La majestad de la justicia y otros cuentos
Diego García Vásquez
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© Diego García Vásquez, 2019
Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com
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Primera edición: 2019
ISBN: 9788417926588
ISBN eBook: 9788417927554
A Dalia, autora y protagonista
de mis mejores tiempos.
« La creencia en mitos
per mite el confort de la opinión
sin la incomodidad del pen samiento ».
John F. Kennedy
Morir a solas
El detective Perafán fue despedido de la policía. Descubrieron que mediaba secretamente en la liberación de secuestrados de la mafia. Eso lo condujo a la cárcel, donde cumplió una condena de diez años. Al salir, tenía que ganarse la vida, y no sabía hacer otra cosa que investigar delitos. No quería retomar lo de la mediación en las liberaciones. Decidió entonces fungir como investigador de delitos, pero actuando secretamente.
La investigación de un crimen debe adelantarla el Estado. Pero, como eso es lento y casi nunca produce resultados, la gente prefiere contratar investigadores privados, para llevar los resultados de sus pesquisas a la autoridad, a fin de que esta resuelva los casos. Esa actividad es ilegal y por ende lucrativa. Y para el interesado en demostrar la culpa o la inocencia es un medio muy eficaz.
En un inmueble de la calle Montera, un sector de casas de lenocinio en Madrid, se encontró el cuerpo exánime de una mujer de treinta años. Estaba desnuda de la cintura para abajo. Tenía el rostro cianótico y sudoroso. En la nariz y en los surcos aledaños se dibujaban huellas de presión manual. La encontraron sobre la cama, en una habitación cerrada con seguro y sin ventanas. No había rastros de fluidos ni olores que delataran al agresor.
La esposa de la muerta contrató al detective Perafán. Quería resolver lo atinente al presunto homicidio, y sabía que la autoridad competente nunca lo lograría. Perafán tenía una comprobada experiencia en la resolución de casos que incluyeran ribetes pasionales, como parecía ser este caso. Ana, la muerta, y Lina, la viuda, se habían casado tres años antes del deceso de la primera. Ana sospechaba que Lina andaba en amoríos con Brenda, y había amenazado de muerte a esta última. Brenda se lo había contado a Lina, justo en la víspera del funesto día.
Las piezas encajaban. Una mujer celosa amenaza de muerte a su rival. La mujer amenazada decide adelantarse, y dispone la muerte de su confesa enemiga, pensando tal vez que podría alegar una defensa propia o algo similar. Perafán sabía que esa hipótesis era razonable. Sin embargo, esta solo explicaría los móviles del crimen y, a lo sumo, su autoría intelectual, pero no develaba la autoría material. No respondía satisfactoriamente la pregunta sobre el perpetrador del homicidio. Perafán tenía entonces que encontrar al dueño de las huellas que había en la cara de la finada. Esa era su tarea.
Él era perspicaz. Suponía que el agresor no iba a dejarse identificar tan fácilmente. Por lo tanto, no iba a dejar sus huellas marcadas en el cuerpo de la víctima. Los criminales usan guantes, toallas o pañuelos. Eso forma parte de la propedéutica delincuencial. El despiste era enorme. La desnudez parcial de la víctima sugería agresión sexual, pero el examen forense demostraba que no hubo violación, pues no había ni sangre, ni semen, ni desgarros en el cuerpo. Los médicos forenses dictaminaron muerte por asfixia mecánica. Eso significaba que hubo violencia, pero no sexual.
Después de varios días de trabajo arduo en el caso, Perafán estaba descansando en su casa. Era tarde en la noche. Cenaba y veía en televisión un reportaje sobre un actor que había muerto en Tailandia. Algo lo inquietó. Tomó un taxi y se fue, a esa hora, a la calle Montera. En el trayecto, el taxi en el que iba fue abordado en una parada de semáforo por un grupo de asaltantes árabes. Eran tres hombres apertrechados con rifles Kalashnikov. Con ese taxi perpetrarían un atentado extremista en los días subsiguientes. En el asalto iban a ultimar a Perafán y al taxista, para no dejar testigos. Pero Perafán hablaba árabe, y les pidió clemencia por ambos en nombre de Alá. Les perdonaron la vida y se quedaron con el taxi. Perafán siguió a pie hasta su destino.
Entró al burdel de Isabel, donde solían atenderlo con condescendencia. Pero él no fue a follar. Fue a conversar con Isabel sobre aquello que lo inquietó mientras descansaba y cenaba en su casa. Habló con Isabel. También habló con algunas de sus subalternas. Dos horas después regresó a su casa. Releyó el informe de medicina forense y encontró un dato relevante: aunque el informe decía que el cuerpo no evidenciaba signos de acceso carnal violento, este sí advertía la presencia de «cantidades ingentes de flujo vaginal, similares, en cantidad y textura, a las que se producen durante la fase de meseta excitatoria».
Perafán tenía una nueva hipótesis. Debía confirmarla. Para ello buscó en internet algunos artículos serios de investigaciones científicas. Consultó también a un médico amigo e hizo trabajo de campo, indagando con algunas mujeres del burdel de Isabel y con la misma Isabel.
Tenía el caso listo. Perafán fue al apartamento de Lina y le mostró los resultados de su investigación. Se los presentó para que aprobara su remisión a la policía. Si la policía y el juez encontraban fundamento en la hipótesis de Perafán, la absolución de Brenda sería irreversible. Perafán fue al apartamento de Lina y le mostró los resultados de su investigación.
Lina no lo podía creer. Su esposa se convertiría en la versión femenina del caso Carradine. Sobre ese caso trataba el reportaje que Perafán estaba viendo en su casa, antes de ir a ver a Isabel. En él analizaban la muerte del actor David Carradine en un cuarto de hotel en Tailandia. Según el reportaje, el deceso se produjo por hipoxia erótica. Es una asfixia provocada por bloquear manualmente el ingreso de oxígeno durante el gozo solitario, para incrementar el placer.
Ana murió haciendo lo mismo. Con una mano se tocaba y con la otra se tapaba la nariz, sin abrir la boca. Esa actividad entraña un alto riesgo de muerte por asfixia. La muerte sobreviene porque el suministro de oxígeno se suspende totalmente durante la fase de la meseta excitatoria. Aunque el riesgo de muerte es alto, no siempre se concreta.
Las conclusiones de Perafán permitían explicar todo. Explicaban la lubricación vaginal del cadáver. También explicaban que no hubiera señales de violencia sexual y explicaban lo más evidente: que lo ocurrido no era un crimen. Tampoco era un suicidio. Era solo un accidente derivado de una práctica sexual insegura.
El juez acogió la hipótesis y absolvió a Brenda. Lina, ya soltera, oficializó su relación con Brenda. Y a Perafán lo volvieron a recibir en la Policía, gracias a la notoriedad del caso conocido como la paja de la Montera.