MIS PRIMERAS NAVIDADES SIN TI
Mónica Arana
Gracias a ti, Panchito, por creer y por crear (juntos tantas cosas).
Gracias a todos los que han hecho con sus pequeños granitos de arena algo grande (que este libro saliera adelante): Cris, Luisa, Guada, Sergio y César.
Y a ti, que vas a leer este libro y dejarme una review cuando termines, ¿a que sí? Carolina viene para quedarse, pero para eso necesito saber que suslectores la reclaman
MIAMI, 25 DE DICIEMBRE DEL 2015, 5.30 DE LA TARDE
¿En qué piensan un hombre y una mujer cuando se abrazan después de hacer el amor?
Hay veces que cuanto más fuerte parece el abrazo, más lejos se encuentran sus corazones. Por dentro, los pensamientos de cada uno viajan a la velocidad de la luz en direcciones opuestas; por fuera, la calma que sigue al encuentro enmascara con su silencio ese abismo kilométrico.
En otras ocasiones, cuando los pies de los amantes se rozan imperceptiblemente, el latido de esos corazones sin embargo es uno solo, fuerte, indestructible. Un ritmo uniforme que suavemente va relajando todos los músculos del cuerpo hasta que el sueño llega dulce, amorosamente. Un sueño único, el de dos personas que son una certeza sola.
¿En qué pensaba Carolina la última vez que hizo el amor con Rodri?
En cualquier cosa menos que un día como hoy, 25 de diciembre de 2015, estaría viendo el atardecer sobre Miami desde un pequeño yate de alquiler. En todo menos en que por primera vez en 3 años de relación, pasaría sus primeras Navidades sin él. Sola. Lejos de lo que había sido su casa, el hogar de los dos. En un lugar desconocido. Con el corazón resquebrajándose cada minuto un poco más, supurando rabia y frustración. Con el dolor esparciéndose por su aparato circulatorio, llenando su sangre de incertidumbre, de miedo. Con sus ojos secos de tanto llorar. A nadie le gusta que le ronde la soledad. Y menos con 37 años recién cumplidos.
A nadie le gusta recordar cómo fue la última vez que hizo el amor con la persona que le rompió el corazón, pero Carolina no puede quitarse de la cabeza lo fríos que tenía Rodri los pies aquella noche.
Recuerda el roce de aquellos pies fríos junto a los suyos y después, sin pensárselo dos veces, salta por la borda del yate. El cuerpo de Carolina se hunde sin resistencia bajo la luz anaranjada que baña el skyline de Miami…
-Pero… ¿¿¿Se puede saber qué hace???
Carolina no escucha la voz del marinero. Se deja envolver por el silencio del mar. Sus
ropas, pesadas, se pegan a su piel y la empujan hacia abajo. Su cabello se enmaraña sobre su rostro. Los pececillos pasan de largo. Qué saben ellos de historias del corazón…
De repente, se da cuenta de que lleva puesto el vestido de la última colección de Missoni Mare. El que se compró en Milán. Oh, no. Eso sí que es un error sin solución.
Empieza a bracear hacia la superficie, desesperada. El marinero, incrédulo, la mira desde el yate.
-Señorita, ¿qué fue la estupidez esa que se le pasó por la cabeza? Su vida vale mucho.
-850 euros, para ser exactos- contesta casi sin fuerzas y al borde del llanto, repasando el lamentable estado en el que ha quedado su vestido. El señor le tiende una toalla y sigue hablando:
-Usted lo que tenía que hacer es ir de pachanga, para espantar los males… Mire, amor, es demasiado joven para andar con ideas románticas de suicidio en la cabeza. Sea lo que sea no es tan malo, hágame caso, que ya yo viví mucho. Piénselo bien, es joven, una belleza, no pierda el tiempo con asuntos que no merecen la pena…
El suave acento cubano del marinero sonaba lejano. Todo le resultaba extraño, desconocido, incómodo. Frío, como los pies de Rodri aquella última vez… Frío, como el Missoni Mare pegado a su piel. Se quitó un alga que se le había quedado enganchada en el hombro.
El señor le ofreció una taza de café humeante antes de poner rumbo al puerto. Ya era de noche. Los edificios brillaban con luces de colores navideños. Carolina no tenía donde ir, ni con quién… El amable cubano le insistió en que fuera a cenar a su casa con su familia, cómo iba a quedarse sola en un día tan especial. Carolina negó con la cabeza, intentando esbozar algo parecido a una sonrisa. Aunque quisiera, cómo iba a ir a ninguna parte con esas pintas. Eso ni muerta.
Ya en tierra, todavía con su Missoni Mare goteando, apestando a salitre y el corazón partido, sacó su celular para pedir un Uber.
MADRID, UN MES ANTES, 25 DE NOVIEMBRE DE 2015
Carolina se ajustó los auriculares y esperó a que la luz roja del estudio se encendiera.
Antonio, el técnico, bajo la música y le hizo una señal con la mano para que empezara a hablar. Carolina carraspeó. Antonio le volvió a hacer la señal. Carolina, desde el interior de la pecera, intentó hablar, pero de nuevo lo único que consiguió fue un leve carraspeo. Antonio entró por el intercom:
-Carol, guapa, ¿se puede saber qué te pasa? Con esa voz tan sensual no vamos a grabar la promo en la vida.
Carolina respondió con voz ronca:
-Qué quieres que le haga, tengo la garganta destrozada. Ayer estuvimos de celebración hasta tarde. Estoy muerta.
-¿Y eso por qué, corazón?
Carolina, sonriendo, le enseñó su dedo anular, en el que brillaba flamante una sortija de diamantes.
-Bueno, bueno, bueno… ¿Entonces ya es oficial?
Carolina asintió, feliz. No era una chica excesivamente guapa, pero estaba radiante.
Además, era de las que saben sacarse partido. Seguía a todas las blogueras de moda, estaba al tanto de todas las tendencias y de vez en cuando, gracias a su trabajo en la radio, incluso conseguía entradas para los desfiles de la Fashion Week. Se podía decir que era la It Girl de la redacción. Su máxima era: “en las gafas y en los bolsos esdonde se ve el caché de una mujer”. Tenía un pequeño defectillo, eso sí, abusaba demasiado de los collares de cuentas gordas en colores flúor. Le encantaban porque resaltaban su piel morena y su sonrisa Profidén, probablemente su rasgo más característico. Tenía una sonrisa entre picarona e ingenua que siempre le había funcionado muy bien en la vida, lo mismo para que le quitaran una multa que para que le dieran un beso. También abusaba de los tacones, porque no era muy alta y le gustaba cómo estilizaban su figura. Su mayor perversión era coleccionar modelos raros de deportivas, su última adquisición habían sido unas Adidas con alas de Jeremy Scott que había encontrado gracias a una de las muchas aplicaciones de moda que tenía instaladas en su iPhone. Stylebook, Go try it on, Bangstyle, Chicfeed, Chicksketch... Se las descargaba y las probaba todas. De hecho, una de las cosas que le inquietaban de su reciente y deslumbrante compromiso era la falta de tiempo: ¿cuántos minutos menos iba a poder dedicar a su pasión por la moda cuando se casara? Porque casarse era algo
grande… Tendría que decorar su nuevo hogar, porque aunque ya llevaran tiempo viviendo juntos Rodri y ella, el hogar de un matrimonio necesita ser redecorado, no basta Ikea una vez que se da el “sí, quiero”. ¿De dónde iba a sacar tiempo para todo?
Para ir de compras, para retocar sus fotos de Instagram, para buscar muebles vintage en las tiendas del rastro, para ser una buena amante… Y todo ello sin hablar de los preparativos de la boda, que aunque habían decidido que iba a ser una ceremonia discreta y original como ellos, sería en poco más de un mes, el 31 de diciembre.
-¿¿¿El 31 de diciembre???- preguntó Antonio, asombrado- chica, tú estás loca… ¿A qué vienen tantas prisas? Conociéndote, no te va a dar tiempo a preparar el bodorrio, querida…
-No me agobies- respondió, haciendo un esfuerzo con su voz ronca- hemos decidido esa fecha porque es tan romántico acabar el año convirtiéndonos en marido y mujer…
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