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Carolyn Jess-Cooke - Mi amigo el demonio

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Carolyn Jess-Cooke Mi amigo el demonio

Mi amigo el demonio: resumen, descripción y anotación

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Carolyn Jess-Cooke

Mi amigo el demonio

Para Phoenix, mi adorado hijo

Los demonios ya no existen desde que existen los dioses, por lo que sólo son producto de la actividad psíquica del hombre.

SIGMUND FREUD

La mayor treta del demonio es convencernos de que no existe.

CHARLES BAUDELAIRE

CANCIÓN DE AMOR PARA ANYA

RUEN Alex La gente me mira extrañada cuando les digo que tengo un - photo 2


RUEN Alex La gente me mira extrañada cuando les digo que tengo un - photo 3


RUEN

Alex

La gente me mira extrañada cuando les digo que tengo un demonio.

— ¿No querrás decir que tienes demonios ? — me preguntan — . Como un problema con las drogas o el impulso de apuñalar a tu padre.

Yo les digo que no. Mi demonio se llama Ruen, mide alrededor de un metro sesenta centímetros de altura y lo que más le gusta es Mozart, el tenis de mesa y el pudin de pan y mantequilla.

Conocí a Ruen y a sus amigos hace cinco años, cinco meses y seis días. Fue la mañana que mamá me dijo que papá se había ido. Yo estaba en la escuela. En un rincón de la clase, junto a los dibujos del Titanic que habíamos hecho, apareció un grupo de criaturas muy extrañas. Varias de ellas parecían personas, aunque yo sabía que no eran profesores ni los padres de nadie, porque algunas tenían el aspecto de un lobo, pero con brazos y piernas humanos. Una de las hembras tenía brazos, piernas y orejas distintas, como si pertenecieran a diferentes personas, y estaban cosidas, como el monstruo de Frankenstein. Uno de los brazos era peludo y musculoso, pero el otro era delgado, como el de una niña. Me asustaron y me puse a gritar, porque sólo tenía cinco años.

La señorita Holland se acercó a mi mesa y me preguntó qué me ocurría. Le hablé de los monstruos que había en el rincón. Ella se quitó las gafas muy despacio, se las encajó en el pelo y me preguntó si me encontraba bien.

Miré de nuevo a los monstruos. No podía dejar de mirar a uno que en vez de cara tenía un enorme cuerno rojo en la frente, como el de un rinoceronte. Tenía cuerpo de hombre pero estaba cubierto de pelo; llevaba unos pantalones negros sujetos por unos tirantes hechos con alambre de púas chorreantes de sangre. Sostenía un palo muy largo coronado por una bola de metal de la que salían pinchos parecidos a los de un erizo. Acercó un dedo a donde deberían de estar sus labios, si es que los tenía y, acto seguido, escuché una voz en mi cabeza. Era una voz muy suave, pero al mismo tiempo ronca, como la de mi padre:

«Yo soy tu amigo, Alex».

Entonces todos mis miedos se esfumaron, porque lo que más deseaba en este mundo era tener un amigo.

Más adelante descubrí que Ruen podía aparecerse bajo varias formas y que ésa era la que yo llamo Cabeza Cornuda, que da mucho miedo, sobre todo cuando la ves por primera vez. Afortunadamente, no se aparece así muy a menudo.

La señorita Holland me preguntó qué estaba mirando, porque aún seguía con los ojos fijos en los monstruos, preguntándome si serían fantasmas, porque algunos de ellos parecían sombras. Esa idea me hizo abrir la boca; de ella empezó a brotar un sonido, pero antes de que fuera demasiado fuerte volví a escuchar la voz de mi padre dentro de mi cabeza:

«Tranquilo, Alex. No somos monstruos. Somos tus amigos. ¿No quieres que seamos tus amigos?».

Miré a la señorita Holland y le dije que estaba bien; ella me sonrió, me dijo «Perfecto» y regresó a su mesa, aunque siguió observándome con cara de preocupación.

Un segundo después, sin cruzar la clase, el monstruo que me había hablado apareció a mi lado y me dijo que se llamaba Ruen. Me dijo que sería mejor que me sentara o la señorita Holland me mandaría a hablar con alguien llamado Un Psiquiatra. Y eso, me aseguró Ruen, no sería nada divertido, nada que ver con hacer teatro, contar chistes o dibujar esqueletos.

Ruen conocía todos mis pasatiempos favoritos, por lo que supe que algo raro estaba ocurriendo. La señorita Holland siguió mirándome como si estuviera muy preocupada mientras seguía explicando cómo introducir una aguja a través de un globo congelado y por qué eso era un experimento científico muy importante. Volví a sentarme y no dije nada acerca de los monstruos. Nunca le he hablado de ellos a nadie. Hasta ahora.

Ruen me ha contado muchas cosas sobre quién es y sobre lo que hace, pero nunca sobre por qué yo puedo verlo y el resto de la gente no. Creo que somos amigos. Sólo pensé que no era mi amigo cuando me pidió que hiciera algo. Quiere que haga una cosa muy mala.

Quiere que mate a alguien.

UN SUEÑO CON LOS OJOS ABIERTOS

Alex

Querido diario:

Un niño de diez años entra en una pescadería y pide un muslo de salmón. El sensato pescadero enarca las cejas y le dice: «¡Los salmones no tienen muslos!». El niño vuelve a casa, le cuenta a su padre lo que le ha dicho el pescadero, y su padre se echa a reír.

— Vale — dice el padre del niño — . Ve a la droguería y compra pintura escocesa.

Así pues, el niño se dirige a la droguería. Cuando vuelve a casa, se siente muy humillado.

— Vale, vale, lo siento — dice su padre, aunque se ríe tan fuerte que casi se mea encima — . Aquí tienes cinco libras. Ve a buscar deditos de pescado y con el cambio te compras unas patatas fritas.

El niño le tira el billete de cinco libras a la cara.

— ¡Eh! ¿Qué te pasa? — grita su padre.

— ¡A mí no me engañas! — le espeta el niño — . ¡Los pescados no tienen deditos!

Este diario es nuevo; me lo regaló mi madre por mi último aniversario, cuando cumplí diez años. Quería empezar cada día con un chiste nuevo, para no salirme del personaje. Eso significa recordar lo que se siente al ser la persona que estoy interpretando, un muchacho llamado Horacio. Mi profesora de teatro, Jojo, dijo que había reescrito una obra muy famosa titulada Hamlet , convirtiéndola en una «Versión contemporánea del Belfast del siglo XXI, con rap, bandas callejeras y monjas kamikaze»; aparentemente, a Shakespeare le parece bien. Mamá dice que mi ingreso en la compañía teatral es algo estupendo, pero que no debo contárselo a cualquiera que me cruce por la calle si no quiero que me den una paliza.

Representaremos la obra en la Grand Opera House de Belfast, y eso es genial, porque está a diez minutos andando desde mi casa, por lo que puedo ir a ensayar todos los jueves y viernes al salir de clase. Jojo me dijo que incluso podía inventar mis propios chistes. Creo que éste es más gracioso que el último, el de la anciana y el orangután. Se lo he contado a mamá, pero no se ha reído. Vuelve a estar triste. De un tiempo a esta parte le pregunto por qué se pone triste, pero cada vez me responde algo distinto. Ayer estaba triste porque el cartero llegó tarde y estaba esperando una Carta Muy Importante de servicios sociales. Hoy ha sido porque nos hemos quedado sin huevos.

Soy incapaz de imaginarme una razón más estúpida para ponerse triste. Me pregunto si me estará mintiendo o si cree realmente que está bien echarse a llorar cada cinco segundos. Creo que le haré más preguntas sobre por qué está triste. «¿Es por papá?», quería preguntarle esta mañana, pero luego he tenido un Sueño con los Ojos Abiertos, como lo llama el psicólogo de la escuela, el calvo, y recordé aquella vez que mi padre hizo llorar a mi madre. Normalmente se ponía contentísima cuando él venía a verla, lo cual no sucedía muy a menudo; se pintaba los labios de rojo, se peinaba el pelo como si tuviera una bola de helado sobre la cabeza y en ocasiones se ponía el vestido verde oscuro. Pero una de las veces que vino papá lo único que hizo fue echarse a llorar. Recuerdo que yo estaba sentado tan cerca de él que podía ver el tatuaje de su brazo izquierdo, un hombre, decía papá, que se había dejado morir de hambre a propósito. «No me hagas sentir mal», le decía a mamá, inclinado sobre el fregadero para echar la ceniza del cigarrillo. Siempre tres golpecitos: tac , tac , tac .

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