PRÓLOGO
Desde niña soñaba con estar en pareja, con tener la foto de mi pololo en el velador, con tardes enteras tomados de la mano y dándonos besos a escondidas. Soñaba con casarme vestida de novia, de blanco. Soñaba con ser feliz para siempre y envejecer como esas parejas mayores que caminan juntas por las plazas.
Hoy ya no sueño con nada de eso.
Me casé, me separé y sigo siendo feliz. Aprendí que no existe una sola forma correcta de amar. Aprendí que el amor no es únicamente el de pareja y que no es más importante que mis otros vínculos. Aprendí que soy valiosa, independientemente de mi situación sentimental. Aprendí que tengo derecho a elegir con quién quiero estar y cómo me quiero vincular con esa persona. Aprendí que quiero amar desde la libertad, el cuidado, el respeto y la lealtad, pero no solo hacia el otr@, sino que por sobre todo hacia mí misma.
Me hubiese gustado crecer con la posibilidad de pensar el amor y las relaciones sexoafectivas de manera distinta. Creo que hubiese amado de una forma más libre y plácida; creo que habría sabido que los amores pueden tener principio y fin, y que eso está bien. Habría sabido reconocer relaciones de maltrato; habría conocido mejor mis límites y entendido que puedo elegir cómo y con quién me quiero involucrar.
Si bien la vida, mis experiencias amorosas, mis amigas y el feminismo me han enseñado muchas cosas, aún me falta bastante por aprender y reflexionar. Sin embargo, al menos ahora sé que hay otros caminos distintos a los que me enseñaron y que sí es posible soñar, pensar y vivir otras formas de amar.
Este libro se lo dedico a todas las mujeres que se están enamorando por primera vez, a todas las que se han sentido insuficientes por estar solteras, a todas las que alguna vez nos hemos postergado a nosotras mismas para estar más cerca de nuestras parejas. A todas las mujeres que han muerto asesinadas en manos de quienes se supone que las amaban; a todas las que han vivido y soportado malos tratos en «nombre del amor». A todas las que han tenido la lucidez y valentía de salir de relaciones dañinas. A todas las que hemos sentido que la forma en que nos enseñaron a amar nos ha constreñido en vez de expandirnos.
En estas páginas te transmito un poco sobre lo que he aprendido en estos años estudiando el modelo de amor romántico. Te cuento de mis reflexiones al respecto y también de algunas de mis experiencias personales, y por lo tanto es posible que no sean iguales a las tuyas, ya que están situadas desde mi realidad como mujer blanca, de clase media alta, hetero y cis. Y si bien intento ser lo más inclusiva posible, asumo que esto es una aspiración, ya que no es posible separar totalmente la posición que habito en el mundo de aquello que escribo. Elijo usar lenguaje inclusivo, y si a veces puede ser más enredado de leer, ya que no es a lo que estamos acostumbradas, creo que representa mejor la forma en que veo el mundo y mi convicción de que debemos dejar de pensar que lo masculino es lo neutral y prototípico.
Escribo este libro porque creo que estar enamorada es hermoso, y puede ser transformador, sanador y enriquecedor, pero requiere libertad, lucidez e igualdad de condiciones.
Esta es una invitación a cuestionar y desaprender lo que nos inculcaron sobre el amor y las relaciones de pareja. Una invitación a conocer mejor qué nos gusta y qué queremos. Y si bien el autoconocimiento y la mirada crítica de la realidad son caminos que nunca dejan de explorarse, la invitación es a darnos el permiso para soñar con otras alternativas amorosas.
¡CUESTIONÉMOSLO TODO!
HASTA QUE EL AMOR NUNCA MÁS
SE UTILICE COMO EXCUSA PARA
JUSTIFICAR LA VIOLENCIA
Y DESIGUALDAD.
I
NO EXISTE UNA SOLA FORMA DE AMAR
Desde mi infancia el amor siempre fue un tema importante para mí. Recuerdo escuchar el casete del audiocuento de la Bella Durmiente (sí, soy muy boomer) y emocionarme con la canción del príncipe azul. Y aunque me da mucha vergüenza escribir esto, también recuerdo haber jugado a darles besos a las paredes mientras interpretaba a Candy Candy. Tengo el recuerdo de mí misma imaginándome, antes de dormir, vestida de novia para casarme con el hijo de la amiga de mi mamá, y recuerdo en vacaciones prestarle mi bici nueva a un primo lejano, para poder ir atrás de él abrazándolo.
Esos eran mis sueños amorosos de infancia: encontrar el verdadero amor, ser rescatada, casarme. Y aunque mi realidad era distinta (ya que mis padres se separaron cuando estaba en kínder), ese era para mí solo un error de la matrix. Mi entorno social era, además, bastante conservador, por lo que en general veía parejas casadas que llevaban muchos años juntas y parecían perfectas.
Sin embargo, la vida real no es como en los cuentos, y de a poco me fui dando cuenta de que algunas de las parejas que se veían tan felices no lo eran tanto, que había muchas familias con padres separados y que la vida amorosa era bastante más compleja de lo que mostraban las películas con finales felices. En la adolescencia ya entendía esto, pero creía que si amaba realmente, si me esforzaba lo suficiente y cumplía con los requisitos necesarios para ser una buena pareja, a mí sí me iba a tocar el final feliz.
Es probable que mi historia no te sorprenda y se parezca en algo a la tuya (aunque seguramente con personajes más actuales), porque esto es lo que culturalmente nos han enseñado del amor. Este ideal amoroso está vigente en el mundo occidental solo desde los últimos dos siglos, pero ha tenido una presencia tan importante que pareciera que es la única forma «verdadera» de amar y vincularse sexoafectivamente.
Este modelo amoroso, al que comúnmente desde los feminismos le llamamos «amor romántico» (y que no es lo mismo que los gestos de cariños que hemos aprendido a entender como románticos), nos plantea que el amor de pareja es el más importante de la vida y que es el vínculo que mayores satisfacciones nos va a generar (excluyendo el amor a los hij@s), porque se supone que en nuestra pareja vamos a hallar nuestra alma gemela, la otra mitad que hará que nunca más nos sintamos solas, que los días malos no sean realmente malos, y que les dará sentido a nuestras vidas.
El modelo de amor romántico también nos dice que el amor, si es verdadero, va a durar para el resto de nuestras vidas, y que por tanto, si estamos enamoradas, debemos proyectarnos con la otra persona y desear envejecer junt@s. Y que, por supuesto, debemos luchar por ese amor. Apartar de nuestro camino cualquier interés, proyecto o persona que ponga en riesgo la relación, porque el amor (de pareja) es LO más importante y requiere de nuestra devoción.
¿Y cuál es el problema de esto, si es tan lindo enamorarse, sentirse amada y soñar una vida común? El problema es que, si bien amar es hermoso, nos enseñaron que solo existe una forma verdadera y correcta de hacerlo, y esta nos deja a las mujeres en una situación de desventaja respecto a los hombres. También excluye a muchas personas y formas de amor, promueve el individualismo en duplas, en desmedro de la vida en comunidad: nos hace sentir inadecuadas, insuficientes o raras si no encajamos en ella. Ese modelo que nos han enseñado ha servido a todo un mercado económico que funciona a su alrededor a costa de la promesa del «felices para siempre». Y en una cultura en la que ser felices es el mandato oficial, es muy difícil no desearlo.