JAMES DEAN
EL ÁNGEL OSCURO
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© Miguel Ángel Prieto, 2005
© T&Editores, 2005
ISBN: 8495602989
INTRODUCCIÓN
ETERNAMENTE JOVEN
«Sí un hombre puede cruzar el puente entre la vida y la muerte, si puede seguir viviendo después de morir, entonces quizá era un gran hombre. Cuando se habla sobre el éxito, se habla sobre llegar a la cima. Bien, no hay cima. Tienes que seguir y seguir, sin pararte nunca en un punto. Para mí, el único éxito, la única grandeza, es la inmortalidad. Hacer que tu trabajo sea recordado en la historia, dejar algo en este mundo que perdure durante siglos. Eso es la grandeza.» JAMES BYRON DEAN
James Dean sólo tenía veinticuatro años cuando murió en una solitaria carretera cerca de Cholame, California, el 30 de septiembre de 1955, mientras se dirigía a una competición automovilística en la vecina Salinas. En el momento de su trágico accidente, llevaba apenas dieciocho meses en Hollywood y había rodado consecutivamente tres películas, Al este del edén, Rebelde sin causa y Gigante, de las cuales sólo la primera se había estrenado.
Esa única película ya le había convertido en una gran estrella, y la noticia de su muerte acaparó las portadas de los periódicos de todo el mundo. Dean era universalmente conocido como un inconformista que había tomado Hollywood al asalto y que hacía lo que le daba la gana. Cuando Rebelde sin causa se estrenó un mes después, el dolor por su pérdida se transformó en un frenesí de proporciones gigantescas. Su tragedia le convirtió en una figura de culto para su generación y para las siguientes.
Los adolescentes de mediados de la década de los cincuenta eran escasamente conscientes de sí mismos como entidad. No tenían una cultura propia a través de la cual expresar sus deseos y frustraciones; sus únicos refugios eran el cine y el naciente rock'n'roll. Por eso, en el mismo momento en que Jimmy Dean apareció frente a ellos en la pantalla —enfadado, taciturno, desarrapado, herido, andróginamente bello—, su identificación fue inmediata. Los jóvenes de todo el mundo se vieron reflejados en su retrato del adolescente rebelde e incomprendido, no sólo por su familia y sus profesores, sino por toda la sociedad. Descubrieron que, como Cal Trask y Jim Stark, ellos también anhelaban el amor y la comprensión en sus vidas.
El espíritu hedonista con el que Dean vivió su vida al máximo también resultaba enormemente atractivo para sus nuevos fans. Muchos adolescentes sueñan con conducir coches deportivos y ser grandes estrellas de Hollywood. Jimmy lo consiguió. Y, en cierto modo, los jóvenes sintieron que él lo había logrado por todos ellos. Dean era el héroe que nunca les decepcionaría.
Desde el mismo día de su muerte, quedó claro que su ingente legión de seguidores no le dejaría descansar en paz. Warner Brothers —el estudio para el que realizó sus tres películas— tuvo que destinar una oficina exclusivamente a contestar las cartas dirigidas al actor fallecido y, durante muchos años, Jimmy recibió mucha más correspondencia que cualquier otra estrella viva de Hollywood. Un disco, "Su nombre era Dean", editado por un pequeño sello, vendió 25.000 copias en una sola semana; "Mattson's", una tienda de ropa de Hollywood, recibió cientos de pedidos de cazadoras rojas idénticas a la que Jimmy había vestido en Rebelde sin causa, y Griffith Park, donde se rodaron varias escenas de esa película, se convirtió de la noche a la mañana en una atracción turística. Los fans hacían cola dentro del observatorio, esperando sentarse en el mismo asiento que Dean había ocupado en el film. «Es como Valentino», le dijo un reportero a Henry Ginsberg, co-productor de Gigante, refiriéndose a la locura que se había adueñado del país tras la muerte del astro italiano en los años 20. «No», le corrigió Ginsberg. «Es más grande que Valentino».
Algunos fans se negaron a creer que Dean estuviese realmente muerto. Las revistas de escándalos, muy populares en su tiempo, publicaron morbosas historias con títulos como "Puedes hacer que Jimmy Dean viva para siempre" y "El chico que se niega a morir", que hablaban de un Dean horriblemente desfigurado pero aún vivo, encerrado en algún remoto hospital psiquiátrico, o vagando por las calles de forma anónima. Miles de visitantes procedentes de todas partes del mundo peregrinaron hasta Fairmount, la pequeña comunidad granjera de Indiana donde creció, para despedirse de su trágico héroe. Surgieron varios cultos necrófilos, creyendo que Jimmy seguía comunicándose con sus seguidores desde la tumba.
Su Porsche destrozado fue enviado de gira por todo el pais poco después, para disuadir a los jóvenes de que condujesen demasiado rápido. Esto no pareció inspirar una tendencia a una mayor prudencia en la carretera, sino que, al contrario, la publicitada muerte de Dean hizo que mucha gente quisiese comprarse un Porsche. En un macabro giño a ese fatal accidente, la compañía automovilística lanzó una edición especial de un deportivo diseñado para rendir homenaje al famoso Spyder 550 de Jimmy, presentándolo al mundo en la misma intersección de carreteras donde el actor había perdido la vida.
Un morboso truco publicitario, quizá, pero el morbo siempre ha estado muy presente en el culto a James Dean. ¿Por qué si no los fans se sienten más inclinados a celebrar el aniversario de su muerte que el de su nacimiento?
Las muertes en trágicas circunstancias de otros iconos populares del siglo XX como Elvis Presley, Marilyn Monroe o John F. Kennedy han inspirado bizarras teorías conspiratorias, pero los seguidores de Jimmy han llevado su obsesión en otra dirección. Consideran su prematura desaparición como una parte integral de su encanto: al morir joven, Dean se inmortalizó a sí mismo en toda su gloria, una especie de Peter Pan vestido con jeans y cazadora roja. Se fue antes de tener tiempo para fracasar, antes de quedarse calvo o perder su aspecto juvenil, antes de crecer, en definitiva. Pero detrás de la eterna juventud de Jimmy se esconde un inquietante interrogante: ¿hasta dónde hubiese llegado realmente de seguir vivo? ¿hubiese sido capaz de superar lo que había conseguido a los 24 años?
Para encontrar una posible respuesta, muchas miradas se vuelven hacia el espectro de Marlon Brando, su gran ídolo y su mayor referente interpretativo. Brando murió física, moral y económicamente arruinado, mientras que Dean ha permanecido inmaculadamente joven desde 1955. Es cierto que él nunca tuvo tiempo de engordar y cometer los errores de Brando (¿recuerdan La isla del doctor Moreau?), pero tampoco tuvo la oportunidad de lograr sus triunfos crepusculares (El Padrino o El último tango en París). La cuestión no es que Jimmy sólo hiciese tres películas, sino que lo que su corta carrera muestra es una gran promesa, más que una realidad, de perfección. Su potencial parecía infinito, pero, ¿hubiese sido verdaderamente capaz de desarrollarlo en su plenitud?
Antes de su muerte, Dean solamente había demostrado que podía interpretar a jóvenes angustiados y confusos; en otras palabras, él mismo. Sus dos roles más famosos, Cal Trask en Al este del Edén y Jim Stark en Rebelde sin causa, no son sino distintas variaciones sobre el mismo tema (por cierto, ¿han reparado en que el apellido "Stark" es un anagrama de "Trask"?) Jimmy no se separó, como debería hacer cualquier actor, de su propia realidad. Se interpretó a sí mismo, y los traumas de su vida hicieron aún más genuina la identificación. Pero lo hizo con una interiorización y una violencia que eran radicalmente nuevas a mediados de los 50. Fue su gran intensidad lo que fascinó al público de la época.
A Dean se le ha concedido el crédito por "inventar" al adolescente problemático en el cine, pero la mitad de ese logro corresponde a Elia Kazan, su primer mentor en Hollywood. Kazan le dio a Jimmy el papel de Cal en