Título original: The Best Medicine
Publicado originalmente por Montlake Romance, Estados Unidos, 2014
Edición en español publicada por:
AmazonCrossing, Amazon Media EU Sàrl
5 rue Plaetis, L-2338, Luxembourg
Septiembre, 2016
Copyright © Edición original 2014 por Tracy Brogan
Todos los derechos están reservados.
Copyright © Edición en español 2016 traducida por María Garín
Imagen de cubierta © Laurence Monneret/Getty Images
Diseño de cubierta por: Pepe nymi, Milano
Impreso por: Ver última página
Primera edición digital 2016
ISBN: 9781503938526
www.apub.com
Índice
Acerca de la autora
Tracy Brogan es autora de best sellers románticos tanto históricos como contemporáneos y ha ganado diversos premios. Fue finalista a la Mejor Primera Novela del Premio ® RITA que concede la asociación de escritores de género romántico de América, y con Mi segunda primera vez ha sido finalista en dos ocasiones del Premio Golden Heart. Entre sus últimos libros se encuentran Hold on My Heart y Highland Surrender .
A mi verdadera Gabby y a mi verdadera Hilary, mis BFF antes incluso de que se inventara BFF.
BFF, Best Friends Forever , «Mejores amigas para siempre». ( N. de la t. )
Capítulo 1
Las fiestas de cumpleaños se parecen bastante a las citologías: un tanto molestas, algo delicadas y demasiado personales, pero un fastidio que hay que sufrir inevitablemente una vez al año. Vamos, el test de Papanicolaou pero con regalos. Así que debería haber sabido que no podía pasar de puntillas por semejante fecha con mi dignidad y mi secreto intactos.
Allí estaba, sin molestar a nadie, en busca de una taza de café en el bar reservado para el personal del Centro de Cirugía Plástica de Bell Harbor cuando, de pronto, me encontré rodeada. En silencio y sin avisar, se cernieron sobre mí. El aire que me envolvía se transformó en un reluciente tsunami de confeti metálico de color rosa y morado y mis oídos se llenaron de risas roncas. Una oleada de cuerpos cálidos me empujó hacia un rincón de la sala. Siguieron más destellos voladores que quedaron adheridos a mi rostro y mi cabello como centelleante metralla.
Estaban encima de mí y no había escapatoria.
Era la víctima del Escuadrón Ninja Bomba-de-Purpurina.
Porque aquel no era un día cualquiera. De hecho, era mi cumpleaños. Un cumpleaños que no me hacía feliz y que quería ignorar. Un cumpleaños que me había catapultado de la categoría dieciocho-a-treinta y cuatro a la categoría treinta y cinco-a-cementerio. En ese momento estaba atrapada en la red del brillante arcoíris de los ninjas cumpleañeros. Era inútil resistirse.
—¡Sorpresa!
—¡Feliz cumpleaños, Evelyn!
—¡Feliz cumpleaños, doctora Rhoades!
Sobre mí descendió una nueva nube de confeti y alguien me colocó de golpe en la cabeza una tiara deslucida y falsa que, inmediatamente, se enredó en mi cabello pelirrojo. Los casi caritativos buenos deseos se mezclaron con las risas y las bromas sobre la edad, al tiempo que la sala se llenaba con mis seis colegas médicos y algunos de los compañeros de administración; en total, unas veinte personas. Delle, la recepcionista, una mujer regordeta de mediana edad, se abrió paso con decisión entre el bullicio y colocó un pastel cargado de velas en la mesa que había en medio de la sala. Esbozó una enorme sonrisa, triunfante.
Todos hicieron lo mismo. La horda al completo me iluminó con su sonrisa y movieron los pies inquietos mientras sus ojos resplandecían expectantes. Parecían pletóricos, como suele estar la gente cuando quiere abrumarte de placer, pero… no era el caso.
No es que no fuera capaz de apreciar su esfuerzo. No soy una señora Scrooge de los cumpleaños al cien por cien, salvo… en mis propios cumpleaños. No, no soy una de esas mujeres a las que les gustan las grandes celebraciones y sentirse admiradas. Me parece una tontería convertirme en el foco de tanta atención por algo tan poco destacable como cumplir años. Algo similar a obtener el lazo de participante en los campeonatos deportivos del colegio. No había trabajado para ganármelo. Me estaban premiando simplemente por hacer acto de presencia.
—¿Qué? ¿Te hemos dado una sorpresa? —preguntó Delle.
Se subió las gruesas gafas con su regordete pulgar. Llevaba una montura diferente para cada día de la semana. Aquel día la montura era de color verde azulado, así que debía de ser martes.
Por una milésima de segundo, tuve la esperanza de que aquella cantidad de velas disparase las alarmas de incendio y nos obligara a abandonar el edificio, pero no tuve esa suerte. Me hallaba presa de aquel momento y no tenía más opción que sacrificarme por el grupo, así que forcé mi cara falsa de feliz cumpleaños.
—¡Madre mía, chicos! Sí, vaya que sí. Menuda sorpresa me habéis dado. No tenía ni idea de que nadie supiera que hoy era mi cumpleaños.
Mi sorpresa era auténtica, pero, al mismo tiempo, hice un esfuerzo encomiable por parecer encantada. Un punto a mi favor.
—Nos lo ha dicho la doctora Pullman. Debería agradecérselo a ella. —Delle señaló a la médico alta y morena, con un corte de pelo que le habría costado doscientos dólares y unos zapatos con unos absurdos e incómodos tacones de vértigo.
Dirigí la mirada hacia Hilary Pullman, la única persona en toda la ciudad que sabía a ciencia cierta que no quería llamar la atención aquel día. Hilary era mi colega de trabajo, mi confidente más íntima y, hasta hacía diez segundos, mi mejor amiga. Nos habíamos conocido durante la residencia en el servicio de cirugía plástica y habíamos ido intimando al tiempo que aprendíamos a lidiar con las dificultades y las tribulaciones que conlleva ejercer la medicina siendo mujer. No hay nada que dé más solidez a una amistad como compartir un cepillo de dientes después de haber pasado una noche de guardia y antes de la ronda de hospital de la mañana.
Hilary había crecido en Bell Harbor y nuestra amistad fue en gran parte la causa de que yo escogiera ejercer aquí, pero sabía perfectamente que odiaba que me agasajaran con fiestas de cumpleaños. La miré con ojos entornados y traté de parecer furiosa. Subida ella a esos malditos tacones, me sacaba casi una cabeza, así que estaba claramente en desventaja.
Hilary me devolvió una sonrisa inocente y se encogió de hombros, un gesto muy suyo que quería decir «Lo siento, pero tampoco creas que demasiado». Se apartó un poco del grupo de juerguistas. El dobladillo de su ajustada falda de color negro apenas asomaba por debajo de la bata blanca. Para algunos, la falda podría resultar demasiado corta. Y tendrían razón. Pero, sinceramente, de tener esas piernas, yo también habría llevado faldas así. Desgraciada mente, no tenía aquellas piernas, así que no podía ni plantearme llevarlas o no. Apenas superaba el metro cincuenta. Lo que me quedaba corto a mí, no le quedaba corto a nadie más.
Hilary cogió una espátula de la mesa con sus delicados dedos y me la tendió por el mango.
—Feliz cumpleaños, Evie. Ya sé que no está tan afilada como las que estamos acostumbradas a utilizar, pero aquí tienes. No me apuñales. —Me guiñó un ojo bromeando.
Cogí la espátula y traté de fulminarla con la mirada sin que los otros se dieran cuenta, pero Hilary era absolutamente inmune a mi enfado. No porque no se diera cuenta, sino porque le daba igual. Hilary consideraba que el papel que debía desempeñar en nuestra relación de amistad era el de tomarme el pelo y engatusarme para que saliera de mi zona de confort. En algún momento, había decidido que su papel consistía en conseguir que me soltase un poco, pero yo no tenía necesidad alguna de soltarme. Me gustaba ser así. Casi siempre.
Página siguiente