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Carolina Cuervo - 9 maneras de morir

Aquí puedes leer online Carolina Cuervo - 9 maneras de morir texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Ciudad: Bogotá, Año: 2016, Editor: Planeta Colombia, Género: Ciencia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Carolina Cuervo 9 maneras de morir
  • Libro:
    9 maneras de morir
  • Autor:
  • Editor:
    Planeta Colombia
  • Genre:
  • Año:
    2016
  • Ciudad:
    Bogotá
  • Índice:
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9 maneras de morir: resumen, descripción y anotación

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¿Por qué matan las mujeres? ¿Que las hace querer morirse? ¿Porque una mujer puede enamorarse del asesino al que persigue? Todas las respuestas están en cada página de este libro que explora el alma femenina puesta en la frontera entre la vida y la muerte.

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Las ilustraciones que acompañan estos cuentos fueron realizadas por Ana María Orozco, reconocida actriz a quien se recuerda por su papel en Yo soy Betty la fea. Desde pequeña Orozco se ha interesado en la pintura y el dibujo de la figura humana, y estas ilustraciones fueron solicitadas por la autora a su amiga. Entre Carolina y Ana María se realizó una suerte de trabajo de doble vía. Ana María Orozco no ha abandonado la actuación y en la actualidad vive en Buenos Aires, Argentina.

9 maneras de morir

Carolina Cuervo

Ilustraciones de Ana María Orozco

9 maneras de morir - image 1

Ilustraciones: Ana María Orozco

Fotografía de contracubierta: Marta Elena Vassilakis

9 maneras de morir - image 2

© Carolina Cuervo, 2009

www.carolinacuervo.com

© Editorial Planeta Colombiana S. A., 2009

Calle 73 No. 7-60, Bogotá

ISBN-13: 978-958-42-2292-3

ISBN-10: 958-42-2292-9

Primera edición: diciembre de 2009

Armada electrónica: Editorial Planeta Colombiana S. A.

Impresión y encuadernación: Editorial Linotipia Bolívar

Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.

A Toni, Julio y Luz E., mis padres.
A Fabio, siempre.

Hurgaron,
y temblando revolvieron con sus manos
delgadas y esqueléticas en las débiles cenizas,
y sus débiles alientos soplaron por un poco de vida,
e hicieron una llama que era una ridícula;
entonces levantaron sus ojos al verla palidecer,
y observaron el aspecto del otro,
miraron, y gritaron, y murieron .
“Oscuridad”
LORD BYRON

They raked up/ and shivering scraped with their cold skeleton hands/ the feeble ashes, and their feeble breath blew for a little life/ and made a flame which was a mockery;/ then they lifted up their eyes as it grew lighter/ and each other’s aspects/ saw, and shriek’d, and died, beheld (“Darkness”).

Prólogo

¡Oh, torva y perversa, ruega por nosotros!

De estas nueve maneras de morir no se escapa nadie, ni la muerte. Ella, que atraviesa el libro, y pareciera salir indemne, con su ruindad a cuestas, queda en aprietos. La escritora y su escritura se encargan de engañarla para entregársela al lector en bandeja de plata.

Mirados a la distancia, sin la premura que impone su lectura —por su versatilidad, ritmo y calidez—, los cuentos de este primer libro de Carolina Cuervo se convierten en un concierto coral, de voces altas, unas veces, y graves, otras que, alternadas en contrapuntos y fugas, no permiten escapar a la vergüenza de la muerte. El sabio rioplatense de Misiones, don Horacio, hace ya muchos años, nos dejó unos inolvidables cuentos de amor, de locura y de muerte, pero acá, en éstos, cien años después, la muerte, con muchas locuras desatadas y pocos amores conseguidos, se enseñorea en cuartos y confines disímiles, con muecas y sonrisas perversas, para no pensar sino en la muerte misma. Como proyección de una realidad muy colombiana y como ardid argumental, la complejidad del ser humano no permite otra salida. No se sabe si es una rabia contenida que se transforma en ira calculada, o la locura que aspira a resolverse con la muerte prematura. O el simple engaño del tiempo malherido. Estos personajes de Carolina, cultivados en agua de rosas revuelta con un poco de pimienta negra, pocas veces los habíamos encontrado en la literatura colombiana. Historias fuertes, apasionadas, locas, que lo dejan a uno perplejo, y abatidos los sentidos. Miradas torvas, sonrisas ciegas, moscas perversas, salones vacíos, plazos cumplidos, todos con un futuro seguro: la muerte ya llega.

Cuando terminen de leerlos, me cuentan.

ISAÍAS PEÑA GUTIÉRREZ

Ausente

Julia, la vecina

Sí. Vi al niño Bob salir azotando la puerta. No, no solía hacerlo. Sí. Esta vez lo hizo con un gran estruendo y subió a su carro, se quedó ahí más o menos veinte minutos —como si esperara que ella saliera a buscarlo— y encendió el motor. Le dio tres golpes fuertes al timón, luego arrancó. Estaba muy alterado, creo que hasta lloró. Por la noche lo vi. Había venido con una ambulancia y fue cuando se llevaron a la niña Ana.

Rosa, la madre

Se conocieron cuando mi bebé tenía dieciséis años. Sólo me dijo que estaba saliendo con un muchacho que tocaba la batería y yo sabía que a mi niña le gustaba sólo porque le doblaba la edad. Siempre se fijó en los mayores. Ese día era sábado. Cuando llegué del trabajo había una cartica para mí. Ay, doctor, discúlpeme por las lágrimas. No es fácil recordarlo. Ana la escribió para decirme que se había ido con él. ¿Cómo? Sí, no volvió por la escuela, dejó las clases de piano y de ballet… A veces un poco loquita e irresponsable, pero usted sabe, como cualquier niña de su edad. Discúlpeme, doctor, tengo que sonarme. ¿Cómo? No. Desde ese día no la veía.

Bob, el novio

Atravesamos el país desde el sur hasta el norte en un Chevrolet 55 azul cielo que un par de veces nos dejó tirados en medio de la nada. Yo se lo propuse a mi Ana y ella aceptó, aceptó venir conmigo. No se lo voy a negar. Estaba nervioso, no sé, nunca antes le había propuesto a una chica que se fuera a vivir conmigo. Quería ir a ese lugar, no sé, al pueblo de mi infancia. Así lo hicimos.

Carlos, el hermano de Bob

Bob fue poco brillante en su niñez y durante su adolescencia se desvió de todo pronóstico favorable. Aunque todavía se vislumbran rasgos de belleza en su rostro, el acné y las fiestas, ésas que ya todos imaginamos, terminaron por añadirle unos años más de los que tiene en realidad. Sí, yo soy el mayor. No, no tenemos más hermanos. Me había dicho que quería ir al pueblo, pero nunca me dijo por qué o qué iría a hacer allá. Creo que sólo él lo sabía con exactitud. No, no sabía que tenía novia.

Adelaida, la amiga de Ana

Mi amiga me pidió que guardara el secreto hasta que se fuera. Yo la acompañé ese día hasta la casa de Bob. ¡Obvio! ¡Hasta yo la envidiaba! ¡Es que estamos hablando de un hombre mayor! Cualquier chica de nuestra edad lo hubiera hecho. Se subió al carro, me miró y sonrió con todos los dientes. Irradiaba felicidad. Me dijo que se sentía superlibre y que creía estar enamorada. Nos escribimos durante un tiempo. Yo quería saberlo todo, todo, todo: cómo era vivir con un hombre, qué se sentía ser grande, si tenían sexo desaforado… La última carta que recibí fue muy extraña, llena de inco… ¡eso!, incoherencias, y lo que más o menos entendí es que a veces se moría de aburrición. Jamás me volvió a escribir.

Julia, la vecina

Se instalaron en la casa del frente. Nosotros vivimos en las afueras del pueblo porque es un poco más barato. Los conocimos porque el mismo niño Bob vino a mi casa y se presentó. Me sorprendió su decencia, porque yo sí nunca pensé que ese muchacho fuera así. Le voy a confesar que yo tenía mis prevenciones. Entonces me explicó que venían del sur y que él iba a tener que viajar mucho, así que me encargó a la niña Ana. Ella permanecía sola la mayor parte del tiempo. Los primeros días cruzamos un par de palabras y se la veía alegre. Comieron algunas veces con nosotros, pero ahora que lo pienso, algo en ellos, no… quizá algo en ella no dejaba de parecerme extraño. Unos meses después, el niño Bob empezó a llegar más tarde de lo común. La niña Ana pasaba largas horas esperándolo, a veces en mi casa, a veces en la suya, pero casi siempre se iba a dormir con tristeza, como si algo le hiciera falta. Pobre. Me daba pesar.

Bob, el novio

No sé… Tal vez cuando la miré a los ojos. Sí, me impactaron, no sé, tan tiernos y llenos de vida. Al principio pensé que era pura terquedad mía, pero poco a poco me di cuenta de que ella me había devuelto el bienestar. Llevaba mucho tiempo sin que nadie se fijara en mí. No sé, no lo tengo muy claro. Un par de veces encontré a mi Ana llorando. “¿Qué te pasa?”, le preguntaba, y ella respondía: “Nada”, mientras sostenía un cigarrillo en su mano. Estaba fumando más de lo habitual, no se arreglaba, apenas se bañaba. Le preguntaba qué había hecho durante el día y me decía: “Nada”. ¡Ah! No sé, yo hablaba con Julia y me contaba que ya no había vuelto a su casa, que no la había vuelto a llamar. En las noches —en las que nos veíamos— el silencio se apoderaba del lugar, de nosotros. Hasta que un día ella decidió romperlo con un grito histérico. “¡Cálmate nena!”, le dije, pero ella siguió gritando por toda la casa, con movimientos tan fuertes que parecía que se fuera a desbaratar. No sé… ¿Es necesario hablar de esto, doctor?

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