Jorge Moreno - Diario de un cuentista

DIARIO

DE UN

CUENTISTA

Por

Jorge Moreno

Diario de un cuentista

Todos los derechos reservados

Portada de Jorge Moreno

Corrección de Mariola Díaz-Cano

© Jorge Moreno Muñoz 2015

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita del titular del Copyright, bajo las sanciones establecidas por la ley, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y su distribución mediante alquiler o préstamo públicos de ejemplares.

PRÓLOGO

Nací con un lápiz entre las manos y en seguida empecé a garabatear líneas que se convirtieron en letras.

Esto no es cierto, por supuesto, pero me gusta contar que fue así, y de eso va esto de escribir, contar lo que te dé la gana, porque te gusta o porque te apetece.

No fue tan pronto como imagino, pero desde muy pequeño disfruté escribiendo y el ser escritor y publicar un libro era más que un sueño, una quimera irreal e irrealizable.

El mundo cambia y las perspectivas también, y llegué a la conclusión de que si quieres conseguir algo, debes empezar por intentarlo. Volví a escribir relatos cortos hasta que decidí publicarlos en este libro.

En este Diario de un cuentista se recogen todos los relatos que conservo y que han sobrevivido de una manera u otra. Aparecen por orden cronológico de escritura, menos el primero, Loco , que lo escribí en 2011, cuando decidí retomar mi afición, y que resultó finalista en el Primer Premio el Folio en Blanco, de la Cátedra de Carmen Posadas y que me quitó el miedo a mostrar a los demás lo que escribía. Los primeros relatos se remontan a principios de la década de los 90 del siglo pasado y se les nota el paso del tiempo y mi inexperiencia, pero les tengo un cariño especial y he querido juntarlos con los demás, los más recientes y más numerosos que comienzan con El mejor día de mi vida , en el año 2011, hasta llegar al 2014.

Son más de sesenta relatos, escritos por diferentes motivos y finalidades, mayoritariamente de ficción, aunque también se cuelan otros personales.

Espero que los disfrutéis y los leáis hasta el final, y así sabré que solo hubiera sido imposible si hubiera dejado de intentarlo.

A mi padre, por insistir, persistir y resistir.

LOCO

Estoy loco. Muy loco. Pero no loco como esos que se ponen un cucurucho en la cabeza y dicen que son Napoleón o Jesucristo. No, loco de verdad. Aunque me avergüenza reconocer que alguna vez he dicho que era Cleopatra para que me tomen en serio.

A los locos no nos toman en serio. Nada en serio. Estoy yendo a terapia, aunque mi mujer no quiere. Dice que no nos lo podemos permitir, que es muy caro. Pero yo sé cuál es su verdadera razón. Está liada con mi terapeuta, y se siente mal si voy a verle. Mi terapeuta es majete . Muy majete . Es caro, pero yo insisto en ir a él y le pago el doble por cada sesión. Cuando me encierren, él se tendrá que hacer cargo de mi mujer y mis hijos, y le vendrá bien el dinero. Es tan buena persona que intuye mis motivos y no se niega a cobrarme el doble.

Realmente no me lo puedo permitir. Somos pobres. Muy pobres. Pero pedí un préstamo. Había oído que hay que estar loco para pedir un préstamo, así que me fue fácil.

Mi terapeuta es bueno. Muy bueno. Su método es la autosugestión. Dice que con la sugestión de nuestro subconsciente podemos conseguirlo todo. Yo ya lo estoy dominando. Me autosugestioné para que Scarlett Johansson quisiera acostarse conmigo. Funcionó. Los primeros días dudé de que hubiera tenido éxito y se lo dije a mi terapeuta. Él me explicó que Scarlett se moría de deseo por mí, pero que no conocía mi dirección. Se ofreció a contactar con ella y dársela, a cambio del precio de dos sesiones. Accedí. Ella debe de estar a punto de llegar en cualquier momento. Pero ya sabemos que el tráfico está mal. Muy mal.

Me cae muy bien mi terapeuta. Me alegro de que se acueste con mi mujer. Mi mujer no es la mujer más hermosa del mundo, ni está entre las cien más atractivas. Realmente es fea. Muy fea. Y asquerosa. Muy asquerosa. Al principio no comprendí a mi terapeuta. Ahora sí. Estoy seguro de que utiliza la autosugestión para convencerse de que es una top model .

A veces tengo momentos de lucidez y me dan ganas de vengarme de ellos. Pienso en autosugestionarme y convertirme en homosexual y acostarme con él. Afortunadamente pocas veces estoy lúcido. De mi locura no avanzo mucho. Mi terapeuta dice que es porque realmente no quiero curarme y que necesita que aumentemos las sesiones. No sé si tiene razón. Por si acaso, he pedido otro préstamo.

Ahora tengo que dejar de escribir. Llaman a la puerta. He estado autosugestionándome toda la tarde y debe de ser Scarlett. Es atractiva. Muy atractiva.

UNA HISTORIA SIN MÁS

Permítanme que me presente. Me llamo George H. McBrown, soy detective privado y me propongo relatarles el caso más importante de mi vida.

Por aquel entonces yo acababa de llegar a Chicago, lo cual supuso un alivio, ya que estaba sufriendo un estreñimiento insoportable.

En Chicago pretendía empezar una nueva vida, intentando huir de mi pasado. Aquel día eran las siete de la tarde y ningún cliente había roto el silencio de mi despacho desde que me instalé en él. Ya me disponía a salir para ir a ver a los Bulls cuando mi secretaria entró visiblemente exaltada.

—Señor McBrown, una señorita desea verle.

—Si es otra testigo de Jehová, dale dos dólares y que rece por nuestras almas.

—Ya lo he hecho, pero dice que no quiere salvar su alma, sino que quiere verle personalmente.

Mi olfato no me decía nada porque todavía estaba constipado, pero mi instinto me señalaba que detrás de mi puerta esperaba una clienta. Rápidamente cerré las persianas dejando pasar una tenue luz, me puse mi sombrero y me senté en el sillón giratorio, dando la espalda a la puerta —estos detalles son muy importantes en mi profesión, para impresionar al cliente—.

—Dile que pase.

Al instante oí unos tacones que se acercaban a mi mesa y una voz increíblemente sensual.

—¿George H. McBrown?

En ese instante di un pequeño impulso al sillón giratorio para ponerme frente a ella, pero la falta de práctica me hizo dar un par de vueltas antes de detenerme. Cuando lo conseguí me quedé asombrado. Ante mí estaba una mujer terriblemente hermosa, con una melena rubia que brillaba con los rayos de luz que la persiana dejaba pasar, y con unas curvas infinitas que parecían hablar. Hasta entonces solo había visto una mujer tan bella y era, precisamente, a la que pretendía olvidar en aquella ciudad con una nueva vida. Por un momento, con el mareo de los giros, creí que era ella.

—¿Es usted el detective George H. McBrown? —repitió.

—Espero serlo, si no, llevo los calzoncillos de otro.

—Me llamo Mary Washington y quiero contratarle para que encuentre a mi padre, Charles Edward Washington.

Por un momento quedé paralizado. Charly Washington era el dueño de la compañía aérea Air Washy y uno de los hombres más ricos de los Estados Unidos.

—Mi padre desapareció el pasado martes cuando volvía de una reunión de negocios. Al día siguiente recibimos esta carta.

Sus suaves manos me acercaron una nota en la que, con letras recortadas de periódicos, ponía: “Queremos 100 millones de dólares. Si habláis con la policía, el viejo morirá”.

—Si nos le devuelve vivo, le pagaremos un millón de dólares.

—Señorita Washington…

—Llámeme Mary —me dijo sonriente.

—¿Por qué ha acudido a un detective nuevo en la ciudad como yo?

—Pensé que si buscaba un detective famoso, ellos lo sabrían y matarían a mi padre.

Durante todo este tiempo no dejé de contemplarla. El millón de dólares era tentador, pero ella me recordaba demasiado a la que hasta entonces había sido la mujer de mi vida y algo me decía que no debía caer en viejos errores.