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Hiro Arikawa - A cuerpo de gato

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Hiro Arikawa A cuerpo de gato

A cuerpo de gato: resumen, descripción y anotación

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A cuerpo de gato — leer online gratis el libro completo

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Hiro Arikawa saltó a la fama en Japón después de obtener un importante premio literario concedido por la editorial MediaWorks, que se otorga a los autores más populares de la narrativa japonesa actual. A cuerpo de gato , su novela más reciente, ha sido un auténtico éxito de ventas en su país y se ha traducido a cinco idiomas.

Precrónica

Nosotros antes de emprender el viaje

«Soy un gato y todavía no tengo nombre…» He oído decir que en este país hubo un gato eminente que pronunció estas palabras.

No sé de qué grado de eminencia disfrutaba ese gato, pero, en lo referido al pequeño detalle de tener un nombre, a ese eminente gato le gano yo.

Que el nombre me guste o deje de gustarme es harina de otro costal, pues el hecho de que mi nombre no esté en consonancia con mi sexo va más allá de lo tolerable.

Me lo pusieron hará unos cinco años, al llegar a la edad adulta. Hay, dicho sea de paso, diversas teorías sobre cómo establecer la edad de los gatos en comparación con la de los humanos, pero, al parecer, la más común es considerar que el primer año de vida de un gato equivale más o menos a veinte años de un humano.

En aquella época, mi lugar favorito para tumbarme a dormir era el capó de una furgoneta de color plateado en el parking de un bloque de pisos.

Me gustaba porque allí nadie me ahuyentaba con humillantes «¡shuuuu! » «¡shuuuu! » ni cosas por el estilo. Aunque no sean más que monos grandes cuyo único mérito es andar erguidos, los humanos poseen una arrogancia sin límite.

¿Por qué, si dejan el coche a la intemperie, consideran intolerable que un gato se suba al capó? Y eso que los gatos tienen vía libre para ir y venir por cualquier parte donde puedan plantar sus patas. Pero no. En cuanto te descuidas y dejas una huella en un capó, hay tipos que corren desesperados a echarte de allí.

En cualquier caso, el capó de la furgoneta plateada era mi lugar favorito para dormir. Durante el primer invierno de mi vida, aquel capó dulcemente caldeado por el sol se convirtió en una estupenda calefacción por suelo radiante, un lugar privilegiado para echar la siesta.

Pronto llegó la primavera y completé felizmente el ciclo de las estaciones. Para los gatos es una bendición nacer en primavera. Las dos épocas de amor de los gatos son la primavera y el otoño, y casi ningún gatito nacido en otoño logra superar el invierno.

Estaba yo aovillado en el tibio capó cuando, de pronto, percibí una mirada intensa. Eché una rápida ojeada con los ojos entreabiertos y…

Un joven alto y desgarbado contemplaba arrobado mi silueta yaciente.

—¿Duermes siempre aquí?

Pues, sí. ¿Algo que objetar?

—¡Qué mono eres!

Sí. Ya me lo habían dicho.

—¿Puedo acariciarte?

Ni lo sueñes. Agité en el aire las patas delanteras en son de amenaza y el hombre torció el gesto. Y si te lo dijeran a ti, ¿qué? ¿No te fastidiaría que te sobaran cuando estás durmiendo?

—Vamos, que gratis, nada. ¿Es eso?

Bueno, veo que vas comprendiendo. Porque, si perturbas mi sueño, alguna compensación has de ofrecerme, ¿no? De pronto erguí la cabeza y le dirigí una mirada; entonces el hombre empezó a rebuscar en la bolsa que llevaba en la mano de una cadena de tiendas abiertas las veinticuatro horas.

—¡Uf! Algo que pueda comer un gato, a ver qué he comprado.

Cualquier cosa vale. Un gato callejero no le hace ascos a nada. Esas telillas de vieira, por ejemplo, no estarían nada mal. Olisqueé un envoltorio que asomaba por los bordes de la bolsa y el hombre me dio un golpecito en la cabeza mientras dibujaba una sonrisa irónica en los labios.

¡Eh! ¡Para!

Salida falsa. Te estás adelantando.

—No, eso no. Eso es malo para la salud. Además, es muy picante.

Lo de que es malo para la salud, aplícatelo a ti. ¿Crees acaso que un gato callejero, que no sabe si llegará a mañana, puede permitirse el lujo de preocuparse por la salud? Lo fundamental es llenarse la barriga, aquí y ahora.

Al final, el hombre sacó de un sándwich el filete de carne de cerdo empanado, le quitó el rebozado y me lo ofreció sobre la palma de la mano. ¿Quieres que me lo coma así, directamente? ¡Vaya con esa mano que intenta acortar distancias…! Aunque lo cierto es que no me ofrecen a menudo tanta carne y tan fresca, así que haré una concesión.

Mientras me comía a dos carrillos la carne rebozada, él hundió los dedos de la mano derecha, que tenía libre, en mi pelo, los deslizó desde debajo de la barbilla hasta la base del cráneo y me rascó con suavidad detrás de las orejas. Suelo permitir caricias someras de cualquier humano que me dé de comer, pero aquel hombre era notablemente hábil con las manos.

Si me das algo más, no me importará que me hagas cosquillas bajo el mentón. Restregué la cabeza contra la mano del hombre y… ¡hecho!

—Eso no, es un bocadillo de col. Toma esto.

Con una sonrisa triste, le quitó el rebozado al otro pedazo de carne del sándwich y me lo ofreció. No me importaría que me lo dieses tal cual, con el rebozado y todo. Eso llena la barriga.

A cambio de la ofrenda, dejé que me acariciara un buen rato. Ya era hora de ir echando el cierre. Me disponía a ahuyentarlo agitando las patas delanteras en el aire cuando soltó:

—Bueno, ¡hasta la próxima!

El hombre se me adelantó apenas un instante, retiró la mano y se fue. Subió sin más las escaleras del bloque de pisos.

¡Caramba! También era notablemente hábil eligiendo el momento oportuno.

Así fue nuestro primer encuentro. Lo del nombre vendría después.

* * *

De pronto, por las noches empezó a aparecer pienso para gatos debajo de la furgoneta plateada, detrás de las ruedas traseras. Un puñado justo, la ración suficiente para una comida diaria.

El hombre que había subido las escaleras del bloque de pisos lo dejaba, de improviso, durante la noche. Si yo me encontraba allí, a cambio él podía hacerme una caricia y luego se iba, pero cuando yo no estaba también dejaba su ofrenda.

Algunos días, muy de vez en cuando, algún gato se me adelantaba y se lo zampaba primero. Otros días, el hombre debía de haberse ido a alguna parte porque el pienso no aparecía aunque yo estuviera esperándolo toda la noche. Pero, por lo general, puedo decir que tenía asegurada una comida diaria con regularidad. Claro que los humanos son caprichosos y no se puede depender enteramente de ellos. Pertenece a la sabiduría ancestral de los gatos callejeros tener repartidas aquí y allá varias líneas de avituallamiento.

Éramos simples conocidos, nunca demasiado cerca ni demasiado lejos. Y cuando ya se había establecido esta entente con aquel hombre… la fatalidad cambió nuestra relación de una manera drástica.

El destino me asestó un duro golpe.

Una noche, al cruzar la calle, los brillantes faros de un coche me deslumbraron. Me disponía a salir corriendo cuando sonó un estridente claxon. Y eso tuvo consecuencias fatales.

Me asusté, apenas tardé un instante en reaccionar. Me faltó un pelo para escabullirme, pero el coche me pilló. El violento impacto me hizo volar por los aires… No sé qué diablos sucedió.

Fuera lo que fuere, el caso es que en menos que canta un gallo me encontré tirado entre los arbustos, a un lado de la calle. El cuerpo entero me dolía muchísimo, más que nunca. Pero estaba vivo.

¡Uf! ¡Qué horror! … Cuando me disponía a incorporarme solté un alarido de dolor. ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! Algo debía de sucederle a mi pata trasera derecha porque me dolía una barbaridad.

Con el culo pegado al suelo, retorcí la mitad superior del cuerpo e intenté lamerme la herida… ¡Oh, no! ¡Tenía el hueso al descubierto!

Siempre me había curado yo solo con la lengua todas las heridas, los mordiscos y los rasguños, pero ahora era imposible. El hueso se me salía de la pata y el dolor era espantoso. La verdad es que no sé por qué tenía que imponer tanto su presencia.

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