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Ismael Ferreras Madero - Historias de un camarero Zen

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Ismael Ferreras Madero Historias de un camarero Zen

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El objetivo es simple Recaudar suficiente dinero para comprar una guitarra - photo 1

El objetivo es simple. Recaudar suficiente dinero para comprar una guitarra eléctrica y culminar su sueño. Ser un exitoso guitarrista de rock. Para conseguirlo, decide buscar trabajo en verano, en un conocido restaurante de su barrio.

Pero no va a ser tan sencillo como había pensado. El restaurante está regentado por un cocinero loco al que llaman "El Goblin". Allí conocerá también al maestro Guindilla, que le enseñará el noble arte del camarero Zen.

Ismael Ferreras Madero Historias de un Camarero Zen Tomo I ePUB v01 Nada - photo 2

Ismael Ferreras Madero
Historias de un Camarero Zen

Tomo I

ePUB v0.1

Nada es importante,

nadie tiene más prisa que yo,

el cansancio es puramente psicológico.

A Pepe, el maestro Guindilla

Por enseñarme todo cuanto sé

Prólogo

El viejo camarero recogió el último mantel sucio de una mesa que, minutos antes, estaba ocupada por seis clientes habituales del restaurante y miró su reloj. «Las once de la noche, el servicio de cena empieza a alargarse, se acerca el verano... —pensó mientras se dirigía al salón interior—. En cuestión de semanas echaremos de menos terminar a estas horas, los clientes se agolparan en la entrada y no podremos con todos.» Sabía que tenía que hablar con su jefe y tratar de convencerlo, pero le daba miedo su reacción. Siempre era impredecible. Si se levantaba de buen humor, podían pasarse el servicio entero gastándose bromas, charlando de fútbol y criticando los pedidos de los clientes, pero, si por el contrario, el dueño del asador se levantaba con el pie izquierdo, era harina de otro costal. En días como esos cualquier pequeño detalle era motivo de gritos y aspavientos, cuchillo en mano.

El salón interior del restaurante estaba completamente vacío. Ni siquiera montaban mesas, pues el patio era suficientemente grande y todos los clientes querían cenar al aire libre, aprovechando el fantástico clima del que gozaba su ciudad. En verano era imposible cenar dentro. El calor era insoportable, de manera que el interior se utilizaba para otras cosas. Una barra de tres metros de largo lo cruzaba de punta a punta y al fondo, un pequeño cuartucho cerrado con una cortinilla hacía las veces de friegaplatos y de zona relax, donde el camarero podía fumarse un cigarro tranquilamente, sin ser visto ni por la clientela ni por el propio jefe del restaurante, que raras veces se acercaba por allí.

Atravesó el interior del asador y la cortinilla, entrando en el cuartucho. Se apoyó contra la pared, sacó su paquete de Winston arrugado del bolsillo de su camisa amarillenta y se encendió un cigarrillo. «Tengo que decírselo hoy —se dijo a sí mismo—, que vaya mentalizándose. Necesito un ayudante y lo necesito ya, si quiero que me dé tiempo a enseñarle todo lo que hace falta para sobrevivir a un verano en este infierno. No me va a pasar lo del año pasado... no, lo del año pasado no.»

El verano anterior había sido especialmente duro. El trabajo empezó a crecer paulatinamente a medida que aumentaba el calor y con la llegada del agosto aquello se hizo insoportable. Dos personas trabajaban en el restaurante en ese momento. El dueño en la cocina y él mismo para atender a toda la clientela. Sólo cuando el trabajo les desbordó por completo accedió el jefe a contratar a uno más para ayudarle. Pero era demasiado tarde y los nuevos duraban apenas unas horas. Llegaban con muchas ganas, dispuestos a comerse el mundo, pero cuando el patio se llenaba por completo y en la calle se formaba una cola inmensa para entrar, el miedo se apoderaba de ellos. El miedo, el estrés y los gritos, que se convertían en el pan nuestro de cada día, los hacían huir aterrorizados. Y al final, todo el trabajo se lo tenía que cargar él. «No, definitivamente, lo del año pasado no»

Decidió que el juego psicológico sería más efectivo que las palabras. Tratar de convencer a su jefe de que se gastara más dinero del imprescindible iba a ser una tarea titánica que acabaría por fracasar. «No, tiene que ser algo más sutil, que poco a poco vaya instalando la idea en su cabeza hasta que por fin tome la decisión él mismo. —pensó mientras daba pequeñas caladas a su cigarrillo— Si fuese él quien pensara que, de algún modo, necesitamos a más gente, todo sería más sencillo. No habría que discutir.» Y entonces se le ocurrió. Ir más despacio, atender con lentitud, perder el tiempo al servir la bebida, recoger las mesas a velocidad de tortuga... todo eso provocaría que terminaran de trabajar más tarde. Era perfecto. Tiró la colilla al fregadero y sacó otro cigarrillo. «Empezaremos por fregar tranquilamente —se dijo a sí mismo mientras comprobaba el volumen de platos sucios que se hacinaban sobre un tablón— Sí, tiene que funcionar.» Tardó unos diez minutos en empezar a fregar, mientras se reía para sus adentros.

Un día, pasadas dos semanas desde que el camarero tomara sus medidas, mientras cenaban los dos en el patio, disfrutando del frescor de la madrugada, el dueño del restaurante se pronunció al fin:

—Oye, ¿soy yo o ya se empieza a notar el verano? —preguntó mientras le daba un sorbo a su copa de vino blanco. «Ahora debo ser cuidadoso. —pensó el camarero— Una palabra inadecuada en estos momentos, y todo mi plan se vendrá abajo.»

—No, yo creo que aún podemos, ahórrate la pasta. Ya si eso en agosto —contestó. En el juego que se llevaban entre manos siempre era mejor situarse en el lado opuesto, para que su jefe hiciera exactamente lo contrario a lo que él opinara.

—Yo creo que tenemos más trabajo que el año pasado. Fíjate que falta mucho para agosto y ya tenemos hasta una hoja de reclamaciones por servir a un tío el pan cuando ya tenía el postre en la mesa. Estas cosas sólo nos pasan en plena batalla. —dijo su jefe mientras dejaba la copa sobre la mesa y cogía los cubiertos, dispuesto a dar buena cuenta de un chuletón a la brasa.

—Bah, era un idiota, siempre tenemos alguno de vez en cuando. —respondió sin darle demasiada importancia al asunto.

—Calla, calla, que ya estás viejo y no respondes como antes. Creo que va siendo hora de que coja a algún chavalín de esos de verano, para que le vayas enseñando. No sé ni porqué te pago tanto. Cada vez estás más lento. Mañana, al primero que entre por esa puerta buscando trabajo lo metemos a recoger y fregar platos. Así le vas enseñando de cara al verano. —sentenció el dueño del asador.

« Has picado. —pensó el astuto camarero— Más sabe el diablo por viejo que por diablo.»

Capítulo 1: El asador del Goblin

Toda decisión tiene su consecuencia. Un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Y así fue cómo ocurrió todo.

—Quiero una guitarra, eléctrica.

—¿Una guitarra? ¿Para qué quieres una guitarra, si no has tocado una en tu vida? Además, yo no pienso pagarla. —pensó en estrangularlo allí mismo, pero de que serviría, al final siempre hacía lo que le salía de los cojones.

—Pues deberías. Estás minando mi capacidad creativa. Y luego está el tema económico. Imagina que se me da bien. Monto un grupo de rock y nos forramos. Las chatis estarían a las puertas, tirándose de los pelos para ser una de las primeras en entrar en el backstage. «El argumento es irrefutable —se dijo a sí mismo— ¿Quién es él para negarme semejante orgía de éxito?»

—Tú estas loco. No tienes dinero, ni trabajo, ni siquiera tienes un plan de futuro, y estás aquí discutiendo conmigo para que te compre una guitarra. Ni hablar del peluquín. Trabaja y cómprala tú, si tan claro lo tienes.

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