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Francisco Martín Moreno - Ladrón de esperanzas

Aquí puedes leer online Francisco Martín Moreno - Ladrón de esperanzas texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2019, Editor: Penguin Random House Grupo Editorial México, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Francisco Martín Moreno Ladrón de esperanzas
  • Libro:
    Ladrón de esperanzas
  • Autor:
  • Editor:
    Penguin Random House Grupo Editorial México
  • Genre:
  • Año:
    2019
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Ladrón de esperanzas: resumen, descripción y anotación

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A mis compatriotas que tomaron en cuenta las enseñanzas de la historia y - photo 6

A mis compatriotas que tomaron en cuenta las enseñanzas de la historia y votaron convencidos de los terribles peligros de volver a convertir a México en el país de un solo hombre… Y perdimos…

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Advertencia al lector

Ladrón de esperanzas no pretende ser una obra escrita con una exquisita prosa literaria. He dedicado una buena parte de mi vida a la novela histórica, por lo que este intento de escribir una obra periodística novelada en tiempo presente constituyó un desafío sin precedentes. A modo de ejemplo, baste decir que el candidato, después el presidente electo y, más tarde, el ciudadano presidente de la República se pronunció en repetidas ocasiones a favor de regresar al ejército y a la marina a sus cuarteles. La investigación para refutar semejante tesis temeraria me llevó a estudiar las razones por las cuales dicho objetivo constituía un auténtico atentado contra la seguridad pública de la nación. Posteriormente el mismo jefe del Estado Mexicano modificó su decisión para permitir que nuestras fuerzas armadas se encargaran de enfrentar, contener y tratar de desaparecer al crimen organizado. Las horas de trabajo invertidas, así como las cuartillas escritas durante la indagatoria, los virajes radicales, la frustrante sensación de desperdicio, fueron sepultados indefinidamente en mis archivos.

La mayoría del electorado depositó en el candidato triunfador sus más caras esperanzas para erradicar de una vez por todas la corrupción y la impunidad y más, mucho más, votó con el ánimo de rescatar de la miseria a decenas de millones de mexicanos, de generar más riqueza y repartirla, de garantizar la paz y la seguridad en las calles del país y de construir finalmente un Estado de Derecho que honrara el dolorido grito histórico surgido de la garganta misma del México profundo: ¡Justicia, justicia, justicia!

La nueva administración arranca con un enorme respaldo popular, cuenta con eficaces herramientas de poder similares a las del partido tricolor de hace cuarenta años y tiene a su favor un enorme capital político con el que sería posible iniciar la construcción de un México nuevo: un cheque en blanco para transformar al país sin frustrar las altas expectativas sociales de materializar el bienestar nacional desfasado a lo largo de los años.

Los mexicanos de diversos niveles y estratos sociales, por una razón o por la otra, arribamos a una conclusión a raíz de las elecciones del 1 de julio pasado. Entendimos que estamos frente a la última llamada, la última oportunidad para hacer algo por los marginados, cuyo patrimonio se reduce a su miseria y a su desesperanza.

Cada presidente cuenta con un período de gracia en el que su actuación es analizada minuciosamente por medio de una lupa en manos de nacionales y extranjeros, insertos en un mundo globalizado. No hay, no debe haber espacios para la desilusión ni para la frustración, ni podemos correr el riesgo de enfrentar un nuevo desastre que acarrearía consecuencias imprevisibles.

Si la prensa y la historia tienen que partir de datos duros, la novela periodística tiene a su disposición la ficción para aquellos casos en que se carezca de elementos probatorios imposibles de obtener. Sin embargo, puede arrojar cubetadas de luz para explicar los episodios inconfesables de los políticos de todos los tiempos y latitudes.

Las páginas siguientes tienen un solo objetivo: dar la voz de alarma desde mi trinchera, de acuerdo a mis muy personales puntos de vista, para señalar los errores y aplaudir los éxitos de la nueva administración, de modo que la última llamada sea un triunfo contundente en la construcción del México con el que sueño, junto con la mayoría de mis compatriotas.

Ciudad de México

20 de diciembre de 2018

Primera parte

La popularidad de un líder político es directamente proporcional al nivel de estupidez del electorado.

WINSTON CHURCHILL

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Si bien la más cara aspiración de mi existencia durante interminables cincuenta años consistió en llegar a ser presidente de la República, nunca imaginé la posibilidad de experimentar otro deseo similar, intenso e indomable: la vida, Dios, Nuestro Señor, alguna divinidad, una inteligencia superior a la humana, tal vez un supremo arquitecto ha de concederme el incomparable placer de poder ir a escupir sobre la tumba de Ernesto Pasos Narro.

Sí, sí, ya sé que no hay ninguna condenación para quienes estamos con Cristo Jesús, sé que el que gana almas es sabio; sé que de la misma manera en que Cristo perdonó, yo debo perdonar para salvarme, pero no puedo, no, no puedo perdonar, Dios me perdone, a Pasos Narro ni a la pandilla que gobernó a este país los últimos seis años. Sé que he repetido en todo foro al que asisto aquello de “paz y amor”, y sé que he insistido en perdonar, sí, perdonar, pero olvidar, no. Sé que debo ser congruente en mis posiciones políticas para no perder el respeto de mis conciudadanos, ¿cómo negarlo? Pero ¿disculpar a quienes le robaron sus migajas a los pobres, asaltaron a los miserables que ya no creen ni en la Virgen ni tienen consuelo alguno?, ¿perdón para esos miserables ladrones que nunca conocieron la piedad? Si yo llegara a disculparlos y no los acusara ni los denunciara ni los encarcelara, semejante absolución legal a los bandidos me haría cómplice y culpable de cargos peores aún de los que ellos son acreedores y, sobre todo, haría insoportable mi existencia por traicionar los principios éticos contenidos en mi Constitución Moral… ¿Con qué cara podría ver al pueblo si me convierto en aliado de rufianes poderosos que le arrebataron el pan de la boca a los olvidados?

Juré acabar con la corrupción en este país maravilloso que se desangra por los costados; juré acabar también con la Mafia del Poder y encarcelarla para que ya nunca volviera a imponer a un nuevo títere. Juré administrar una gran purga para ahorrar quinientos mil millones de pesos que son el saldo de los cochupos y de la putrefacta corrupción del gobierno; juré arrestar a los ladrones del patrimonio público y ahora tengo que tragarme una a una mis palabras, porque no perseguiré a nadie aunque me acusen de traicionar las promesas de campaña con las que logré que treinta millones de mexicanos me eligieran para hacer justicia y aplicar indiscriminadamente la ley por primera vez en nuestra dolorida historia. Pero bueno, por más que le choque a medio mundo lo de “al margen de la ley nada y por encima de la ley nadie”, debe entenderse como una estrategia para ganar votos. Mi promesa es válida del 1 de diciembre en adelante, porque para atrás nada, ni siquiera para tomar vuelo, aunque mis opositores me ataquen alegando que se trata de una invitación al gobierno saliente para robar hasta hartarse en la inteligencia de que no perseguiré a nadie. ¿A robar, entonces? Si así lo quieren entender, ni modo. Claro que mis seguidores me etiquetarán también como el primer presidente “blanqueador” porque estoy lavando el dinero robado por Pasos y su pandilla de pillos, pues no los voy a enjuiciar, bien, sí, pero prefiero, por el momento, cumplir mi pacto secreto con Pasos y con Villagaray, por más que me duela, en lugar de cumplirle al pueblo de México que tanto se merece y tanto le quedamos a deber los políticos, pero que muy pronto se olvida de todo. Esa es la ventaja: mis compatriotas, para mi buena fortuna, tienen muy mala memoria y no se acuerdan de nada y cuando finalmente se acuerdan, no hacen nada, y menos todavía si el día de la protesta callejera se juega un clásico de futbol o llueve, porque entonces nadie los sacará de sus casas. ¿Cuántos presidentes no soñarían con tener un electorado así de olvidadizo y de resignado?

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