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Ignacio Martínez de Pisón - Derecho natural (Volumen independiente) (Spanish Edition)

Aquí puedes leer online Ignacio Martínez de Pisón - Derecho natural (Volumen independiente) (Spanish Edition) texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2017, Editor: Grupo Planeta, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Ignacio Martínez de Pisón Derecho natural (Volumen independiente) (Spanish Edition)

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PRÓLOGO

Mi padre no siempre se pareció a Demis Roussos. Cuando Demis Roussos era ya Demis Roussos, medio calvo, barbudo, barrigón, envuelto en anchas túnicas con bordados de colores, el escaso pelo alborotado en largas guedejas, mi padre era todavía un hombre espigado, fibroso, con aire de galán y una buena pelambrera, vestido con polos entallados que dejaban asomar el pelo del pecho. En algún momento, a comienzos de la década de los ochenta, sus aspectos físicos debieron de confluir. El cantante, pasados ya sus años de gloria, perdió de golpe veinte o treinta kilos y aprovechó los restos de su antigua popularidad para promocionar un libro titulado Cuestión de peso, en el que daba consejos para adelgazar. Mi padre, que entretanto había empezado a engordar y a quedarse calvo, se acostumbró a cubrir su vientre redondo con amplios blusones y a ocultar la papada bajo una barba algo asilvestrada. Sus anatomías estaban recorriendo el mismo camino pero en sentido inverso. Mientras mi padre se iba convirtiendo en Demis Roussos, éste parecía decidido a dejar de ser él mismo, de modo que en ese viaje de ida y vuelta tal vez se cruzaran en alguna estación de paso, cuando todavía uno seguía siendo a medias el que había sido y el otro era ya a medias el que se había propuesto ser.

La transformación de mi padre se había iniciado de forma espontánea: sencillamente, le fue saliendo el Demis Roussos que, sin que nadie lo supiera, siempre había llevado dentro. A partir de cierto momento, esa transformación se volvió consciente y deliberada. Por entonces estaba pasando una de sus habituales malas rachas. Hacía tiempo que no le llegaban ofertas de trabajo y debía mucho dinero. De su época de actor le quedaban, eso sí, algunos contactos en el mundillo del espectáculo. Su nuevo aspecto y el buen oído que siempre había tenido para la música hicieron el resto. Un día adoptó el nombre artístico de Big Demis y empezó a ganarse la vida imitando al cantante griego en salas de fiestas primero de Madrid y luego del litoral levantino. A los alemanes e ingleses les encantaba acabar la noche coreando con él algunos de los éxitos de la década anterior, como Forever and Ever o Goodbye, My Love, Goodbye. Dado que su sustento dependía de ello, se esmeró en cultivar el parecido. Se acostumbró a usar collares de abalorios y camisas de inspiración hippie, se depiló el entrecejo y se dejó crecer media melena, que cuando estaba fuera del escenario llevaba recogida en una coletita. No debía de haber en todo el mundo un doble tan perfecto de Demis Roussos. A mediados de septiembre, acabada la temporada de verano, regresaba a Madrid a esperar a que le llamaran de alguna discoteca necesitada de completar el programa del fin de semana. Pero Madrid no era como Benidorm. Allí, por mucho que el público recordara todavía los estribillos más populares de Demis Roussos, los gustos eran distintos, más modernos, y los empresarios le sugerían que no se limitara a cantar siempre las mismas canciones y renovara su repertorio con éxitos de artistas más recientes, como Duran Duran o Madonna. «Con la facilidad que tú tienes...», le decían, palmeándole el hombro, y mi padre se enfadaba: ¿cuándo se había visto a alguien como Demis Roussos hacer versiones de canciones de las que nadie se acordaría al cabo de un mes?

Su destino había quedado encadenado al de Demis Roussos, cuya estrella inevitablemente iría declinando hasta desaparecer. Con lo que mi padre ganaba en verano se las arreglaba para pasar el invierno, pero ¿cuántos veranos más seguirían contratándole para imitar a un cantante al que cada vez recordaría menos gente? Las cosas cambiaron de golpe un día de mediados de junio de 1985. Yo era entonces un becario de veintitrés años que hacía méritos en el departamento de Filosofía del Derecho mientras trataba de redactar la tesis doctoral. Salía de vigilar un examen cuando me dieron su recado: tenía que llamarle, era urgente. Busqué un teléfono. Mi padre descolgó al instante y ni siquiera preguntó quién era.

—¿Te has enterado? —dijo.

—¿De qué?

—¡Demis Roussos viajaba en el avión secuestrado!

—No sé de qué me hablas.

—¡El avión de la TWA!

Cuando llegué a casa, vi las imágenes en la televisión. Unos terroristas árabes habían secuestrado el vuelo TWA 847 y lo habían desviado al aeropuerto de Beirut. Y en ese avión viajaba Demis Roussos. Durante los días siguientes, mi padre me dejaba mensajes en el contestador para mantenerme al corriente de las novedades: la liberación de un primer grupo de rehenes (entre los que no estaba Demis Roussos), el aterrizaje en Argel, la liberación de un segundo grupo de rehenes (entre los que tampoco), la amenaza de matar a los restantes si Israel no ponía en libertad a varios centenares de presos libaneses, el regreso a Beirut, el asesinato de un militar norteamericano que viajaba en el avión y cuyo cuerpo fue arrojado a la pista... A Demis Roussos y a otros pasajeros de nacionalidad griega los dejaron marchar al cuarto día. Yo me enteré por la radio del bar de la facultad. Dijeron que Demis Roussos había cumplido treinta y nueve años durante el cautiverio y que los secuestradores, impresionados por tener a una celebridad entre los rehenes, le habían cantado el Cumpleaños feliz. Un nuevo mensaje de mi padre me esperaba en el contestador de casa:

—Solucionado. ¡Menos mal! —decía nada más, con un laconismo que sugería que ambos compartíamos idéntica obsesión por la suerte del cantante.

La foto de la rueda de prensa apareció en los periódicos del día siguiente. Qué sensación tan extraña experimenté al ver a ese Demis Roussos de aspecto abatido que, pese a tener seis años menos, parecía una versión desmejorada de mi padre. Tenía la impresión de estar viéndole a él, a mi padre, pero tal como habría sido si su vida hubiera sido otra. O la impresión de estar viéndole en unas circunstancias que no conseguía identificar y descubriendo por casualidad algo de su pasado que se me había ocultado: una enfermedad grave, una operación, no sabría decir.

Lo cierto es que el episodio del secuestro relanzó la carrera de Demis Roussos, pero sobre todo la de mi padre. Primero le entrevistaron en alguna radio, luego su foto salió en varios periódicos y revistas, más tarde le llamaron de la televisión... Lo que excitaba la curiosidad de unos y otros no eran ya las recientes vicisitudes de Demis Roussos sino el hecho de que tuviéramos en España una perfecta réplica suya que se hacía llamar Big Demis. La consagración se la proporcionó el programa de cierre de temporada de «Estudio abierto», de José María Íñigo. Empezó interpretando una de sus canciones favoritas, We Shall Dance

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