QUINOX, EL ÁNGEL OSCURO 1
EXILIO
CARLOS MORENO MARTÍN
Copyright © 2011 Carlos Moreno Martín
Diseño de portada © Andrea Saga
Web Andrea Saga: www.andreasaga.com
Email: carlosmm2013@gmail.com
Twitter: carlosmoreno_m
www.facebook.es/carlosmm81
Web: https://elrincondecarlosmoreno.wordpress.com/
Blog personal: http://laguaridadelaspalabras.blogspot.com.es/
Página de Facebook: https://www.facebook.com/CarlosMorenoOficial/
Club CMM (Club de lectura creado por lectores para hablar de los libros de Carlos Moreno): https://www.facebook.com/groups/ClubdelecturaCMM/
All rights reserved. Without limiting the rights under copyright reserved above, no part of this publication may be reproduced, stored in or introduced into a retrieval system, or transmitted, in any form, or by any means (electronic, mechanical, photocopying, recording, or otherwise) without the prior written permission of both the copyright owner and the above publisher of this book.
This is a work of fiction. Names, characters, places, brands, media, and incidents are either the product of the author's imagination or are used fictitiously. The author acknowledges the trademarked status and trademark owners of various products referenced in this work of fiction, which have been used without permission. The publication/use of these trademarks is not authorized, associated with, or sponsored by the trademark owners.
La presente novela es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y sucesos en él descritos son producto de la imaginación del autor. Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor.
QUINOX, EL ÁNGEL OSCURO 1: EXILIO
La brisa entró por la ventana entreabierta, empujando en su camino las finas cortinas. Luego, arrastrándose suavemente, acarició la joven piel de la muchacha que yacía desnuda en la cama. Meredith abrió los ojos y extendió el brazo hacia el hombre que dormía a su lado. Pero las sabanas estaban vacías. Se incorporó, cubriéndose los pechos inconscientemente con la manta.
Lo último que recordaba de la noche anterior era haber hecho el amor con un muchacho que había conocido en el casino Luxor. Después de un día de perros decidió salir con unas amigas. Necesitaba pasarlo bien y olvidar por unos momentos su trabajo como administrativa en una empresa de seguridad. Demasiados albaranes, demasiadas facturas, demasiados jefes déspotas.
A la hora más o menos de estar allí, sus miradas se habían encontrado. Tom estaba jugando a la ruleta y, al parecer, le estaba yendo bastante bien. Él había sonreído y ella, sin pensar en lo que hacía, se acercó a él.
De entrada no le había resultado especialmente atractivo, pero tenía algo que la había encandilado. Quizá sus ojos verdes y su manera de hablarle; o tal vez, esa sonrisa, llena de perfectos dientes. O el cabello, corto y castaño, que enmarcaba unas facciones duras y que le otorgaba un aspecto de héroe de novela. A lo mejor fue eso lo que le gustó de él. El caso es que, unas copas más tarde, habían acabado retozando entre las sabanas de la cama de ella.
Y ahora él se había ido. Meredith sonrió con desgana. ¿Cómo no lo había imaginado? ¿De verdad pensaba que, tal y como le iban las cosas últimamente, él se quedaría? Con un suspiro, se levantó y comenzó a recoger su ropa. El tanga había quedado a medio camino entre la puerta y la cama, y el resto de sus prendas estaban desperdigadas por la habitación. Cogió el fino jersey que llevaba la noche anterior y lo arrojó sobre un sillón. Sin embargo, frunció el entrecejo al ver que, en una esquina, estaba la camiseta que vestía Tom la noche anterior. Que ella recordara, él no llevaba ropa de repuesto.
Un atisbo de esperanza iluminó sus ojos. Dudaba mucho que se hubiera ido al amanecer sin camiseta, aunque con el calor que hacía últimamente todo era posible. Se giró y salió de la habitación, para llegar al salón. Allí tampoco estaba. Caminó mientras se ponía una camiseta que había recogido antes de salir del cuarto y llegó al balcón. Allí estaba él, con la mirada perdida en el mar de piedra que era el desierto de nevada.
Estaba apoyado en la barandilla, observando con ojos curiosos la ciudad. Las Vegas comenzaba ya a despertar y los rayos del sol se filtraban entre los altos edificios del centro iluminando el rostro de Tom. La muchacha salió al balcón sin hacer ruido, sintiendo el frío del suelo en sus pies descalzos. Sin decir una palabra, rodeó su cuerpo con los brazos y le besó en la espalda desnuda.
—Creí que te habías ido —susurró.
Él no se sobresaltó. En vez de eso, sonrió y extendió una mano hacia atrás para acariciar la cintura de Meredith.
—¿Por qué iba a irme? —preguntó—. Aún no he desayunado.
Ella rió en silencio. Esa era otra de las cosas que le había gustado de él: su sentido del humor. Con cada frase, con cada comentario, Tom conseguía arrancarle una sonrisa y hacerle olvidar su trabajo… y su vida en general. No exageraba al pensar que aquella había sido una de las mejores noches de su vida.
Él se giró por fin y le mostró aquellos perfectos dientes. La agarró con suavidad de la cintura y la atrajo hacia él. Sus labios volvieron a unirse de nuevo, como la noche anterior, y ella sintió que el mundo desaparecía a su alrededor.
—¿Tienes hambre? —preguntó él cuando se separaron—. Puedo bajar a comprar algo.
—No te preocupes —. Ella se giró y entró en la casa con paso decidido.
Tom la siguió y observó su cuerpo semidesnudo contoneándose. ¿Podría ser ella?, pensó. Meneó la cabeza, apartando esos pensamientos. No iba a pensar en ello. Al menos, no por el momento.
Meredith trasteó en el frigorífico y se deslizó en la cocina. En un momento tenía preparado un buen desayuno a base de café y tostadas. Tom se sentó en una silla, frente a ella. Realmente era una mujer hermosa. Tenía un cabello rubio que dibujaba divertidas filigranas en su frente y unos ojos verdes en los que Randall no había podido evitar perderse durante toda la noche.
Desde que se conocieron la noche anterior, habían congeniado muy bien. Pero entonces ¿por qué no podía disfrutar? ¿Por qué se negaba a dejarse llevar? En el fondo conocía la respuesta, aunque no quisiera pensar en ello. No quería enamorarse. De hecho, no debía hacerlo. Su vida era demasiado complicada, demasiado peligrosa. No estaba dispuesto arrastrar a nadie al agujero en el que él mismo se había introducido.
Página siguiente