José Ramos - Crucero de seducción
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- Libro:Crucero de seducción
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- Año:2016
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CRUCERO
DE
SEDUCCIÓN
José Ramos
SINOPSIS
Elizabeth Leman es la secretaria del escritor de novelas eróticas Frank Morán.
Los capítulos de la nueva obra de Frank se van sucediendo,
haciendo despertar la sexualidad de Elizabeth
entre leyendas, costumbres y lugares que le resultan desconocidos.
Parajes increíbles como el desierto del Sahara,
las marismas de La Camarga o la costa Amalfitana
y situaciones maravillosas, extrañas e incluso peligrosas,
como un secuestro o el ataque de un supuesto vampiro,
dejan volar su imaginación y le hacen ver la cara del escritor
en cada hombre y en cada mujer
con los que comparte inesperadas y excitantes experiencias.
Las circunstancias les conducirán a los dos a la búsqueda
de algo que podría resultar muy valioso y que les llevará a rincones inesperados
de Venecia, Estambul, Grecia y Roma.
Un pasado traumático dará un giro a sus existencias.
El hecho de estar a punto de morir hace que sus vidas cambien para siempre.
Pero el verdadero protagonista de la novela es el erotismo,
que hace que cada capítulo resulte diferente
y transporta al lector a mundos soñados y deseados
y a situaciones más soñadas y deseadas aún.
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El invierno se negaba a darse por vencido. Aunque la primavera ya había comenzado, una densa capa de nubes cubría el cielo de la ciudad, regándola con chaparrones intermitentes. Hacía ya más de una semana que la lluvia no ofrecía tregua a sus habitantes y no daba tiempo a secar los restos de su paso cuando un nuevo aguacero se abría paso entre los altos edificios.
Elizabeth Leman había cambiado aquel día su costumbre de viajar en metro y había tomado un taxi, pensando que la acercaría más a su destino y llegaría antes. Tenía una importante entrevista de trabajo y quería mostrar una imagen impecable. Se había graduado en filología clásica y, además del latín y griego antiguos, dominaba el inglés, francés, alemán, italiano y griego moderno. Había concertado una cita en el exclusivo hotel Fénix tras leer el anuncio en el periódico en el que solicitaban “secretaria de escritor”. A falta de otras opciones de trabajo, intentaría conseguir aquel a la espera de otro mejor. Cuando comentó con Andrea, su compañera de piso, que tenía que verse con un tal señor Morán, ella le respondió entusiasmada:
- ¿Morán? ¿No será Frank Morán, el escritor de novelas eróticas? Estoy leyendo su último libro “Circo de seducción”. A juzgar por la foto de la contraportada, está buenísimo.
Beth, como la llamaban los amigos, esperaba comprobarlo en pocos minutos. Sin embargo, sus planes empezaron a tambalearse cuando su taxi se acercaba al centro. Debido a la lluvia, habían tenido lugar un par de accidentes de tráfico y las calles de la zona estaban colapsadas. Su vehículo avanzaba unos pocos metros cada varios minutos. Faltaban aún cuatro manzanas para llegar a su destino cuando, al ver que la lluvia daba una tregua, decidió pagar la carrera y continuar el trecho que le quedaba a pie, pues podría hacerlo bastante más rápido que en el coche. Había caminado media manzana cuando se arrepintió de su decisión. El cielo pareció abrirse repentinamente y el aguacero cayó inmisericorde sobre las colapsadas calles. Miró su reloj y decidió que no podía esperar más. Ya iba a llegar unos minutos tarde. Su elegante traje pantalón gris marengo se empapó a los pocos metros y se volvió gris oscuro. Se había puesto unos finos zapatos de tacón para la entrevista, pero al darse cuenta de que ya estaban totalmente mojados y la estaban retrasando aún más, se los quitó y salió corriendo descalza por la acera, con la carpeta apretada contra el pecho en una mano y el calzado colgando de la otra.
La lluvia apenas le dejaba ver por dónde iba y estuvo a punto de ser atropellada al cruzar una calle. Haciendo caso omiso de los bocinazos de los conductores, siguió con su carrera sin disminuir la velocidad hasta la puerta del hotel. Un portero vestido de uniforme, al ver su estado, le preguntó:
- ¿Puedo ayudarle, señorita?
Sin detenerse, contestó:
- No, muchas gracias. Me esperan dentro.
Su veloz entrada en el vestíbulo llamó enseguida la atención de los recepcionistas, que la miraron con los ojos muy abiertos. Al llegar jadeante ante el mostrador, resbaló y estuvo a punto de caerse. Cuando recuperó la verticalidad, preguntó:
- ¿El señor Morán, por favor?
- Es aquel caballero que se está levantando de aquel sofá – respondió el empleado.
Con el temor de ver al hombre a punto de marcharse, una nueva carrera le llevó ante él.
- ¿Señor Morán? Perdone por el retraso, pero es que el tráfico era tan intenso que no he podido...
Al ver la cara de sorpresa del otro y darse cuenta de que la miraba de arriba a abajo, fue consciente por primera vez de la imagen que estaba ofreciendo y sus palabras se quedaron sin salir de su boca. Se miró a sí misma y se avergonzó al verse con las ropas totalmente empapadas, los zapatos colgando de su mano y su media melena despeinada y chorreando agua, como un perro mojado. Alrededor de sus pies empezaba a formarse un charco sobre el suelo de mármol y trató de ponerse torpemente el calzado. Tardó unos segundos en percatarse de que Morán le ofrecía la mano y cuando lo hizo, pronunció con voz profunda:
- Soy Frank Morán, señorita...
- Eeeh... Leman, Elizabeth Leman. Encantada.
- Veo que no tiene su mejor día, ¿no es así?
- Le vuelvo a pedir perdón, pero me ha pillado el atasco por sorpresa...
- … Y no quería llegar muy tarde a la cita, ¿verdad?
Morán la invitó a sentarse y ella lo hizo temiendo mojar demasiado el elegante sillón. Beth pensó que todo le estaba saliendo rematadamente mal. Ella no era así. Llegaba puntual a sus citas y cuidaba bastante su imagen. Y precisamente ese día, tenía que salirle todo mal. Aquel hombre habría visto un claro ejemplo de lo que no hay que hacer. Le entraron ganas de llorar pero se tragó el nudo de la garganta y consciente de que aquella entrevista era inútil, abrió la carpeta y alargó al hombre un papel con su currículum con los bordes mojados. Algunas letras tenían la tinta corrida. “Otro ejemplo de que parezco una impresentable”, pensó. Morán tomó el papel con dos dedos por la parte seca, dando la impresión de que no quería deteriorarlo más de lo que ya estaba. Definitivamente, todo estaba saliendo mal.
Mientras él le hacía algunas preguntas, Beth se concentraba en responderlas, pero poco a poco fue tomando conciencia de lo atractivo que le resultaba aquel hombre. Tendría alrededor de treinta y siete o treinta y ocho años, diez más que ella. Su pelo era un par de centímetros más largo de lo que la etiqueta exige, pero le sentaba muy bien. Los ojos, de un negro profundo, eran atentos y escrutadores. La nariz proporcionada y los labios perfectos hacían de contrapunto a la cicatriz que cruzaba una de sus mejillas. Pero lejos de afear su aspecto, esa cicatriz, junto a la barba de tres días sin afeitar, le daba un aire canalla muy sensual. Hubo un momento en el que estas apreciaciones distrajeron de tal forma a la chica que tuvo que pedirle que repitiera la pregunta que le estaba haciendo. Cuando terminó la entrevista, se dieron nuevamente la mano y Beth salió al exterior.
El chaparrón había terminado, pero ella se sentía tremendamente mal. Caminó por las calles hasta la estación de metro más cercana pensando tristemente en que había desperdiciado la oportunidad de conseguir aquel trabajo y además, de hacerlo con aquel hombre tan atractivo. Cuando llegó a su parada de destino, se dio cuenta de que todo el viaje lo había pasado pensando en Frank Morán. Bajó del tren destemplada, sintiendo entrar la humedad hasta sus huesos y deseando llegar a su casa para quitarse las ropas mojadas y darse una ducha caliente.
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