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Sinopsis
Siempre asombrado, un punto incrédulo, Miguel Ángel Aguilar saborea el espectáculo del circo contemporáneo en silla de pista, en primera fila. Apenas a unos metros de los prestidigitadores de la Transición, los domadores del golpismo y el terrorismo, los trapecistas de la libertad que parecía imposible. Aplicado alumno de la realidad, maestro del periodismo, Aguilar evoca hechos memorables del último medio siglo de España. Fue testigo, a veces incluso un poco protagonista, y lo cuenta como nadie, con su inconfundible estilo irónico, agudo y elegante. Vio morir una España y nacer otra. Estuvo en El Pardo y en La Paz cuando se leían los partes del equipo médico habitual, y en las sesiones, comidas, cenas y conciliábulos que acabaron dando a luz a la Constitución. Anduvo por El Aaiún cuando la Marcha Verde, en el Congreso el 23-F, lo procesó la jurisdicción militar y acabó formando parte del tribunal que otorgaba el premio del tonto contemporáneo. Una vida profesional plena, resumida en un libro intenso.
En silla de pista es un cronicón hecho de muchas crónicas. Recuerdos de cincuenta años de la vida nacional. Un retrato impagable de España y sus personajes. Y también un gran homenaje a una prensa que ya no existe pero que fue esencial en la consolidación del Estado democrático que hoy conocemos.
M IGUEL Á NGEL A GUILAR
EN SILLA DE PISTA
Álbum de momentos vividos en primera línea
A Juby, cuya aprobación me hubiera gustado
merecer, in memoriam.
A Miguel y Andrea, rogando que disculpen las molestias.
A Tomás e Ignacio, por si tuvieran algo que alegar en su día.
A los periodistas que dieron la cara sin pasar la cuenta.
A quienes trabajaron en el diario Madrid
defendiendo las libertades.
Prólogo
El periodista que estaba allí
Nacido para la astronomía y degenerado hasta el periodismo, enraizado en una familia de derechas de toda la vida, chapada a la antigua, ajena al «viva quien vence», con educación y vergüenza sobrada como para apuntarse al botín de ninguna victoria, me hubiera gustado coincidir con la definición que daba de sí mismo el impar Arturo Soria y Espinosa: «Soy discrepante y antimultitudinario, ni mando a necios, ni obedezco a pícaros y estoy contra el adulterio». De Ernst Bloch aprendí que la razón no puede prosperar sin esperanza, ni la esperanza expresarse sin razón, y algunos de los golpes encajados me permitieron averiguar la exactitud del poema Nostalgia del destierro de José Ángel Valente donde apunta que «Lo peor es creer que se tiene razón por haberla tenido…».
Las páginas que siguen quieren ser un álbum de momentos vividos en primera línea, en silla de pista, en ocasiones como observador participante. Son apuntes tomados del natural, siguiendo la línea de Manuel Chaves Nogales en El maestro Juan Martínez que estaba allí . nada, ningún hecho, ningún dato, permanece igual a sí mismo después de haber entrado en órbita como noticia.
Los periodistas gozan de propiedades análogas a las de los catalizadores. Su presencia hace posibles determinados procesos o reacciones químicas sin que ellos mismos sufran desgaste o alteración alguna. De los periodistas se espera que se comporten como los bomberos y corran hacia el fuego cuando los demás lo hacen en sentido contrario para escapar de las llamas. La vocación de testigo los acompaña, sabedores de que no hay prenda como la vista y de que nada sustituye el contacto personal. Sin que la proximidad, más aún cuando deriva en amontonamiento, aporte garantía de esclarecimiento ni proporcione otra cosa que confusión. Solo el mantenimiento de la distancia, tanto física como gramatical, permite informar de manera crítica, sin desenfoques. Por eso, promoví con Luis Carandell el Club del Usted para contener el tuteo degenerativo, convencidos como estábamos de que «frente a la asimilación tergiversadora se impone la clarificación sancionadora» .
En España —decía el ya mencionado Arturo Soria— estaba establecida la legítima autoridad, que en música era Falla; en poesía, Machado; en física, Blas Cabrera; en derecho penal, Jiménez de Asúa. Y hubo que hacer una guerra —remataba Arturo— para que Luca de Tena fuese académico. Los fusilamientos, cárceles, inhabilitaciones y exilios subsecuentes desertizaron el periodismo e izaron en los mástiles disponibles de las cátedras y de los periódicos prestigios fatuos, sin más sustento que los méritos de guerra que unos y otros se arrogaban con astucia oportunista. Fue el gran momento de los Emilios Romeros, de los Jaimes Campmanys, de los camaradas de Arriba, de Pueblo y de la Cadena de Prensa y Radio del Movimiento. En suma, de los inasequibles al desaliento, que vociferaban en las conmemoraciones reclamando la revolución pendiente a la manera del León de Fuengirola, José Antonio Girón de Velasco , es decir, sin consecuencia de lucro cesante.
Sé por experiencia propia que nada es comparable a la satisfacción intelectual que proporcionan las ciencias, y en particular las físico-matemáticas como la astronomía. A ese gozo impregnado de la angustia añadida por el carácter estrictamente individual y muchas veces incomunicable de la aventura científica que emprenden quienes se encaminan por la senda de la observación astronómica pensaba estar predestinado el abajo firmante. Por eso se licenció en Ciencias Físicas, dispuesto a continuar una saga científica que se remontaba a su bisabuelo, Antonio Aguilar Vela, director del Observatorio Astronómico del Retiro a partir de 1854; a su abuelo, Miguel Aguilar Cuadrado, primer astrónomo del mismo; y a su padrino de bautismo y hermano mayor de su padre, Miguel Aguilar Stuyck, que siguió sus pasos.
Con autoridad se ha escrito que en la progresión de la ciencia hay dos corrientes: una que tiende a escrutar el universo y otra que trata de penetrar en el núcleo del átomo. Caminan en direcciones opuestas sin perderse de vista, aunque una mida las distancias en pársecs (es decir, en años luz) y la otra en micromilímetros. De modo que cuanto más profundo se sumergen los físicos en las entrañas del átomo, más evidentes se vuelven para ellos las leyes relativas a la luminiscencia de las estrellas. Sucede que lo invisible por grande se enamora de lo invisible por pequeño y que los grandes cosmólogos trabajan con los físicos de las partículas elementales.