werth (v1.0)
ePub base v2.0
Esta obra ha sido publicada en ePubGratis a petición del autor, y con su supervisión.
Miguel sufre un accidente de tráfico, provocado por un conductor suicida, en el que muere su yerno. Desde entonces vive con su hija Lucía y su nieta Rebeca, quienes, un verano, le ofrecen irse con elles de vacaciones a su pueblo, Algar, en la ruta de los pueblos blancos de Cádiz.
Miguel le cuenta a su nieta, a lo largo de diversos capítulos, la historia que le impide acompañarlas: La aventura de los maquis huidos a las montañas y perseguidos por la Guardia Civil, los atracos, secuestros, contrabando, asesinatos y el hambre que siguió a esos hechos obligaron a su familia y a otras muchas a abandonar el pueblo y emigrar hacia el Norte. Una historia dura de la época negra de España narrada con el ritmo de lo confidencial que llega directamente a la sensibilidad del lector y le hace reflexionar sobre los hechos acontecidos sin buscar culpables.
Esta novela, aunque basada en hechos históricos, no debe tomarse como una copia de la realidad y nadie debe sentirse aludido ya que es fruto de la imaginación del autor que ha jugado con hechos y situaciones, personas y localizaciones según lo requería la trama.
Juan Pan García
La pista del Lobo
ePUB v1.3
Werth04.06.12
Capítulo 1
A manecía despejado en Madrid, el cielo aparecía con un color anaranjado hacia el Este y ninguna nube ocupaba el espacio que se divisaba desde el balcón de un apartamento situado en la cuarta planta de un edificio de la calle Delicias.
Después de cuatro días de lluvias, la atmósfera de la urbe era clara y transparente. Nada quedaba aquella mañana del casco oscuro de contaminación atmosférica que cubría la ciudad antes de las lluvias.
Eran las cinco de la mañana del día 15 de junio de 2005 y Miguel ya se había levantado de la cama como era su costumbre desde aquel terrible accidente en la autovía en que un loco suicida, circulando en dirección contraria, provocó un choque múltiple, causando varios muertos y heridos. Habían pasado tres años desde que lo sacaron del coche los bomberos. Allí perdió sus piernas, su alegría y su futuro: sólo le faltaban dos para jubilarse y siempre había esperado ese momento para comprarse una casa en el campo y vivir lo que le restaba de vida en paz en medio de la naturaleza.
Ahora se hallaba inválido en una silla de ruedas, dependiendo de la ayuda de Lucía, su hija, para hacer todas sus necesidades. La única alegría que le quedaba era ver cómo crecía Rebeca, su nieta desde hacía once años. Dentro de tres horas, la niña se levantaría, tomaría el desayuno y se despediría de él con un par de besos antes de salir de casa y perderse en el ascensor para bajar a la calle, donde sería recogida por el autobús escolar que la llevaría hasta su colegio, sito en la calle Claudio Coello. Aquél sería su último día de curso. Lucía la acompañaría y se quedaría para recoger las notas. Luego, la chiquilla tendría tres meses de vacaciones, que si no fuese por culpa de él, pasarían en un lugar de la costa, como antes de… ¡No quería ni recordarlo!
Miguel giró bruscamente la silla, empujando una sola rueda con su mano derecha y frenando la otra con la izquierda; se apartó de la ventana y se dirigió al comedor. Al pasar junto a una mesa cogió el mando a distancia y encendió el televisor para ver las noticias. Desde que sufrió el accidente no podía dormir: tenía frecuentes pesadillas, cuando no eran los dolores, y permanecía despierto durante horas sin hacer ruido para no despertar a la familia; pero cuando la luz del amanecer se filtraba por la ventana de su habitación se levantaba y se quedaba mirando la salida del sol desde el balcón, hundido en sus nostálgicos pensamientos. No podía olvidar aquel coche que a las 7:39 de la tarde venía de frente por el mismo carril que él llevaba en dirección a Madrid, en la A-6, cerca de Moncloa.
Su yerno José, que venía junto a él conduciendo, vio venir el coche suicida e intentó esquivarlo, pero tropezó con otro que circulaba en paralelo por el lado derecho y los tres se convirtieron en un amasijo de hierros. Los dos eran trabajadores autónomos; hacían ese trayecto cada día desde hacía dos meses, al salir de su trabajo en Los Ángeles de San Rafael.
José tuvo mejor suerte, no se quedó inútil para toda la vida: murió en el instante, sin enterarse. Los peor parados fueron él, su hija y su nieta, quienes debían vivir para siempre con esa carga, con esos recuerdos, con esos sufrimientos… Ya nada sería lo mismo para ellos. Su nieta apenas salía de casa, pasaba las horas estudiando o mirando el ordenador y la televisión. De vez en cuando venía, le abrazaba y le daba varios besos; luego le hacía preguntas sobre sus deberes o le rogaba que le contase cuentos o historias. Decía que no quería recordar nada sobre aquel fatídico día; aunque, a veces, el abuelo la sorprendía llorando en su habitación con un retrato de su padre en las manos. La noche anterior, su madre le había dicho que si sacaba buenas notas le iba a dar una sorpresa, y la niña tardó en dormirse, pensando en qué sería lo que ocultaba su madre.
Miguel escuchó un ruido en el dormitorio de su nieta y vio que se encendió la luz. Aún faltaban dos horas para que sonase el despertador y el abuelo se preguntaba qué le sucedía a la niña cuando de pronto la vio aparecer restregándose los ojos, descalza y en camisón.
–Buenos días, abuelo –dijo la chiquilla acercándose y dándole un beso.
–Hola, hija, ¿no puedes dormir?