AA. VV. - ¿Habéis sido buenas? Malas en el cine
Aquí puedes leer online AA. VV. - ¿Habéis sido buenas? Malas en el cine texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1997, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:
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La revista Nosferatu nace en octubre de 1989 en San Sebastián. Donostia Kultura (Patronato Municipal de Cultura) comienza a organizar en 1988 unos ciclos de cine en el Teatro Principal de la ciudad, y decide publicar con cada uno de ellos una revista monográfica que complete la programación cinematográfica. Dicha revista aún no tenía nombre, pero los ciclos, una vez adquirieron una periodicidad fija, comenzaron a agruparse bajo la denominación de “Programación Nosferatu”, sin duda debido a que la primera retrospectiva estuvo dedicada al Expresionismo alemán. El primer número de Nosferatu sale a la calle en octubre de 1989: “Alfred Hitchcock en Inglaterra”. Comienzan a aparecer tres números cada año, siempre acompañando los ciclos correspondientes, lo que hizo que también cambiara la periodicidad a veces. En junio de 2007 se publica el último número de Nosferatu, dedicado al Nuevo Cine Coreano. En ese momento la revista desaparece y se transforma en una colección de libros con el mismo espíritu de ensayos colectivos de cine, pero cambiando el formato. Actualmente la periodicidad de estos libros es anual.
AA. VV.
Nosferatu - 23
ePub r1.0
Titivillus 08.07.17
Título original: ¿Habéis sido buenas? Malas en el cine
AA. VV., 1997
Fuentes iconográficas: Carlos Aguilar, British Film Institute (Londres), Donostia Kultura, Festival Internacional de Cine de San Sebastián, Stefano Piselli (Glittering Images), Walt Disney Productions
Diseño de cubierta: Art&Maña
Mejoramiento en las fotos: L
Retoque de cubierta: L
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
NOSFERATU. Director del PATRONATO MUNICIPAL DE CULTURA : José Antonio Arbelaiz. Director de NOSFERATU: José Luís Rebordinos. Equipo de redacción: Jesús Angulo, Sara Torres.
King Kong
El rapto de la bestia
Fernando Savater
E l sabio Spinoza razonó que no existen el Mal y el Bien en términos absolutos, sólo lo malo y lo bueno según cada cual. ¿Qué es, entonces, lo malo? Aquello que le sienta a uno mal. Las setas venenosas, por ejemplo, no son malas en sí mismas, pero las llamamos así porque pueden causar trastornos y hasta la muerte a quien las come. Para el que no pretende comérselas, son unas setas tan “buenas” como todas las demás. Cómo no recordar a este respecto, ya que estamos en una revista para cinéfilos, la lección de micología ética que les da Fernando Fernán-Gómez a las niñas en El espíritu de la colmena (1973).
Y entonces, ¿por qué son “malas” las mujeres malas, a las que no hay que confundir con las malas mujeres, las cuales sólo son malas porque no pueden ser otra cosa? Pues son malas porque sientan mal. ¿A quién? Al que las quiere. Para el que no las quiere, las mujeres malas son tan buenas, regulares o indiferentes como cualesquiera otras. Pero, ¡ay de quien las quiere! A ése se le indigestarán y hasta pueden llegar a resultarle fatales. Ellas no tienen la culpa, claro está: son inocentes y letales, como las setas venenosas que se ofrecen en los bosques del Señor. ¡No tocar, no llevárselas a la boca, no besar, no acariciar! La culpa, si es que donde hay dolor siempre debe haber alguna culpa, será del que las quiso, del enamorado. Y no es que este buen hombre opere entre tinieblas, sin vislumbrar lo que le espera: todo lo contrario. La mujer le sienta mal porque la quiere, pero él, aquí está la gracia, la quiere porque “sabe” que le sienta mal. Al final de Los tres mosqueteros (Three Musqueteers, 1948), cuando Milady de Winter (Lana Turner) ve acercarse el hacha del verdugo, intenta conmover a su traicionado marido Athos (Van Heflin) recordándole que un día la quiso: “Sí te he querido” —responde el mosquetero—. “Te he amado como he amado la guerra, como he amado el vino, como he amado todo lo que me ha hecho daño”. Amar para algunos (¿para todo el que ama de veras, quizá?) significa que uno ha decidido no poder vivir sin aquello que más le duele.
Para no andarnos por las ramas tomemos el ejemplo de King Kong, el mono que por razones de peso más dificultades tuvo siempre para subirse a los árboles. El rey de los gorilas vivía respetado y temido en su isla, como un auténtico pachá. No padecía carestía de doncellas: en lugar de tener una novia en cada puerto, como ciertos marinos salaces de la mar salada, él mismo se había convertido en el puerto final de las más exquisitas novias de la tribu que le veneraba. Todas morenas, ay. Como bien observó alguien, en aquella isla no abundaban mucho las rubias… hasta que llegó Fay Wray. La verdad es que no abundaron ni siquiera cuando llegó Fay Wray, porque entonces la única rubia de los alrededores fue ella. Pero para King Kong eso resultó suficiente: se le inauguraba un mundo nuevo, el paraíso imposible del deseo de lo insólito que luego siempre se convierte en infierno de lo inasequible. Puede que inasequible, debió decirse el animoso Kong, y sin embargo también yo soy inasequible al desaliento.
King Kong
Pero, ¿por qué una rubia resultó tan infinitamente preferible a las infinitas morenas de la ofrenda anual (o mensual: ignoro la frecuencia del débito conyugal de Kong, pero le supondremos sometido a la luna llena del mes, hasta el punto de que sus novias, al verse arrastradas al poste del sacrificio, se lo explicaban a sí mismas diciendo “estoy con la monstruación”)? Tranquilizaban a los irritables vigilantes de lo políticamente correcto: King Kong no era racista. Para él todas las mujeres pertenecían a la misma raza, y esa raza era la raza de lo que le gustaba, precisamente porque no era la suya. Pero como a todo buen salvaje, diga lo que diga el moralista Rousseau, a Kong le apetecía lo nunca visto ni palpado, lo exótico, lo inédito. Si hubiese vivido en Escandinavia, se habría ido detrás de la única negraza que rompiera la monotonía blonda del paisaje. En los anuncios eróticos de los periódicos suelen ofrecerse jugosas compañías cuyo atractivo es regional: “¡gallega cachonda!”, “asturiana madurita”, etc. Según parece se dirigen a nostálgicos que más que mal de amores padecen el mal de su país. Pues bien, nuestro Kong nunca hubiera picado. Leería “gorila sumisa” y diría “para otro”; “¿morena ardiente?”, de eso ya tengo; pero si se le ofrece una rubia… a esa llamada desde su selva no podía dejar de responder.
King Kong
¡Pobre Kong, mi semejante, mi hermano! Creyó que la preciosa novedad era para él y que era para siempre. Probablemente incluso estaba dispuesto a convertirse en un mono monógamo; no monógamo sucesivo, como había sido hasta entonces, sino monógamo definitivo y monoteísta de una nueva divinidad por la que estaba dispuesto gustosamente a renunciar a la suya. Creyó que para conservar a una rubia bastaban los mismos ejercicios atléticos que con tanto éxito utilizaba para apropiarse de sus morenas: ajusticiar a un tiranosaurio, estrangular a una serpiente gigante o aporrear conzienzudamente a un peterodáctilo. Simples pero insuficientes monerías. Las rubias vienen de lejos y las carga el diablo. ¡Con qué dulce torpeza de su enorme índice fálico la fue desnudando en su mano, como quien va pelando una cebolla que pronto te hará llorar! Y ella mientras gritaba, gritaba irresistiblemente la muy mala, para ponerle aún más a punto. En el disparadero.
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