Miguel Ángel de Marco - San Martín
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- Libro:San Martín
- Autor:
- Editor:Emecé
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- Año:2013
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San Martín: resumen, descripción y anotación
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Miguel Ángel De Marco
San Martín
General victorioso. Padre de naciones
De Marco, Miguel Ángel San Martín : general victorioso, padre de naciones - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Emecé, 2013. E-Book. ISBN 978-950-04-3558-1 1. Historia Argetina. I. Título CDD 982 |
© 2013, Miguel Ángel De Marco
Diseño de cubierta: Departamento de Arte de Grupo Editorial Planeta S.A.I.C.
Todos los derechos reservados
© 2013, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C.
Publicado bajo el sello Emecé®
Independencia 1682, (1100) C.A.B.A.
www.editorialplaneta.com.ar
Primera edición en formato digital: septiembre de 2013
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.
Inscripción ley 11.723 en trámite
ISBN edición digital (ePub): 978-950-04-3558-1
A mi nieto Manuel Enrique Tejedo De Marco, para que ame a su Patria.
Prólogo
La figura de San Martín se vincula en mi caso, como en el de muchos argentinos que han comenzado a transitar por su séptima década de existencia, con los primeros recuerdos de la infancia. Desde lo que entonces se denominaba primer grado, la rememoración anecdótica del combate de San Lorenzo, del cruce de los Andes o de las decisivas batallas de Chacabuco y Maipú; la mención a su abnegada esposa, una niña casi al contraer matrimonio, o la lectura y explicación de las célebres Máximas que el Libertador escribió para su hija, ocupaban la atención de aquellas maestras normalistas de estampa casi siempre severa que se sentían obligadas a encender la llama del patriotismo en el corazón de sus alumnos.
Cuando quien esto escribe contaba diez años, se cumplió el primer centenario de su muerte, y se declaró por ley que aquellos doce meses se convertirían en el Año del Libertador General San Martín. Lejos de constituir una simple formalidad o una ocasión para disponer feriados, fue una movilización que alcanzó a todos los planos de la vida argentina. Bustos, estatuas, almanaques, láminas, sellos postales, tarjetas de distribución gratuita y masiva que mostraban la efigie de San Martín o evocaban sus acciones cívicas y militares, exhibían una determinación asumida por las más altas autoridades de la República. Surge con viveza en mi mente la constante asociación entre los principios y virtudes del héroe y el ideario proclamado por el entonces presidente, general Juan Domingo Perón.
La decisión de honrar al Padre de la Patria se vio envuelta en las clásicas disputas argentinas que no saben dejar en paz ni siquiera a los sepulcros, pues mientras unos se apropiaban en forma excluyente de los homenajes, otros señalaban el carácter banderizo de las evocaciones y discutían gestos que tuvieron por protagonista al Libertador, verbigracia el legado de su célebre sable corvo a Juan Manuel de Rosas. La memoria de San Martín quedaba entre dos fuegos, como se había sentido él mismo cuando llegó desde Europa a Montevideo en 1829, rumbo a la patria, y la contempló desgarrada por la guerra civil, para luego retornar con el alma vacía.
Uno de tantos ejemplos fue el debate ocurrido en la Cámara de Diputados de la Nación. Si bien todos los legisladores coincidieron en las honras que merecía aquel insigne argentino, se advierte que en casi todas las intervenciones la historia cedió paso a la ideología. Por desgracia, medio siglo después, esa actitud no ha variado en lo que respecta a las tergiversaciones que se proyectan a quienes, alejados del mundo académico, reciben una versión maniquea de la Historia, en la que prevalece el oportunismo político.
Las rememoraciones sanmartinianas están supeditadas en el presente a los fines de semana largos y constituyen poco menos que una mera formalidad dentro del calendario escolar. En suma, el Libertador está cada vez más ausente en la memoria de sus conciudadanos, como si el recuerdo de sus renunciamientos y sacrificios fuese una llaga abierta en tiempos en que parecen soslayarse los principios éticos que impulsaron su lucha y la de otros grandes argentinos.
La sugerencia de Emecé de que me abocase a redactar una vida de San Martín semejante a la que hace más de un año escribí sobre Manuel Belgrano, sin otra pretensión, como manifesté entonces, que ponerla al alcance del gran público, me alentó a destacar los rasgos principales de una de las personalidades más nobles de la historia argentina y sudamericana.
La bibliografía acerca del Gran Capitán es vastísima y en los últimos tiempos ha merecido importantes biografías. Para corroborarlo basta señalar el reciente libro del destacado americanista John Lynch y el volumen que escribió Patricia Pasquali, modelo de sapiencia y concisión.
Frente a lo dicho parecería superfluo encarar un libro de carácter biográfico. Pero cada cantor tiene su cifra, y la mía, tal vez modesta, se orienta a divulgar, sin renunciar a la seriedad y al equilibrio propio del historiador, la extraordinaria vida de uno de los padres de la independencia de América.
San Martín está en el bronce por lo que hizo sobreponiéndose a sus humanas falencias y debilidades; no por haber carecido de ellas. Ése es su ejemplo, tan vigente como necesario en nuestros días. Su honradez, su vigoroso entusiasmo, su infatigable actitud de servicio, constituyen hoy un verdadero acicate.
Mi agradecimiento a las instituciones y personas que me han ayudado. Como siempre, la Academia Nacional de la Historia me ha brindado su ámbito propicio, los beneficios de su extraordinaria biblioteca y de su valioso archivo, unidos a la diligente competencia de su personal. También debo gratitud a la Biblioteca Central de la Pontificia Universidad Católica Argentina, que vela con interés y cuidado por los libros del Fondo De Marco y me ha facilitado las publicaciones que contiene y otras que no pertenecen a esa colección, sin restricción alguna. Por su parte, el Instituto Nacional Sanmartiniano y el Museo Histórico Nacional me abrieron con generosidad sus colecciones.
La académica doctora Olga Fernández Latour de Botas me ha ayudado en la lectura de originales. También lo han hecho los miembros del Grupo de Historia Militar de la Academia Nacional de la Historia, generales Diego Alejandro Soria y Enrique Rodolfo Dick, el doctor Guillermo Palombo y el profesor Ariel Eiris.
Un párrafo especial merece mi esposa María Fernanda Sinde, sin cuya paciencia y ayuda no me hubiese sido posible hallar el tiempo necesario para desarrollar esta tarea en medio de otras muchas que me demanda mi condición de presidente de la Academia Nacional de la Historia.
Y otro, los editores del Grupo Editorial Planeta, al que pertenece Emecé, Ignacio Iraola y Alberto Díaz. Ellos me animaron para emprender esta obra después de aparecer mi libro sobre Manuel Belgrano.
Para finalizar, me permito reproducir, casi literalmente, el último párrafo de mi biografía del Creador de la Bandera: si esta obra sirve para levantar el espíritu de los argentinos que quieran leerla, entusiasmándolos como a mí me ocurrió mientras la escribía, estarán plenamente satisfechos mis anhelos y completo mi cometido.
Los San Martín, en el Río de la Plata y en España
Los padres de José de San Martín, llamados a conocerse y contraer matrimonio en la remota Buenos Aires en vez de hacerlo en la próspera y poblada provincia de Palencia, Castilla, donde habían visto la luz, nacieron, respectivamente, en Cervatos de la Cueza y Paredes de Nava, distantes escasos veinte kilómetros entre sí.
La Tierra de Campos, como se denomina desde los tiempos de Alfonso X el Sabio a la comarca donde dichas aldeas se hallan enclavadas, es de topografía ondulada, cortada a veces por cerros bajos en algunas de cuyas cimas se levantan castillos, mudos testigos de seculares luchas entre musulmanes y cristianos. La surcan varios ríos, algunos caudalosos y otros que son apenas hilos de agua.
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