ANTOLOGÍA
I - OTOÑOS Y OTRAS LUCES
El otoño se acerca con muy poco ruido: apagadas cigarras, unos grillos apenas, defienden el reducto de un verano obstinado en perpetuarse, cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste. Se diría que aquí no pasa nada, pero un silencio súbito ilumina el prodigio: ha pasado un ángel que se llamaba luz, o fuego, o vida. Y lo perdimos para siempre.
Todo el mundo era pobre en aquel tiempo, todos entretejían sin saberlo —a veces sonreían— los hilos de tristeza que formaban la trama de la vida (inconsistente tela, pero qué estambre terco, la esperanza). Unas hebras de amor doraban un extremo de aquel tapiz sombrío en el que yo era un niño que corría no sé de qué o hacia dónde, tal vez hacia el espacio luminoso que urdían incansables las obstinadas manos amorosas. Nunca llegué a esa luz.
Cuando iba a alcanzarla, el tiempo, más veloz, ya la había recubierto con su pátina.
¿Con qué lo redimimos, aquel tiempo sombrío? ¿Con qué pagamos la alegría de ahora, el envoltorio de bisutería que ocupa hoy el lugar del amor verdadero, del más puro amor forjado en el dolor y la desesperanza? ¿Qué entregamos como compensación de tan desigual trueque? Las más sucias monedas: la traición, el olvido.
Quién es el que está aquí, y dónde: ¿dentro o fuera? ¿Soy yo el que siente y el que da sentido al mundo? ¿O es el secreto corazón del mundo —remoto, inaccesible— el que me da sentido a mí? Qué lejos siempre entonces ya de todo, incluso de mí mismo; qué solo y qué perdido yo, aquí o allí.
II - VERSOS AMEBEOS
1. ACASO UN NOMBRE PUEDA MODIFICAR UN CUERPO
Si te llamaras Elvira, tu vientre sería aún más terso y con más nácar. Pero tan sólo el nombre de Mercedes depositado por mis labios en tu cintura condensaría la forma de esa espuma indecisa que recorre tu espalda cuando duermes de bruces.
Respóndeme cuando te diga: Olga, y verás que en tus pechos un rubor palidece. El nombre de María te volvería traslúcida. Guarda silencio si te llamara por un nombre que no pronuncio nunca, porque si entonces respondieses tus ojos —y los míos— se anegarían en llanto. Una prueba final; cuando sonríes te pienso Irene, y la sonrisa tuya es más que tu sonrisa: amanece sin sombras la alegría del mundo. ¿Y si te llamo como tú te llamas...? Entonces descubriría una verdad: en el principio no era el verbo. El nácar y la espuma, la palidez rosada, la transparencia, el llanto, la alegría: todo estaba ya en ti.
Los nombres que te invento no te crean. Sólo —a veces son como luz los nombres...— te iluminan.
2. A VECES, UN CUERPO PUEDE MODIFICAR UN NOMBRE
A veces, las palabras se posan sobre las cosas como una mariposa sobre una flor, y las recubren de colores nuevos. Sin embargo, cuando pienso tu nombre, eres tú quien le da a la palabra color, aroma, vida.
Sé que llegará el día en que ya nunca volveré a contemplar tu mirada curiosa y asombrada.
Sé que llegará el día en que ya nunca volveré a contemplar tu mirada curiosa y asombrada.
Tan sólo en tus pupilas compruebo todavía, sorprendido, la belleza del mundo —y allí, en su centro, tú, iluminándolo. Por eso, ahora, cuando aún es posible, mírame mirarte; mete todo tu asombro en mi mirada, déjame verte mientras tú me miras también a mí, asombrado de ver por ti y a ti, asombrosa.
Quise mirar el mundo con tus ojos ilusionados, nuevos, verdes en su fondo como la primavera. Entré en tu cuerpo lleno de esperanza para admirar tanto prodigio desde el claro mirador de tus pupilas. Y fuiste tú la que acabaste viendo el fracaso del mundo con las mías.
III - FRAGMENTOS
Del fragmento deduzco la grandeza.
De la totalidad, la pequeñez...
La distancia más corta entre dos puntos: la que media entre el tigre y la gacela. Sed en Castilla. ¡Nuestro gozo en un pozo! Triste gracia. Se murió de risa. Cayó la noche.
Se hizo trizas de luz el firmamento. Marzo es el mes más cruel. La primavera apunta. ¡Fuego! ¿Sangre en la tierra? ¡Rosas! ¡Rosas rojas! Sin pies, pero con cabeza. Si fueran descabelladas fantasías ¿cómo iban a peinarse con sus peines de nácar las sirenas? Tan lejos, hoy, de aquello, pervive sin embargo tanto entonces aquí, que ahora me parece que no fue ayer un sueño.
EL LUGAR DE LA PREGUNTA
En contra de lo que suele decirse la pregunta debe estar detrás de la respuesta.
Porque la pregunta sólo tiene sentido en contra de lo que suele decirse. * * * No interrogues dos veces a quien guarda silencio, porque el silencio es la única respuesta. * * * Pero no es cierto; hay algunas respuestas verdaderas: nunca, nada, jamás, tampoco, no, mentira. * * * ¿Niega y acertarás? Mentira, no, jamás, tampoco, nunca.
Un tonto habla de un tonto (ambos ilustres). Se jalea el discurso.
Cientos, miles de tontos, lo escuchan asombrados, reverentes. Creen que son tontos porque no entienden nada. (Lo son por otras causas; ahí no hay nada que entender) y disimulan: ¡Qué hermoso es el vestido de nuestro emperador!, dicen ufanos. Y nuestro emperador los saludaba con la misma ufanía, adiposo y lampiño, orondo, circunciso, varicoso.
Al lector se le llenaron de pronto los ojos de lágrimas y una voz cariñosa le susurró al oído —¿Por qué lloras, si todo en ese libro es de mentira? Y él respondió: —Lo sé; pero lo que yo siento es de verdad.
IV - OTRAS LUCES
Luna de abajo, en el fondo del pozo, blanca en los charcos de la bocamina, inmóvil en las aguas del río que no pueden llevarla —a ella, tan ligera— en su corriente.
Luna que no refleja al sol, sino a sí misma igual que un sueño que engendrase un sueño. Luna de abajo, luna por los suelos, para los transeúntes de la noche, que vuelven a sus casas cabizbajos. Luna entre el barro, entre los juncos, entre las barcas que dormitan en los puertos; luna que es a la vez mil lunas y ninguna, evanescente, mentirosa luna, tan próxima a nosotros, y no obstante aún más inalcanzable que la otra.
DOS VECES LA MISMA MELODÍA
Absuelto por la música, emerjo del Jordán del contrapunto limpio de pasado: nada que recordar. Todo ante mí, como ante Dios, presente. Ahora esa fuga de lo que se deslíe en la pura corriente de la vida, es imposible ya: la refrena —y tú no lo creías— con firmeza un violín, y todo permanece no en la memoria de un ayer ya muerto, sino en su terco, reiterado curso.
Tranquilo, corazón; en tus dominios —así como los oyes—, lo que fue sigue siendo y será siempre.
Alba en Cazorla Canta un gallo, mil gallos. Amanece. Luz tan cacareada pocas veces se ha visto. ¿Qué traerá este día así anunciado con clarines más vivos que sus llamas? (Pero no hay fuego todavía, sólo un atisbo de luz en un abismo alto y transparente que se opone a otro abismo). En el lugar del firmamento, nada.
Como un rubor azul renace el cielo. (Y abajo, allá en lo hondo, débil niebla de lana empaña el valle: rebaños y balidos resbalan por las sendas como movidos por un viento inquieto que los dispersa por los olivares). Enigmática luz, tan clara y pura que tan sólo se ve en lo que desvela ¿De dónde viene ese esplendor creciente? No es aún la luz la que ilumina al mundo; el mundo iluminado es quien la enciende.
¡Volver a ver el mundo como nunca había sido...! En los últimos días del verano, el tiempo detenido en la gran pausa que colmaría setiembre con sus frutos, demorándose en oro octubre, y el viento de noviembre que llevaba la luz atesorada por las hojas muertas hacia más luz, arriba, hacia la transparencia pálida de un cielo de hielo o de cristal cuando diciembre y la luna de enero hacían palidecer a las estrellas: altas constelaciones ordenando la vida de los hombres, el misterio tan claro, la esperanza aún más cierta... Aquella luz que iluminaba todo lo que en nuestro deseo se encendía ¿no volverá a brillar?