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Fernando Fernández - El monstruo de Masart

Aquí puedes leer online Fernando Fernández - El monstruo de Masart texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2016, Editor: Fernando Fernández, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Fernando Fernández El monstruo de Masart

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El Monstruo de Masart

Crónicas de Dartera I

Fernando Fernández

Título original: El Monstruo de Masart. Crónicas de Dartera I

Fernando Fernández, 2016

Diseño e ilustración de Portada: Fernando Fernández a partir de imágenes libres de derechos obtenidas en Pixabay

CC (BY-NC-ND) 2016, Fernando Fernández

Primera edición: Marzo 2016

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede realizarse con la autorización de su titular, salvo excepción prevista por la ley.

A Raquel,

que estando de baja, tuvo tiempo de revisarlo.

Nota del Autor

La novela que viene a continuación esta basada en el ensayo Otoño del Terror de Tom Cullen y sirve de introdución a las Crónicas de Dartera , que continuarán otras novelas. Toda la historia que aparece en el ensayo mencionado se ha adapatado a un mundo ficticio en una época distinta a la de los acontecimientos acaecidos en Londres en 1888. Para cualquier comprobación o referencia, el ensayo mencionado es la obra adecuada ya que contiene todos los datos sin recurrir a artifios. Ciertos sucesos se han modificado para adaptarlos al marco histórico de la novela, como se ha modificado el modo de llevar la investigación y todos los personajes. Sin embargo, todos los aspectos y sucesos de aquel otoño sangriento se han respetado siempre que ha sido posible.

Para ciertos acontecimientos se han utilizado otras pistas de la investigación, así como investigaciones realizadas por otros autores que señalan distintos culpables y documentales sobre los sucesos.

En ningún momento se pretende señalar a un culpable, el nombre del cual carece de importancia.

Es en las víctimas en quienes se centra la novela.

PRÓLOGO

Se llamaba Delanda Aguestán y era hija de un pescador al que se lo tragó el mar durante una tormenta, al lado de otros veintiséis marinos.

Todavía era de noche cuando un curtidor llamado Fosco se levantó. Dejó a su mujer en la cama y acudió a la palangana que cada noche dejaban en la cocina. El agua estaba helada. Se mojó las manos y se lavó la cara, una costumbre que cumplía a diario. Apartó la palangana y sacó del arcón una caja de madera envuelta en un paño. Sacó la hogaza del cajón al lado del horno de leña que apagaban cada noche para no gastar más madera de la que podían permitirse y se comió una rebanada acompañada de un pedazo de la manteca que guardaba en la caja. En todo momento, la única luz que lo acompañó fue la vergonzosa llama de una vela.

Antes de salir se abrigó con una capa de lana que colgaba del perchero, sobre el jubón que mostraba algunos descosidos y los bombachos gordos de invierno. Salió a una madrugada fría y húmeda de camino a su labor.

Ocupaba con su mujer un pequeño piso de una estancia y cocina en la tercera planta de uno de los bloques empobrecidos que formaban el barrio de Masart, en Bahesar, capital del reino de Dartera. Había tenido tres hijos de los que no había sobrevivido ninguno y a sus cuarenta y tres años arrastraba el peso de todos los desvelos y todos los sufrimientos. La vida para los hombres como Fosco no contenía esperanzas de un futuro mejor. Cada día lo pasaba en su labor y cada noche intentaba conciliar el sueño para recuperarse del cansancio que año tras año parecía aumentar y que le pesaba en los huesos y la mente.

Era un hombre de ojos profundos que reflejaban ese cansancio. Tenía la barba rala, plagada de canas, y escaso cabello. Sus manos eran las de todo curtidor, tan duras como los cabos de amarre de los barcos que ocupaban el puerto de la ciudad. Era un hombre pobre, como todos o casi todos los que habitaban Masart, sin nobleza en la sangre y acostumbrado a hacer desarmado un camino que no pocos recorrían con la ropera a cuestas.

Debía atravesar tres calles hasta su lugar de trabajo: la calle Ponsón, donde vivía, hasta la Avenida de la Ronda, que cortaba todo Masart, y por fin una callejuela estrecha por la que apenas podría pasar un caballo a la que llamaban calle del Labrador. Todas esas calles, incluso la Avenida, carecían de iluminación alguna, en esos tiempos la única luz provenía de las linternas de los guardias que hacían la ronda por el barrio. En la Avenida quizás se topara con alguien que acudiera como él a trabajar, que cerrara alguna taberna o que deambulara por el barrio sin un lugar donde cobijarse.

El edificio tenía un patio interior. Al bajar la escalera, se encontró que la puerta estaba abierta, pero no le dio importancia, no era ni mucho menos la primera vez que la veía así, pues era habitual que los vecinos no la cerraran. Estaba a punto de dejarla atrás cuando le pareció escuchar un susurro. Se volvió y miró hacia el patio, del que sólo veía la franja que permitía la puerta. Estaba muy oscuro y la niebla que se alzaba del mar lo cubría todo.

Hizo el mismo camino de cada mañana evitando llamar la atención, procurando que ningún espadachín con ganas de robarle o más vino de la cuenta en el estómago, encontrara en su persona una víctima fácil. Cruzó el callejón del Labrador y dedicó el día a trabajar sin apenas descanso para terminar los encargos que empezaban a acumularse y que provocaban que el patrón torciera el gesto al verlos. Sus manos ya no eran tan rápidas como años antes pero no se sentía ni mucho menos acabado, estaba seguro de que terminaría todo el trabajo a tiempo.

No fue hasta la caída de la noche, a su regreso al hogar, cuando se topó con la guardia. Fue entonces cuando le dio importancia al susurro que creía haber oído esa mañana cuando salió a la calle. Un gemido, un sollozo, no se decidía por la descripción adecuada, pero sí en que fue corto, suave y que después de escucharlo no volvió a escuchar nada más antes de alejarse.

Al lado de la casa, en perpendicular al muro, estaba la valla de madera descuidada que cerraba el paso al rectángulo de tierra que era el patio. Parte de esa valla había desaparecido arrancada por el tiempo o por los habitantes de Masart que buscaban algo que echar al fuego. La parte que seguía en pie ocultaba el cuerpo, que ya había sido retirado cuando Fosco regresó a casa, como es de entender, de las miradas de la calle.

Para Fosco aquello habría carecido de importancia en otras circunstancias. No eran pocos los cuerpos que regaban Masart con su sangre después de noches silenciosas como la pasada. La mayoría de las veces pertenecían a hombres que se dejaban la vida en duelos a espada o recibían una puñalada cobarde debida a una discusión de taberna o a un robo, pero muchas veces eran mujeres, sobre todo mujeres de la calle, prostitutas, que encontraban la muerte a manos de aquellos a los que recurrían en busca de unos pocos cobres con los que calentarse el cuerpo en las casas de piedad o el gaznate en las tabernas.

Delanda Aguestán era mucho más que una prostituta asesinada en la calle. Era la segunda. Era la prueba de que el monstruo que imaginé al ver el cuerpo de Mazra Lonsa no iba a detenerse después de aquellos viles actos.

CAPÍTULO 1

Comenzaré presentándome. Mi nombre es Adel Estramón. En el año de los asesinatos, el del cómputo tras la caída del Imperio, se cumplía mi primer año como jefe de la Guardia Urbana en el barrio de Masart, un cargo difícil que había administrado durante aquel periodo con la responsabilidad por la que se me conocía. Apenas diez días antes de que todo comenzara había festejado con mis hombres mi primer aniversario, dieciocho meses como jefe, invitándolos a unas más que buenas botellas de tinto de Monmadma, no Rodegar, pero mejores que cualquier otro caldo que hubieran probado. Eran de uva de las laderas del Tespa y tenían un sabor afrutado y cálido. Todavía lo considero mi tinto preferido y lo consumo cuando el bolsillo me lo permite.

Al llegar al cargo, Masart era un destino aciago para cualquier hijo del pueblo que buscara en la Guardia Urbana escapar de la pobreza o de los duros trabajos que les esperaban de no tomar ese camino.

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