No vayas adonde te lleve el camino. Ve, en cambio, por donde no hay camino y deja un sendero.
PRÓLOGO
Fue un momento fugaz, tan fugaz que con un pestañeo podría haber pasado desapercibido. Mientras se alisaba el cinturón del elegante abrigo blanco de Line the Label y se apartaba un mechón de cabello suelto de los ojos, Meghan miró a Harry, como se conoce popularmente al príncipe Enrique. Saltaba a la vista que estaba nervioso. Meghan le puso la mano en la espalda y se la frotó varias veces. El príncipe estaba acostumbrado a comparecer ante la prensa, pero aquello era distinto. En esos momentos no estaba promocionando la labor de una organización benéfica, ni animando a los líderes mundiales a tomarse en serio el cambio climático. Estaba compartiendo algo muy personal: la noticia de su compromiso matrimonial con Meghan. Tomados de la mano, avanzaron hacia la nube de fotógrafos que esperaba allí cerca.
—Tú puedes con esto —le susurró Meghan cuando salieron por una cancela del lateral del palacio de Kensington y echaron a andar por el largo camino emparrado que conduce al Sunken Garden, «el jardín hundido» que, con su estanque repleto de lirios de agua y sus coloridos macizos de pensamientos, tulipanes y begonias, era uno de los rincones preferidos de la princesa Diana en el palacio que antaño fue su hogar.
Al decir «esto», Meghan se refería a la primera sesión oficial de fotos con motivo del anuncio de su compromiso, a la que yo había llegado con apenas unos minutos de antelación tras volver precipitadamente de un largo fin de semana en Oxfordshire. Carolyn, que había llegado antes que yo, estaba ya en su puesto, junto al grupito de periodistas especializados que cubren habitualmente los actos de la familia real. Como integrantes veteranos de este grupo, Carolyn y yo seguimos a los principales miembros de la familia real británica en sus actos oficiales tanto en territorio británico como en el extranjero y tenemos, por tanto, acceso a información de primera mano sobre la Casa Real.
Seguir desde tan cerca las andanzas de los royals es un privilegio porque te permite asistir en primera fila a los momentos más señalados de sus vidas. Carolyn y yo nos encontrábamos en la escalinata de la maternidad de Lindo Wing cuando nacieron los hijos del príncipe Guillermo y Kate Middleton. A veces no atribuimos la suficiente importancia a esos instantes, que alguna vez formarán parte de los libros de historia. Pero cuando Harry sonrió a Meghan, que sostenía su mano entre las suyas, y el público reunido en el jardín de Kensington estalló en un grito de «¡Hurra!», hasta los periodistas más curtidos tuvieron que sonreír. La atmósfera de magia que había en ese instante era innegable.
Carolyn y yo hemos seguido de cerca el trabajo de la familia real desde mucho antes de que Meghan se uniera a the Firm , «la Empresa», como se conoce a la Casa Real en los medios periodísticos británicos. Durante años, hemos acompañado a Guillermo, Kate y Harry en sus viajes por todo el mundo. De Singapur a las islas Salomón, de Lesoto a la India, de Estados Unidos a Nueva Zelanda, hemos compartido los mismos aviones y los mismos vertiginosos itinerarios que los jóvenes príncipes. Las giras reales siempre me han recordado a una excursión o a un campamento escolar, porque te apiñas con tus compañeros en grandes autobuses y tratas de conseguir las mejores habitaciones en los hoteles. Y porque reina también un ambiente de camaradería, no solo entre los periodistas, el personal de palacio y los guardias de seguridad, sino con los propios príncipes.
Pienso, por ejemplo, en la vez que perdí el pasaporte en São Paulo, Brasil. Estaba en el aeropuerto registrando mi bolsa como un loco cuando me llamó uno de los asistentes de Harry. Oí de fondo la risa del príncipe, tan característica. Habían encontrado mi pasaporte en el suelo y el príncipe, que no quería dejarme tirado en Brasil, mandó a uno de sus escoltas a mi terminal para que me llevara el pasaporte y pudiera llegar a Chile a tiempo. La siguiente vez que vi a Harry, me gastó una pequeña broma: en vez de llamarme por mi nombre, me llamó «Pasaporte».
El hecho de hallarnos lejos de la atención mediática y de las presiones siempre presentes en el Reino Unido nos brindaba, además, la oportunidad de mantener charlas de tú a tú. En ese mismo viaje, Harry me confesó en un pequeño cóctel celebrado en nuestro hotel que le encantaría ser «un tío normal»: poder hacer las maletas y pasarse un año en Brasil dedicado a las cosas que le apasionaban. Dijo que odiaba que le pusieran constantemente teléfonos delante de la cara y que el ruido de los obturadores de las cámaras al disparar a veces le ponía físicamente enfermo.
Carolyn y yo siempre hemos sabido que Harry soñaba con llevar una vida alejada de los muros de palacio, pero mientras le acompañábamos en sus viajes, especialmente al campo, notábamos que su deseo de conectar con la vida cotidiana estaba impregnado a menudo de un sentimiento de tristeza. Aunque sabía que era imposible, deseaba relacionarse con la gente de a pie sin el revuelo que siempre provocaba su aparición.
Entonces, como ahora, Harry anhelaba una normalidad como la que su madre, Diana, trató de proporcionarles a su hermano y a él cuando los llevaba a un parque de atracciones o a un McDonald’s. (Es curioso que para aquel niño que había nacido rodeado de privilegios y riquezas inimaginables, lo mejor de ir a comer un Happy Meal fuera descubrir el juguetito de plástico que venía dentro de la caja de cartón).
Harry es distinto a su hermano Guillermo, que, por su carácter ordenado y pragmático, se parece más a su abuela, la reina. Es una persona emotiva que se aferra a ideales utópicos, pero siempre a su manera, lo que resulta admirable. Su deseo de vivir fuera de la burbuja del palacio —que se manifiesta en todos los aspectos, desde su costumbre de saludar con un abrazo en actos oficiales a su empeño en servir en primera línea del frente de guerra como miembro de las Fuerzas Armadas— es una cualidad muy positiva, aunque a veces cause complicaciones al resto de la familia real.
Su determinación y su energía le permitieron inaugurar un capítulo nuevo de la historia de la familia real al enamorarse de Meghan Markle.
Yo mismo, por ser británico de ascendencia interracial, me entusiasmé al descubrir que una actriz norteamericana iba a ingresar en la dinastía de los Windsor, y lo mismo le ocurrió a gran parte de esa población joven y diversa que se ha aficionado a seguir a través de los medios la vida de los duques de Sussex. Curiosamente, conocí a Meghan antes que Harry. Charlé con ella por primera vez allá por 2015, en un acto de la Semana de la Moda de Toronto, después de su aparición en la alfombra roja. A nadie le sorprendió más que a mí que justo un año después, Meg (como la llaman las personas de su círculo más íntimo y su marido) conquistara el corazón del soltero más codiciado a este lado del charco.