Francisco I. Madero
Otto Press
New York, New York
USA
Primera edición, julio de 2015
Copyright © Elmy Grisel Lemus Soriano/Otto Press, 2015
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com
Le agradecemos que haya comprado una edición original de este libro. Al hacerlo, apoya al autor y al editor, estimulando la creatividad y permitiendo que más libros sean producidos y que estén al alcance de un público mayor. La reproducción total o parcial de este libro queda prohibida, salvo que se cuente con la autorización por escrito de los titulares de los derechos.
Prefacio
Es difícil pensar en Francisco Ignacio Madero como el hombre que lo mismo inició la Revolución en México, promovió el espiritismo, aseguraba que mantenía comunicación con el difunto Benito Juárez y curaba a sus trabajadores utilizando la homeopatía. Una de las palabras, entre las muchas que pueden definir a Francisco I. Madero, es la de soñador: de joven soñaba con viajar por Europa y África, entrar en contacto con tribus y conocer sus costumbres. Más tarde, su sueño fue ser maestro espírita, hablar con los ya fallecidos para poder conocer sus designios y contribuir a la paz del mundo. Su último sueño: restaurar el liberalismo en México y dotar al país de un gobierno auténticamente democrático. Los hombres de su época le hicieron corridos, canciones que describían sus múltiples facetas, mismas que aquí retomamos y que podrían resumir, en pocos versos, la vida de aquél que decidió enfrentarse al general Porfirio Díaz.
I. La familia Madero y Parras
Querido público, si puedes escuchar
mis pobres cánticos y mi poco saber,
hablaré del gran caudillo que libertad nos dió
y de tiranos nos hizo defender.
Con patriotismo yo dirijo esta ovación,
sin ser poeta y sin ser un gran autor
y si agradecen mis cantares al oír de esta historia voy a dar un pormenor...
(Corrido popular)
Al parecer, la familia Madero, de origen español, llegó a Coahuila a fines del siglo XVIII. Pero fue sólo con Evaristo, el abuelo de Francisco y quien había nacido en 1828, que la fortuna económica de la familia comenzó. El padre de Evaristo había sido un ingeniero agrimensor graduado del Real Colegio de Minas, que se encontraba en la ciudad de México, y su trabajo lo llevó al norte. Aprovechando que esa zona del país se encontraba prácticamente despoblada, logró hacerse de algunas haciendas, pero su repentina muerte en 1833 dejó a la familia en total desamparo. Además, la independencia de Texas dejó a los Madero prácticamente en la ruina, pues la mayoría de sus propiedades quedaron del otro lado de la frontera. La única hacienda que conservaron, llamada «Palmira», era muy pequeña y apenas servía para mantener a la familia.
A los diecinueve años, Evaristo contrajo matrimonio y comenzó a trabajar en el negocio de los transportes, y con los ahorros de su salario compró un tranvía de mulas que, gracias a la Guerra Civil de Estados Unidos, se convirtió en un excelente medio de transporte para el comercio en la frontera y permitió iniciar el patrimonio de la familia. Con el tiempo, Evaristo se convertiría en gobernador de Coahuila, cargo al que renunció para mostrar su molestia por la primera reelección de Díaz, en el año de 1884. Esta historia debe haber jugado un papel importante en el cariño que, muchos años después, su nieto, el pequeño Francisco, tendría por su tierra natal.
El hijo de Evaristo, Francisco Evaristo Madero, creó su propia fortuna a través del ganado y la explotación minera; además, contrajo matrimonio con Mercedes González Treviño, hija de una familia adinerada de Monterrey, Nuevo León. Para 1910, los Madero eran una de las diez familias más ricas en México, con una fortuna de aproximadamente quince millones de dólares. Francisco Ignacio (en su acta de nacimiento aparece como Ygnacio, seguramente una falta de ortografía del registro civil) Madero González nació el 30 de octubre de 1873 y fue el primero de dieciséis hermanos: Gustavo, Alfonso, Emilio, Raúl, Gabriel, Enrique, Julio, Evaristo, Ramón, Carlos, Benjamín, Mercedes, Rafaela y Ángeles. De todos ellos, sólo trece llegarían a la edad adulta. Era una familia tan unida que, llegada la Revolución, Francisco fue acompañado por cinco de sus hermanos —Gustavo, Alfonso, Emilio, Raúl y Enrique— y por su padre, también llamado Francisco. En realidad, en la familia Madero hubo dos hijos llamados Raúl, pero el primero murió quemado en un trágico accidente cuando era todavía muy pequeño. Francisco nunca se recuperó completamente de la muerte de su hermano, lo que influyó en que adoptara, como veremos más tarde, el espiritismo como filosofía de vida y como un método para tener contacto con él.
A diferencia de la mayoría de los mexicanos en el siglo XIX, Francisco nació en una familia de clase alta, que tenía propiedades en casi todo Coahuila, uno de los estados más extensos de México. La familia Madero, profundamente católica, había decidido establecer vínculos cercanos y amistosos con la comunidad de Parras, dando empleo digno y bien remunerado a sus trabajadores.
El padre de Francisco, del mismo nombre, no había optado por ningún cargo político, pero era un hombre de negocios, amigo íntimo de José Yves Limantour, secretario de Hacienda y Crédito Público del presidente Porfirio Díaz. Esta amistad influyó en el papá de Francisco cuando abiertamente rechazó la candidatura presidencial de su hijo, ya que quería evitar problemas con Limantour. Además del respeto habitual de los hijos hacia sus padres en aquella época, Francisco dejó testimonio de ser un hombre particularmente amoroso y tierno, inclusive hasta la edad adulta. No hubo carta en la que no llamara a su padre «querido papacito». El único motivo de enfrentamiento se dio cuando, a pesar de la negativa de su padre, decidió lanzar su candidatura a la presidencia de México.
Existe poca información de la infancia de Francisco. Solamente sabemos, por lo que él mismo cuenta en sus Memorias , que era un niño muy débil y enfermizo, por lo que sus padres no le permitían salir a jugar al campo, como lo hacía la mayoría de los chicos de su edad. Solamente podía dar algunos paseos a caballo pues el resto del tiempo era dedicado al estudio y la lectura, ayudado por sus profesores particulares. Sus hermanos fueron sus únicos amigos de la infancia, particularmente Gustavo, que solamente era un año menor. De lo poco que sabemos de su niñez, existe una anécdota que al parecer tendría profundas consecuencias en su vida adulta: Francisco aseguraba que un día llegó a sus manos una ouija, una tabla que supuestamente permite hablar con los difuntos. Al jugar con ella, Madero recibió un mensaje en el que se le aseguraba que llegaría a ser presidente de México. Cuando años más tarde conoció el espiritismo, este recuerdo cobraría un significado muy especial, motivándolo a iniciar su carrera política.
Cuando su salud mejoró, Francisco comenzó a asistir al colegio jesuita San Juan Nepomuceno, en Saltillo, por lo que a sus padres les pareció lógico y natural que deseara llegar a ser sacerdote, pues según Madero, únicamente así podría «salvar su alma y llegar al cielo». Para dar continuidad a su educación, cuando Francisco cumplió trece años, fue enviado por su familia al Saint-Mary’s College cerca de Baltimore, en Estados Unidos. Su breve estancia, sólo un año, coincidió con la llegada de la pubertad, lo que le hizo olvidar la idea del sacerdocio para dedicarse a las actividades normales de su edad: paseos en trineo, a caballo —su pasión desde pequeño— y, por supuesto, las citas con chicas de su edad.