Cordwainer Smith
EL JUEGO DE LA RATA
Y D E L D R A G O N
Traducción: Marcial Souto
MINOTAURO
Sinopsis
Las personas y los gatos trabajan juntos formando equipo para proteger naves espaciales interestelares que viajan vía planoforming (un tipo de viaje más rápido que la velocidad de la luz) de los ataques de los “dragones”.
"Cordwainer Smith" nació en 1913 en Milwaukee (EE.UU.) y murió en 1966. Fue en el momento de su muerte cuando se supo que tras este pseudónimo se encontraba Paul Linebarger .
Estudió en Honolulú, Shangai, Baden-Baden, y en los EE.UU. Fue profesor en las Universidades de Harvard, Duke y Johns Hopkins; consejero de organismos del gobierno norteamericano como especialista en guerra psicológica y asuntos asiáticos, y coleccionista de armas de fuego y de máquinas de escribir antiguas. Escribió, con el seudónimo de Cordwainer Smith, cuentos y novelas cortas que combinan el género de la fábula y la ficción especulativa. Cordwainer Smith -decía él mismo- es precervantino, y sus historias se ordenan en ciclos legendarios del futuro -al modo de ciclos medievales- tan ajenos al ordenamiento aristotélico, de nudo y desenlace, como a la estructura lineal de la novela moderna.
“Un idealista obstinado” dijo de él Ursula K. LeGuin
¡No, No, Rogov, No! (No, No, Not Rogov!, 1959)
La Dama que Llevó el Alma (The Lady Who Sailed the Soul, 1960)
Los Observadores Viven en Vano (Scanners Live in Vain, 1950)
2º del Premio Retro Hugo (2001) [Relato]
19º del Premio Locus All Time Poll (1999) [Relato]
El Juego de la Rata y el Dragón (The Game of Rat and Dragon, 1955)
7º del Premio Locus All Time Poll (1999) [Relato Corto]
El Abrasamiento del Cerebro (The Burning of the Brain, 1958)
La Nave Era Dorada ¡Oh! ¡Oh! (Golden the Ship Was Oh! Oh! Oh! 1959)
Alpha Ralpha Boulevard (Alpha Ralpha Boulevard, 1961)
34º del Premio Locus All Time Poll (1999) [Relato]
Mark Elf (Mark Elf, 1957)
Título original: You will never be the same
Traducción: Marcial Souto
Cubierta: Oscar Chichoni
© 1963 by Cordwainer Smith
© 1984 Ediciones minotauro S.A.
Humberto I 545 -Buenos Aires
ISBN 950-547-027-4
¡NO, NO, ROGOV, NO!
L a figura dorada en los escalones dorados temblaba y se sacudía como un pájaro enloquecido, como un pájaro dotado de inteligencia y alma, y sin embargo arrastrado a la locura por éxtasis y terrores que sobrepasan el entendimiento humano, éxtasis materializados momentáneamente en la consumación de un arte superlativo. Mil mundos miraban.
Era el año 13582 d. C., de acuerdo con el antiguo calendario. Después de la derrota, después del desengaño, después de la caída y la reconstrucción, la humanidad había dado un salto, subiendo a las estrellas: La humanidad había encontrado allá un arte inhumano, y aun danzas no humanas, y mediante un espléndido esfuerzo creador había subido al escenario de todos los mundos.
Los escalones dorados danzaban ante los ojos. Algunos ojos tenían retinas. Algunos tenían conos cristalinos. Pero todos estaban clavados en la figura dorada que interpretaba Gloria y afirmación del hombre en el Festival Intermundial de Danzas de lo que hubiese sido el año 13852 d. C.
La humanidad ganaba otra vez la competencia. La música y la danza eran irresistiblemente hipnóticas, imperiosas, asombrosas a ojos humanos e inhumanos. La danza era un triunfo de la emoción: la emoción de la belleza dinámica.
La figura dorada en los escalones dorados dibujaba expresivas y luminosas formas. El cuerpo era dorado pero humano. El cuerpo era una mujer, pero más que una mujer. En los escalones dorados, a la luz dorada, la mujer temblaba y se sacudía como un pájaro enloquecido.
I
E l Ministerio de Seguridad del Estado se había horrorizado de veras cuando descubrieron que un agente nazi, más heroico que prudente, casi había llegado a N. Rogov.
Rogov valía más para las fuerzas armadas soviéticas que dos ejércitos aéreos, y tres divisiones motorizadas. El cerebro de Rogov era un arma, un arma del poder soviético.
Como el cerebro era un arma, Rogov era un prisionero.
No le importaba.
Rogov era del tipo ruso puro: cara ancha, pelo rubio, ojos azules, y una sonrisa caprichosa y arrugas divertidas en las mejillas.
—Claro que soy un prisionero —solía decir Rogov —. Soy un prisionero del Ministerio de Estado de los pueblos soviéticos. Pero los trabajadores y los campesinos son buenos conmigo. Soy miembro de la Academia de Ciencias de la Unión, general de división de la Fuerza Aérea Roja, profesor de la Universidad de Kharkov, subdirector de los Talleres de Producción de Aviones de Combate Bandera Roja. De cada uno de ellos recibo un sueldo.
A veces Rogov miraba a los colegas rusos entornando los ojos y les preguntaba muy seriamente:
— ¿Tendría que servir yo al capitalismo?
Los atemorizados colegas trataban de salir del paso tartamudeando una común lealtad a Stalin o a Beria, o a Zhukov, o a Molotov, o a Bulganin, según el caso. Rogov ponía una cara muy rusa: tranquila, burlona, divertida. Dejaba que tartamudearan.
Luego se reía.
La solemnidad transformada en hilaridad, Rogov estallaba en burbujeantes, efervescentes, joviales carcajadas:
—Claro que no serviría al capitalismo. Mi pequeña Anastasia no me dejaría.
Los colegas sonreían incómodos, y deseaban que Rogov no hablase de un modo tan disparatado, o tan cómico, o tan libre.
Hasta Rogov podía terminar muerto. Rogov no lo creía. Ellos sí.
Rogov no le tenía miedo a nada.
La mayoría de los colegas se tenían miedo entre ellos, le tenían miedo al sistema soviético, al mundo, la vida y la muerte.
Quizá en otro tiempo Rogov había sido común y mortal como los otros hombres, y lleno de temores. Pero se había convertido en el amante, el colega, el marido de Anastasia Fyodorovna Cherpas.
La camarada Cherpas había sido rival, antagonista y contendiente de Rogov en la lucha por la eminencia científica dentro de las osadas fronteras eslavas de la ciencia rusa.
La ciencia rusa no alcanzaría nunca la perfección inhumana del método alemán, la rígida disciplina intelectual y moral del trabajo de equipo alemán; pero los rusos podían adelantarse a los alemanes, y lo hicieron, dando rienda suelta a sus audaces, fantásticas imaginaciones. Rogov había organizado los primeros lanzamientos de cohetes en 1939.
Cherpas había completado el trabajo, y los mejores cohetes pudieron ser guiados por radio.
En 1942 Rogov había inventado todo un nuevo sistema para obtener mapas fotográficos, La camarada Cherpas lo había aplicado a la fotografía en color. Rogov, rubio, de ojos azules, y sonriente, en las negras noches de invierno de 1943, en las reuniones secretas de los científicos rusos, había censurado la ingenuidad y los defectos de la camarada Cherpas. La camarada Cherpas, con el pelo rubio de color manteca que le caía hasta los hombros como agua viva, la cara sin pintar centelleando de fanatismo, inteligencia y dedicación, lo desafiaba a gritos, en nombre de la correcta teoría comunista, tratando de humillarlo, golpeando los puntos más débiles de las hipótesis intelectuales de Rogov.
En 1944 valía la pena viajar para ver una disputa Rogov —Cherpas.
En 1945 estaban casados. El noviazgo fue un secreto, la boda una sorpresa, la unión un milagro en las jerarquías superiores de la ciencia rusa.
La prensa emigrada informó que el eminente científico Peter Kapitza había dicho una vez: "Rogov y Cherpas, ese es un equipo. Comunistas, buenos comunistas; ¡pero algo más! Rusos, suficientemente rusos como para vencer al mundo. Mírenlos... ¡He ahí el futuro, nuestro futuro ruso!" Tal vez la cita era una exageración, pero mostraba el respeto que los colegas científicos soviéticos les tenían a Rogov y a Cherpas.