Ismael López - Escúpelo. Crónicas en negro sobre el porno en España

#Escúpelo

Crónicas en negro sobre el porno en España

Ismael López Fauste

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Well you may throw your rock and hide your hand

Workin' in the dark against your fellow man

But as sure as God made black and white

What's down in the dark will be brought to the light

Johnny Cash – God’s gonna cut you down

"A medida que la libertad política y económica disminuye, la libertad sexual tiende, en compensación, a aumentar. Y el dictador (a menos que necesite carne de cañón o familias con las cuales colonizar territorios desiertos o conquistados) hará bien en favorecer esta libertad. En colaboración con la libertad de soñar despiertos bajo la influencia de los narcóticos, del cine y de la radio, la libertad sexual ayudará a reconciliar a sus súbditos con la servidumbre que es su destino".

Aldous Huxley – Un mundo feliz

Ismael es diferente. No se acercó al porno para aliviar impulsos adolescentes, ni para acumular posturas y fantasías que reproducir con alguna chica de su pueblo. Supongo que en esa época en la que sus compañeros se masturbaban compulsivamente con porno descargado del Kazaa. Él andaría con la cabeza en otro sitio, no sé, quizá metida algún relato de un Japón remoto o en un oscuro cuento de Poe que le llevara un poco lejos, igual un par de siglos atrás, de su casa en Navarra.

Fue después, siendo un periodista en ciernes, cuando Ismael se acercó al porno, o más bien, a las personas detrás del porno, seducido por la libertad que irradiaban. Follaban, viajaban, y ambas cosas las hacían por voluntad propia y ganando dinero. No tenían miedo a ser juzgadas por su trabajo, por su estilo de vida, por hacer del deseo y la hipocresía ajenos un placer y un negocio propio. Actrices como aquella chica metida a pornógrafa que le paseó por Malasaña, pizpireta y resuelta con sus botas militares manchadas de pintura, eran la puerta a un mundo de viajes, de experiencias, a una vida autónoma que cuestionaba a todo y a todos, y que lejos de producir rechazo, resultaba terriblemente atractiva.

A Ismael le llevó tiempo darse cuenta de que la chica descarada que hablaba de sexo, libertad y deseo que entrevistó no era la persona detrás de la actriz porno, sino que, tristemente, la historia acaba por ser al revés. Si “lo que posees acabará poseyéndote”, como decía Tyler Durden en El Club de la Lucha, lo que haces acabará definiéndote. Y las cuentas no cuadraban: ellas hablan de libertad, de una vida de aeropuertos y ciudades lejanas, de experiencias únicas al alcance de muy pocos, de insurrección, de amigas y amigos que tienen sexo sin parar, sin compromisos, con el orgullo de quien, y le cito literalmente: "paga las facturas con el coño". Pero en Escúpelo, perdónenme, yo veo mujeres que se encierran cuatro días a convivir con hombres que han pagado una cantidad obscena de dinero para sentirse “como emperadores romanos”, tomándolas y dejándolas cuando deseen, mujeres que se introducen los penes flácidos de hombres tristes en la boca con mucha más resignación que deseo. Veo mujeres con fecha de caducidad, que se pasan el día colocadas de hierba para rodar las escenas, mujeres cuyo caché no depende de sí mismas sino del hombre omnipresente tras las cámaras en un rol tan cínicamente paternalista y patriarcal que a veces no sólo ejerce de jefe, cámara o productor, sino de padrino, de socio, de novio, o de marido. Veo mujeres hacinadas en pisos en Budapest, en Praga, en L.A., con jornadas laborales interminables y sometidas al arbitrio del empresario turno. Veo mujeres que circulan entre puticlubs y reservados de discotecas, entre chalets y pisos-patera, que besan con sabor a Listerine, mujeres contradictorias, que no sueñan con la libertad de Betty Friedan sino con un retiro dorado con marido, hijos y monogamia de vuelta a Rumanía.

Escúpelo está lleno de sexo. Hay gangbangs, hay creampies, hay lluvias doradas, dobles penetraciones, lésbicos, dominación, y prácticas cuyo nombre desconozco. Pero no encontrará usted una sola página que le excite. Ninguna.

Lo mismo les ocurría a casi todos los presentes en la casa de locos que sirve de escenario de esta historia real y cruda, la historia de cuatro días de sexo en un chalet de lujo en Mallorca contadas a través de los ojos de un joven periodista que se pregunta cómo ha terminado allí.

Escúpelo es la trastienda de la pornografía, el behind the scenes de una industria millonaria obligada a reinventarse, el pudor oculto tras su fingida desnudez, porque el porno también prefiere a veces hacer las cosas con la luz apagada Y es también la historia de un fracaso, o de muchos, porque también hay perdedores en una industria con éxito, poder y creciente aceptación como es la pornografía. Escúpelo narra el fracaso de una productora agónica que no se ha sabido reinventar para hacer frente a las webcammers, los portales gratuitos, y la producción masiva desde el este de Europa: se acabaron los yates, el lujo, los rodajes con catering y camerino; la austeridad no es ajena al porno. Es también la historia del ocaso de una actriz que ve agotarse su tiempo y se aferra a unos fingidos treintaitantos en un intento desesperado de rodar una escena más. Una vieja prematura reconvertida a madame que sabe que su mundo se agota y que el espectador las prefiere jóvenes, frescas, baratas, ahora aniñadas, otrora tatuadas, eslavas, asiáticas, antes salvajemente operadas, ahora, que parezcan naturales.

Y si hablamos de fracasos, Escúpelo es sobre todo la muestra del histórico fracaso de la sexualidad masculina, de los estragos de una historia escrita por hombres que pone en el centro al macho y su deseo con el mundo a sus pies. Sus víctimas históricas han sido las mujeres, (las violadas, las traficadas, las quemadas, las prostituidas, las golpeadas, las desaparecidas) pero no es menos verdad que el patriarcado y su sexualidad tirana y despótica ha criado también hombres sombríos y patéticos como los que habitan estas páginas. Hombres muy diferentes entre sí, desde fontaneros salidos a obsesos millonarios, desde un prestigioso doctor que folla enmascarado a un emigrante endeudado que sueña con ser una pornstar. Los clientes de MaXorca, que querían ser la polla tras la pantalla, no eran conscientes, o no querían serlo, de su patetismo, de su brutalidad, de lo grotesco de sus movimientos tras la cámara, de la torpeza de sus carnes, del espectáculo desolador de sus cuerpos fritos al sol del mediodía chupando y penetrando a mujeres que gimen mecánicamente, que se aburren de esa escena. Hombres que han pagado un dinero indecente para poder joder a actrices durante cuatro días como quien contrata un paquete de aventura en el Amazonas: ¿Por qué? Unos dirían que es por la experiencia, o porque es un sueño por cumplir, o porque valen para hacerlo. Pero básicamente, es porque pueden: porque hay un sistema que legitima su poder. Por eso hoy, dos años después de escritas esas páginas, Siel sigue organizado orgías de pago en Alemania, “Sexperiences” en su casa de Mallorca (donde “mujeres desnudas satisfacen todos tus deseos esperando ansiosas tu corrida”), o servicios de “esposas de fin de semana” (¡esposas!) en los que una actriz se somete a todas tus exigencias durante 48 horas por el precio de ocho salarios mínimos interprofesionales. Y es que la libertad sexual que pregonan, como el libre mercado, tiene oferta para todas las demandas, por eso hay mamadas a cinco euros y noches de cuatro mil.

Este libro me ha ayudado a comprender que prostitución y pornografía se retroalimentan, son uno. Y ambos actúan al servicio del poder patriarcal, económico y de control social, para mantenerlo intacto. Sería muy