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Paula Ramos - Cartas para Abril

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Agradecimientos

Para Bebel y Duli, porque esta historia no es solo mía, también es vuestra.

Y para todos los que volvéis a acompañarnos a Abril y a mí. Gracias.

«La mujer no nace, se hace»

Simone de Beauvoir


1 de septiembre de 2004

Querida yo , Como había sospechado este último año de instituto ha sido… especial.

Podría calificarlo como desastroso, pero también diferente. No quiero adelantar acontecimientos, por lo que será mejor que vaya por partes.

Leah finalmente se mudó para comenzar su nueva vida de universitaria. Me gustaría decir que se fue totalmente entusiasmada, pero ya la conocemos.

No hace falta recordar que no quería estudiar derecho. A mí, la verdad es que me cuesta entender por qué va a estudiar algo que aborrece. ¿Hola? Va a ser tu trabajo, de lo que vas a vivir. De todas formas algo que caracteriza a Leah es la cabezonería, por lo que me ignoró bastante cuando intenté convencerla de que luchara por lo que ella quería… (Ahora que lo pienso, tú —yo futura—, sabrás si terminó la carrera).

Pero volviendo al meollo del asunto, la cosa es que Leah se fue y Dios lo que dolió. La partida de Ian fue mala, pero la de Leah se me hizo demasiada cuesta arriba. Era mi mejor amiga y la necesitaba más que nunca.

Por si no recuerdas, justo al final del verano del año pasado, Noah y yo discutimos. La peor-terrible-tremenda bronca que hemos tenido nunca. Se lió con Emma, la perfecta e intachable Emma. A mí por supuesto me da bastante igual su vida amorosa, pero me fastidia que me abandone por estar con ellas (sus ligues).

Siempre lo hace, y es que Noah es un maldito pegajoso con las chicas. ¿Por qué narices tiene que dejar de pasar tiempo conmigo para estar con sus rolletes? Porque son eso, rolletes. ¿O piensa que son el amor de su vida?

Hagamos un alto para carcajearme en su estúpida cara. ¡JA!

En fin, a mí me parece genial que quiera pasar tiempo con sus novias, es lo normal. Pero eso no tiene que significar que automáticamente tengas que dejar de pasar tiempo con tu mejor amiga. Recalquemos eso: mejor-amiga.

Yo nunca le he hecho eso. NUNCA.

Así que así comencé el año: Leah fuera de casa y mi mejor amigo sin hablarme. Lo de Noah me preocupaba menos porque en el fondo estaba segura de que entraría en razón y haríamos las paces antes de empezar nuestro último año de instituto.

Pues bien, me equivoqué.

Recuerdo la primera semana en el instituto. Los primeros días, a pesar de que Noah me ignoraba, seguía totalmente convencida de que se retractaría.

Cuando estábamos con los chicos, cruzaba alguna palabra conmigo y aquello, lo de no ignorarme completamente en público, hizo que creyese que era una buena señal.

De nuevo estaba equivocada.

Cuando fui testigo de cómo los días se convertían en semanas y él seguía sin dar su brazo a torcer, me volví a cabrear. Terminé por supuesto enfrentándole. No fue bien. Yo le grité y él me ignoró. Y eso creo que dolió aún más. Recuerdo que fue tras volver del instituto, después de bajarnos del autobús. Me miró totalmente impasible con sus malditos ojos verdes, esperando a que terminase de desahogarme y, después, tan solo se encogió de hombros y se fue. Así, sin más.

Terminé llorando en mi habitación toda la noche. A partir de ese día decidí ser igual de fría que él. Por supuesto, nuestros amigos lo notaron y decidieron intervenir. Edu habló conmigo y supongo que Jake con Noah.

Sin embargo, tenía entre ceja y ceja no volver a lo de siempre hasta que este me pidiera disculpas porque, por supuesto, todo era culpa suya.

Pasó todo un mes y hasta mis padres comenzaron a notar que algo raro pasaba. Tampoco había que ser ninguna lumbrera… Él había dejado de pasar por casa y yo tampoco lo hacía por la suya.

Mi madre intentó sonsacarme información una tarde mientras merendaba.

Le dije que sabía lo que estaba intentando y que podía preguntar directamente. Le conté lo mal amigo que había demostrado ser, explicándole su estúpido comportamiento y sus duras palabras. Ahora entre tú y yo… Puede que exagerara un poco las cosas pero bueno, sabía que Rose, la madre de Noah, estaría interrogándole igual que mi madre a mí. Y si él le contaba algo, estaba claro que sería una sarta de mentiras. Así que no me iba a quedar callada. Para nada.

Mi madre, tras escucharme, intentó quitar hierro al asunto, pero cuando me dijo que por qué no intentaba volver a hablar con él para aclararlo… huí.

Era lo que me faltaba. Además, no parecía echarme mucho de menos, así que no iba a ser yo la tonta que suplicase. Si a él no le importaba, ¿por qué a mí sí?

Lo malo era que, aunque intentase hacerme la dura, estaba realmente dolida. Además, Sara y compañía descubrieron que Noah y yo ya no éramos tan amigos. Aunque no se atrevían a decirme nada (debían recordar lo sucedido con Penélope), sus sonrisitas lo decían todo. Al menos no tenía que aguantar la presencia de Michelle porque, menos mal, había cambiado de instituto. No podría haber soportado más dramas. Con las brujas supremas tenía más que suficiente. Pero, en fin, estaba en una situación de mierda.

Supongo que todo esto me llevó a cometer la locura de la que estoy volviendo. Me acuerdo de que todo pasó un lunes mientras estaba en la clase de Biología. Antes de empezar, la profesora nos comentó la idea de irnos a estudiar al extranjero este último año de instituto. Vi la luz y no lo pensé. Me apunté.

Cuando llegué a casa y lo conté, mis padres alucinaron, pero tras hacerles ver que era una buena oportunidad para mí, cedieron. Sobre todo sabiendo que no tenía una media de sobresaliente como Leah, y esto era un buen plus de cara a la universidad. Para mí era todo genial: cambiaría de aires, no tendría que soportar las miradas de Sara y compañía, ni ver la cara de Nathan por los pasillos (sí, Sara le había dejado) y, por supuesto, no tendría que lidiar con la ausencia de Noah.

Los acontecimientos se aceleraron y cuando me di cuenta de que todo iba en serio, me entró el pánico. La noche de antes no pude dormir. Iba a dejar mi casa. ¿Hola? Estaba loca. Tenía que frenar todo aquello.

Sin embargo, justo cuando estaba a punto de salir de la cama para avisar a mis padres de que no quería irme, mi madre entró en mi dormitorio.

Supongo que aún te acordarás de sus palabras, ya que sin ellas no hubiéramos vivido esta aventura.

Me dijo lo orgullosa que estaba de mí, de lo valiente que era. Aquella sencilla charla con mi madre me dio las fuerzas necesarias para convencerme de que podía con todo aquello y más. Sé que nunca va a leer esta carta, pero estoy muy agradecida por esa conversación.

Efectivamente, he vivido una de las mejores experiencias de mi vida. He de reconocer que al principio fue duro pero oye, a las pocas semanas todo comenzó a ir sobre ruedas. Me gustaría contar la experiencia con todo lujo de detalles, pero mi mano empieza a cansarse, y es que la carta está siendo larguísima.

Los meses han pasado volando. De hecho, ahora mismo estoy en el avión volviendo a casa. Todos han vuelto del Lago esta mañana, Leah me lo ha confirmado por un mensaje antes de subirme al avión. Aunque tengo que admitir que cuando he visto la notificación parpadeando en el móvil, me he puesto nerviosa pensando que tal vez era Noah…

No hubiera sido el primer mensaje del verano pues a mitad del mismo había recibido un texto corto y simple, pero que hizo que mi pecho se encogiera: «He sido aceptado». Y supe a qué se refería. Él, al igual que yo, había sido aceptado por la universidad de la que llevábamos hablando años.

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