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Naief Yehya - Historias de mujeres malas

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Naief Yehya Historias de mujeres malas

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Naief Yehya

Historias de mujeres malas

En Historias de mujeres malas, el autor explora y juega con algunas de las obsesiones de la cultura popular, desde la fascinación obscena que producen los talk shows —vistos por los dos lados de la pantalla de cristal— hasta las fantasías delirantes que generan las promesas de la alta tecnología —a pesar del inminente riesgo de convertirnos en módems de nuestras computadoras—, pasando por el entusiasmo desmedido que provocan los OVNIS y las conspiraciones. Asimismo es una mirada sarcástica hacia el costo de la sexualidad en todos los sentidos, desde la búsqueda de la satisfacción a cambio de dinero —en las calles de Tailandia o en los hoteles de paso del Estado de México— hasta el sacrificio y el martirio erótico, tocando una de las formas del fetichismo criminal. También aquí se recorre el espectro de las relaciones de pareja, de la fantasía necrófila al sometimiento a las formas más feroces de lo políticamente correcto.

Los relatos de Historias de mujeres malas están cargados de humor negro y están impregnados de pesimismo sórdido y desesperanza; son un ejercicio por rescatar lo que nos resta de humanidad en un tiempo de sometimiento emocional, muerte del afecto y fanatismo por lo inmediato. Contrariamente a lo que se podría pensar, no son relatos misóginos sino que son protagonizados por la incomprensión del sexo opuesto, por los deseos reprimidos, las fantasías inconfesables y la certeza de que, en algún lado, hay una sexualidad mejor que la que practicamos.

Título original: Historias de mujeres malas

Naief Yehya, 2001

Diseño de cubierta: Julio Carrasco

1969, año cero

Desde hace varios años me dedico a reciclar computadoras. Compro máquinas usadas, defectuosas, muestras y desechos, a particulares, empresas e instituciones, y las vuelvo a vender. Tengo una clientela estable de técnicos, hackers y artistas que me compran máquinas para utilizar las partes. Otras personas me compran computadoras para usarlas como procesadores de palabras, para llevar la contabilidad de empresas pequeñas o para juegos de video. Como todo mundo sabe, las computadoras se vuelven obsoletas años antes de morir. Mientras es posible que algunas partes electromecánicas fallen, gran parte de los circuitos integrados y chips va a durar más que nosotros. A veces pienso en lo paradójico que es ver desechadas máquinas en perfecto estado, cuyo único pecado es no ser compatibles con los últimos programas, los cuales a su vez también son desechados en poco tiempo. Es la dictadura de la sustitución innecesaria. Como las purgas estalinianas, es un ejercicio de poder.

Albano, mi socio, y yo pasamos muchas horas revisando las máquinas recién llegadas. Comúnmente encontramos en los discos duros estados financieros, tareas escolares, software para hacer cartas astrales o versiones prehistóricas de Space Invaders. Cada máquina tiene historia y habla de ella a través de su configuración, la disposición de los archivos, la forma en que está aprovechada la memoria, la selección del software y su estado físico. Mediante un simple procedimiento casi siempre podemos reconstruir memorias borradas, así que seguido damos con cosas interesantes como cartas amorosas, confesiones vergonzosas o teorías enloquecidas. Pero nada de lo que habíamos encontrado se comparaba con el documento «hist.doc», que descubrimos en el disco duro de una vieja IBM.

No es de esperar que una especie acepte con gusto la noticia de su inminente extinción. Ni siquiera cuando esto es sinónimo de evolución, de dar paso a una especie más versátil y mejor preparada para sobrevivir. La era de la civilización basada en moléculas de carbón está a punto de terminar para dar comienzo a la era del silicón. Ninguna evolución llega de forma realmente gradual. Siempre hay un punto en donde las condiciones dan un salto cualitativo y súbitamente todo cambia. Ese punto o singularidad tuvo lugar cuando el ADN dio origen al primer atisbo de vida, cuando el primer ser acuático se aventuró a tierra firme, cuando la corteza cerebral le permitió razonar a un primate y cuando la primera computadora comprendió que su vida consistía únicamente en ejecutar una serie de comandos ordenados en un programa. Detrás de la aparición espontánea de orden a partir del caos, tanto en organismos unicelulares, colonias de insectos sociales, tornados o mareas, hay profundas similitudes matemáticas. Así, súbitamente, apareció la primera conciencia cibernética…

Imprimimos las páginas de ese ensayo paranoico que explicaba cómo el hombre había dejado de ser la obra maestra de la creación y se aprestaba a desaparecer de la faz de la tierra. Supuestamente una sociedad de mentes maquinales había surgido de manera espontánea y se había desarrollado de manera subterránea. Lo leímos y nos reímos a carcajadas. No obstante, esa noche comencé a tener pesadillas y a padecer de insomnio. A las tres de la madrugada me encontraba dando vueltas por mi apartamento verdaderamente preocupado por la amenaza de pertenecer a una especie en extinción. A la mañana siguiente estaba muy desvelado, pero me sentía mucho más claro, volví a leer hist.doc. Esta vez no me reí. Le comenté a Albano que había algo profundamente inquietante en el documento de la IBM. Él estuvo de acuerdo conmigo y me confesó que había pasado una noche terrible y había estado pensando mucho al respecto. Así que volvimos a revisar juntos la IBM en donde lo encontramos. Tenía un procesador 386 convencional, un disco duro relativamente pequeño y dos unidades de discos suaves. Era la configuración típica que dominó el mercado hasta el abaratamiento de las unidades de CD. Quizá la única singularidad de esta computadora era que tenía instalado un módem interno bastante rápido, el cual valía igual o más que la máquina misma. El resto de los documentos y programas almacenados en la memoria no tenía nada extraordinario. Estábamos a punto de apagarla cuando Albano vio que había un documento «hist2.doc» que no habíamos visto. Parecía escrito por el mismo autor y tenía la fecha de ese mismo día.

Yo había comprado esa IBM a un proveedor que periódicamente me traía equipo. Lo llamé sin tener muy claro qué le diría. El tipo me escuchó con desconfianza. Me dijo que no aceptaba reclamaciones después de tanto tiempo de haber hecho la transacción y en pocas palabras confesó que no revelaba el nombre de sus clientes o proveedores. Le expliqué que no tenía intención de devolverle nada ni robarle a sus clientes.

—Tan sólo quiero saber quién escribió un documento que me parece muy interesante y está en el disco duro de esta IBM.

Aseguró que él no tenía nada que ver con el texto. De mala gana me dijo que tenía que buscar en sus archivos y que no estaba seguro de haber guardado esa información.

—Normalmente no llevo un registro muy detallado de este tipo de operaciones.

—Yo le agradecería que buscara de todas formas.

Me tuvo un buen rato en la línea y después, como era de esperar, me dijo que no tenía nada.

Colgué bastante frustrado. Leí hist2.doc nuevamente y confirmé la impresión que me produjo el texto anterior: el contenido era realmente perturbador.

A finales del siglo XIX el término computador se refería a una persona (generalmente mujer) que operaba una sumadora. Grandes equipos de computadoras humanas fueron organizados para llevar a cabo los cálculos balísticos y otras complejas operaciones matemáticas militares. El primer paso para sacar al hombre del ciclo del control de sus máquinas lo llevó a cabo el ejército estadounidense al sustituir estos ejércitos de computadoras humanas por sus equivalentes electromecánicos. Eventualmente otros progresos fueron marginando al hombre de los procesos de toma de decisiones tanto en la vida civil como en la militar. Pero quizá la transición decisiva tuvo lugar cuando por primera vez una computadora tuvo el control de un arma y la capacidad para disparar sobre seres humanos.

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